“Quim Monzó ya decía, en los 80, que con la inmersión no basta”

Guillem Colom: “Quim Monzó ya decía, en los 80, que con la inmersión no basta”

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El profesor de Estudis Hispànics en la Universidad  de Glasgow Guillem Colom

PalmaConfiesa que siempre ha leído a Quim Monzó, que siempre lo ha fascinado, pero en ningún caso esconde que algunas de las contradicciones del escritor catalán le producían tensión. Guillem Colom Montero (Palma, 1981), profesor del departamento de estudios hispánicos de la Universidad de Glasgow, es el autor del libro Quim Monzó and contemporary Catalan culture (1975-2018), publicado por la editorial británica Legenda. A través de la trayectoria y la figura de Monzó, explica algunas de las características que valora como claves de la cultura catalana del posfranquismo y el conflicto con el estado español.   

El libro se basa en parte en tu tesis. ¿Por qué Quim Monzó? 

— Lo he leído desde muy joven y siempre me ha fascinado. Me parece un escritor excepcional y un personaje público influyente, tanto en la televisión como en el momento en el que hace un discurso tan genial como el de Frankfurt. Me interesa mucho. Ahora bien, algunos escritos suyos me creaban malestar. A pesar de hacerme gracia y valorar lo bien escritos que están, me causaban estupor. En los debates globales del momento, Monzó tiene la capacidad de meter el dedo en la llaga. Quería analizarlo y hacer un libro para explicarme el porqué de este interés y de esta tensión. 

Lo defines como el escritor más influyente de la literatura catalana contemporánea. ¿En qué crees que se basa su influencia?

— Empecé la investigación en 2011, y la canonización que ya tenía se multiplicó durante la década, con el hito del 2018, cuando le dan el premio de Honor de las Letras Catalanas. Ahora bien, si digo que es el escritor más influyente es por dos razones: se lo considera un escritor canónico, que ha transformado la literatura catalana creando un nuevo estilo, pero también por lo que yo digo capital mediático, que él tiene y que es inédito dentro del mundo literario catalán del periodo posfranquista. Participa en la radio, en la tele, en alguna serie. Su proyecto literario va muy en consonancia con un proyecto de intelectual público. 

¿Defines a Quim Monzó de intelectual? Él se ha reído de los intelectuales. Y de ellos los hay que piensan que es poco profundo para incluirlo entre la intelectualidad.

— El libro quiere mostrar que es un escritor profundamente intelectual. Eso sí, es un intelectual cercano a la gente, que deja de lado las ínfules literarias. Quim Monzó es un intelectual posmoderno. No es el intelectual tradicional que habla desde una posición superior, sino que él se sitúa en un plano horizontal con la gente. Se trata de una forma de participación intelectual posmoderna, y es mucho más útil. La superioridad ya no funciona hoy en día. Ahora funciona la intelectualidad horizontal y Monzó ha jugado muy bien este modelo. Lo ha hecho en programas como El convidat y en Plats bruts, donde cuando se le pregunta por qué escribe, él contesta: “Para ligar”. Diría que tiene una imagen y un proyecto público muy pensado. Yo lo analizo como celebridad intelectual. 

¿Es cuando hace burla o crítica, por ejemplo, de los posicionamientos feministas cuando te crea malestar? ¿O es una postura política de la que se ha dicho que está carecida de ideología o con contradicciones?

— No puedo negar que sentía un cierto malestar cuando leía sus artículos contra el buenismo, o cuando él criticaba a los que hacían huelga de hambre contra la Guerra de Irak, o la ironía que aboca contra los sindicatos –que aquí son estructuras muy desgastadas–, o la reescritura que hace del mito de Robin Hood, un mito simplista de la izquierda que Monzó deshace y deshace hasta concluir que crea más desigualdad, que la perpetúa. Me costó mucho tiempo reflexionar, hasta que caí en que aquello recordaba a las teorías de los libertarios liberales americanos, que no son de derechas ni de izquierdas, que hacen una defensa muy clara de la individualidad pero a la vez defienden los sistemas capitalistas democráticos occidentales.  

La crítica del buenismo o de la corrección política es un aspecto que destacas en la obra de Monzó.

— El del bonisme es un tema interesante. Quim Monzó traduce al catalán Contes para niños y niñas políticamente correctas. La traducción catalana salió antes de que la española, porque él se puso. Mi libro muestra que, incluso cuando las posturas de la corrección política no eran habituales en Cataluña y en España, Monzó ya traducía un libro clarísimo para criticarla. Él hizo que en Cataluña y en España la crítica al bonisme llegara antes de que el mismo bonisme. 

Introduces el libro con dos respuestas de Monzó a dos entrevistas hechas en 1984 y en 1985. Cuando Xisca Ensenyat, para Los Cuadernos de Baleares, le pregunta: “¿Cuál es nuestra carencia más castrante?”, él responde: “La carencia de Estado”. En el Avui, un año después, declaraba: “No soy nada nacionalista, pero no soy español”. Aun así, ha tenido una relación desigual con el independentismo.  

— Durante la Transición, él ya era independentista. También es cierto que hacía una crítica contundente al conservadurismo nacionalista de Pujol. El independentismo de Monzó ya estaba en sus viñetas de Canigó, de las cuales me ha facilitado la publicación en mi libro. Cuando se redactaba la Constitución española, Monzó ya la critica fuerte porque ve que llevará a la subordinación política. Y, claro, en los 80, ya decía que la inmersión lingüística no funcionaba, advertía de que no bastaba. Tiene que ser capaz de transformar la sociedad y para ello hay que ir a la raíz. Mientras haya subordinación de la cultura catalana al estado español, no será efectiva. De aquí que conteste contundente que falta un estado propio.   

Esta respuesta la da en una publicación de las Baleares.

— Monzó en los 70 ya tenía una idea de Països Catalans muy horizontal, de respeto, de no paternalismo. Es consciente, sin embargo, de que los Països Catalans sufrieron una derrota en la Transición, y él acusa este hecho como persona que estaba a favor de un proyecto transformador. La Transición fue una derrota para los proyectos políticos transformadores.

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