Los Cascos Azules: una misión cada vez más imposible

Las operaciones de imposición de la paz complican el trabajo de la fuerza internacional

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Cascos azules desplegados en la República Centroafricana

BarcelonaEsta semana los 193 países miembros de la ONU han llegado a un acuerdo in extremis para financiar las 12 misiones con 90.000 cascos azules que hay desplegadas para estabilizar conflictos en todo el mundo. Todas las alarmas sonaron lunes, cuando parecía que no se conseguirían los 5.460 millones de euros del presupuesto para mantenerlas en funcionamiento: de hecho, los comandantes sobre el terreno ya tenían preparados planes de contingencia por si hacía falta una retirada apresurada. Y es que la ONU no tiene un ejército para sus operaciones de “mantenimiento de la paz”, sino que depende de los soldados y del dinero que le prestan los países. Y, como en todo, nada se mueve sin el acuerdo de las grandes potencias con derecho de veto en el Consejo de Seguridad.

La carne de cañón la ponen los más pobres: los que aportan más tropas y policías son Bangladesh, Etiopía, Nepal y Ruanda, que así ganan peso internacional o simplemente pueden pagar los sueldos o mejorar el entrenamiento de sus tropas. En cambio, los más ricos prefieren invertir dinero que poner en peligro a su personal: los principales contribuyentes son los Estados Unidos (28%), China (15,2%) y Japón (8,5%). Pero tampoco es una factura muy elevada: el gasto en operaciones de “mantenimiento de la paz”, equivale a un 0,5% del gasto global de defensa. España solo contribuye con soldados en la misión de Líbano, que comporta poco peligro, aunque tiene agentes de inteligencia en otros países, porque concentra sus efectivos en las misiones de la OTAN y la UE.

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En sus 72 años de historia, las misiones de la ONU han movilizado más de un millón de militares y policías de 125 países. La primera fue en 1948, después de la primera guerra arabo-israelí, pero los desacuerdos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría frenaron nuevas intervenciones. “La idea original era tener una fuerza internacional preparada para desplegarse antes de que dos estados entraran en una guerra o bien cuando, agotados por el conflicto, estaban dispuestos a un alto al fuego y todas las partes consentían una intervención internacional. Todo ello, con un uso relativamente bajo de la fuerza y siempre desde una total imparcialidad”, recuerda al ARA Félix Arteaga, experto en seguridad del Real Instituto Elcano.

Mandatos más complejos

Después los mandatos fueron evolucionando hacia supervisión de acuerdos de alto el fuego, mediación y acompañamiento en procesos políticos posconflicto, reconstrucción de instituciones.... Acabada la Guerra Fría hubo un auge en el recurso a los cascos azules. “Por un momento se creyó que la ONU podría cumplir su mandato de evitar el azote de la guerra para las generaciones futuras, gestionando temas de paz y seguridad a escala planetaria, pero se olvidó que la ONU no es nada más que un mensajero de la comunidad internacional y que no dispone de medios propios para hacer valer las reglas del juego impuestas después de la Segunda Guerra Mundial”, apunta Jesús A. Núñez Villaverde, un exmilitar que dirige el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria.

Fue en esta fase pos Guerra Fría en la que se produjeron los desastres de la historia negra de los cascos azules: el genocidio de Ruanda, de donde las fuerzas internacionales se retiraron en 1994, y el de Srebrenica, la ciudad bosnia donde fueron asesinados más de 6.000 niños y hombres a manos de las tropas serbias cuando se encontraba bajo protección de un contingente holandés de cascos azules. Después de aquellos fracasos, el Secretario General, Kofi Annan, convocó un grupo de expertos para revisar el funcionamiento del sistema. Se planteó la idea de que las misiones tenían que ser multidimensionales y contar también con una vertiente civil. Más tarde se pasó del objetivo inicial de mantener la paz a una agenda más diversa, que incluye también la prevención de conflictos, la pacificación (peacemaking ) o el controvertido concepto de imposición de la paz (peace enforcement ).

Tres cascos azules desplazados en la frontera de Líbano con Israel.

Donde mejor han funcionado las misiones de la ONU es en conflictos enquistados, como el de Chipre (una misión establecida en 1964 y que continúa vigente), con un operativo de un millar de personas entre civiles y militares que vigilan la zona desmilitarizada que separa los chipriotas turcos de los chipriotas griegos. Otros tienen una viabilidad dudosa, como la que tiene que garantizar el referéndum de autodeterminación de Sáhara Occidental, al que Marruecos ya ha dejado claro que no piensa acceder. En Kosovo hay solo 18 uniformados y 342 civiles. Las misiones de más envergadura y también las más peligrosas se sitúan en África: Malí, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana.

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En manos del Consejo de Seguridad

“En África ha habido éxitos parciales y, en términos estadísticos, está comprobado que su presencia ha servido para reducir el número de víctimas civiles y el nivel de violencia. Es obvio que hay problemas, porque todo depende del Consejo de Seguridad y los intereses de las grandes potencias no corresponden con los lugares donde hay más necesidades, como Siria, Yemen o Birmania”, añade Pablo Aguiar, del Institut Català Internacional per la Pau.

Las nuevas misiones cada vez distan más del espíritu inicial de interponer tropas en conflictos donde es posible una salida negociada. “La ONU acaba interviniendo normalmente a favor de los gobiernos con un abordaje integral, que incluye también la ayuda humanitaria, y esto pone en problemas a las ONG, porque pueden quedar poblaciones abandonadas simplemente porque no están en el territorio controlado por el gobierno. Entonces es percibida como un actor más en el conflicto y esto es problemático, por ejemplo, cuando los actores humanitarios tienen que llevar escolta. El problema es que con estas intervenciones militares se dejan de hacer otras cosas y quizás si estos recursos políticos y económicos se destinaran por ejemplo a rebajar las injerencias exteriores se verían resultados más efectivos”, apunta Alejandro del Pozo del Centro Delàs de Estudios por la Paz.

Los escándalos de abusos sexuales, un capítulo negro

La imagen de los cascos azules ha estado manchada por los escándalos de los abusos sexuales cometidos por las tropas internacionales contra las poblaciones donde se habían desplegado. Fueron denunciados en la República Democrática del Congo, en la República Centroafricana y en Malí.

També fue paradigmático el caso de Haití, donde había presencia de tropas de la ONU desde 2004, después de que el conflicto civil llevara al exilio el presidente Bertran Aristide. El contingente estaba formado por soldados de Sri Lanka, Uruguay y Pakistán.

Más de dos mil mujeres de Haití, muchas de ellas menores, sufrieron abusos sexuales por parte de las fuerzas de paz entre 2004 y 2017, según concluyó un estudio de la misma ONU. Sostienen los testimonios que los militares y otros funcionarios abusaron de niñas de incluso 11 años aprovechándose de la miseria generalizada. Fruto de estos abusos nacieron lo que se conocen como pequeños Minustah, en referencia al acrónimo de la misión internacional en Haití. Además también se demostró que las tropas internacionales fueron las responsables del brote de cólera que asoló el país después del terremoto.

Elisenda Calvet, profesora de derecho internacional público de la Universitat de Barcelona, recuerda que después de esto “la ONU estableció un mecanismo de denuncias y de transparencia sobre los abusos y quiso promover la entrada de mujeres en las tropas y en los lugares de mando. Pero el organismo no ha reconocido nunca su responsabilidad, y el problema es que los países, antes de enviarlas a un lugar, reclaman que las tropas tengan inmunidad”.

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