El precio de la arrogancia y las mentiras del presidente

El asalto al Capitolio culmina años de erosión de normas presidenciales y democráticas

Núria Ferragutcasas
3 min
Un adhesiu que diu “Joe Biden no és el meu president” en un dels vidres trencats de l’edifici del Capitoli.

Nueva YorkLa masa violenta de partidarios de Donald Trump asaltó miércoles el Capitolio de los Estados Unidos, el símbolo de su democracia: destrozó puertas y ventanas del majestuoso edificio, saqueó oficinas, acorraló a los legisladores y provocó la muerte de cinco personas. Al final, la insurrección, el intento de revocar la victoria electoral de Joe Biden, fracasó después de cuatro horas tumultuosas, pero desmenuzó la creencia de muchos norteamericanos en la excepcionalidad de su país y de su sistema democrático.

La transferencia ordenada y pacífica del poder de un presidente a otro es vista no solo como uno de los principios fundamentales del autogobierno sino también como una característica necesaria tanto para la credibilidad de los Estados Unidos en el mundo como por la confianza de los norteamericanos en sus instituciones. El asalto al Capitolio, instigado por Trump y sus innumerables acusaciones infundadas de fraude electoral, culmina cuatro años de liderazgo y de erosión de las normas presidenciales y democráticas del país.

En un vídeo subido viernes a su cuenta de Twitter, un día antes de que fuera expulsado de la red, Trump finalmente concedió la derrota ante el demócrata Biden. Eso sí, lo hizo de una manera encubierta. El todavía presidente norteamericano se ha comprometido a una transición “ordenada” y “sin problemas”, pero también ha anunciado que no asistirá a la inauguración de la presidencia de Biden. Su enésimo -que muchos esperan que sea el último- desafío a las normas presidenciales.

Trabas a la transición de poder

Aunque Trump haya asegurado que dejará la Casa Blanca de manera voluntaria, sus últimos meses en el poder han supuesto un coste para la democracia norteamericana de consecuencias incalculables. Las trabas en la transferencia de poder son una anomalía, especialmente en la historia moderna del país. La transición presidencial es una de las tradiciones más importantes de la política norteamericana, que empieza con una concesión, seguida por meses de trabajo entre el equipo del presidente saliente y el de la futura administración para asegurar la fortaleza del país, y acaba con el ritual y la pompa del día de la inauguración. Trump será el primer presidente desde 1869 que no asistirá a la ceremonia que da el pistoletazo de salida del gobierno de su sucesor. De hecho, solo tres presidentes, John Adams en 1801, su hijo John Quincy Adams en 1829 y Andrew Johnson en 1869 se saltaron esta entrega formal del poder.

Este ritual político es significativo porque, como aseguran muchos historiadores, es un recordatorio constante de que el cargo es más importante que el titular. Los presidentes llegan y se marchan, pero las instituciones y el estado de derecho permanecen.

El final traumático de la presidencia de Trump ha puesto al país en estado de shock. Sin embargo, al mismo tiempo, aunque contradictorio, este final era previsible. El desprecio de Trump por las normas presidenciales y democráticas ha sido incesante durante sus cuatro años de mandato. Ha atacado actores independientes dentro del gobierno, como los organismos de inteligencia, y decisiones de jueces; ha insultado adversarios políticos y ha utilizado el sistema legal para atacarlos; ha calificado los medios de enemigo público y ha deteriorado su confianza; ha perdonado aliados políticos corruptos y criminales de guerra; ha puesto en entredicho la legitimidad de las elecciones; ha expresado admiración por los autócratas extranjeros y ha erosionado la transparencia del gobierno y la separación entre sus intereses privados y el bien público.

A pesar de todo, en la mayoría de casos, la violación de estas normas democráticas y tradiciones presidenciales no equivale a una violación de la ley. Trump técnicamente puede destinar dinero público a sus negocios o pedir la investigación de sus rivales. Muchas restricciones a la autocracia que los norteamericanos creían que estaban incorporadas en su sistema constitucional o en las leyes son solo normas, tradiciones que Trump ha pisado sin ningún miramiento y sin consecuencias.

Las transgresiones de Trump de estas normas son la base de su poder populista. Los ataques a las élites deleitan a sus seguidores, pero han comportado un daño profundo a la confianza de los norteamericanos en sus instituciones y su sistema electoral que costará años en reparar.

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