Los talibanes prohíben trabajar a las funcionarias

Solo las empleadas de tres ministerios se han podido reincorporar a su lugar de trabajo

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Dones y hombres trabajan codo con codo al ministerio de Salud  Pública, a pesar de la llegada de los talibanes

Enviada especial a KabulEn la sede del Ministerio de Salud Pública en Kabul una mujer puede entrar ahora como Pedro por su casa. En la puerta hay milicianos talibanes que cachean a los hombres, pero no hay nadie que haga lo mismo con las mujeres. Antes sí que había una empleada, pero desde que los radicales llegaron a la capital afgana, ese puesto de trabajo se ha eliminado. Lo más sorprendente es que en el ministerio de Salud continúan trabajando funcionarias y, además, un montón. Te las encuentras por todas partes, van a cara descubierta -con un simple velo en la cabeza- y comparten oficina con hombres. Son, sin embargo, una excepción.

Los talibanes han decretado que las funcionarias se tienen que quedar de momento en casa, sin trabajar, hasta que ellos puedan garantizar su seguridad en el lugar de empleo. Esa misma razón arguyeron cuando llegaron al poder en 1996 y, durante los cinco años que duró su régimen, las mujeres no volvieron a pisar una oficina. Ahora, en cambio, han dado esa prerrogativa a las funcionarias de tres únicos ministerios: el de Salud, el de Educación, y el de Educación Superior. Existe una razón.

Mariam Hussaini explica que su jefe le llamó pidiéndole que regresara a la oficina cuanto antes porque no se aclaraban con tanto papeleo. Ella se encarga de todo el trabajo administrativo para la compra y distribución de medicinas y material en los hospitales y clínicas del país. Por tanto, su trabajo es fundamental para hacer funcionar el engranaje de la sanidad pública.

“El primer día vine con miedo”, confiesa. No sólo porque es mujer, sino también porque pertenece a la etnia hazara, que es una minoría a la que los talibanes masacraron en el pasado y que es muy fácil de identificar: tienen los ojos achinados. Pero aun así, hizo de tripas corazón y se presentó en el ministerio: “Me exigieron que les mostrara mi carnet de funcionaria en la entrada. El resto de días me han dejado pasar sin pedirme ni tan siquiera eso”.

Doble administración

Y ahí está Mariam, en un despacho minúsculo, atareada tras una pantalla gigante de ordenador. Dice que su trabajo no ha cambiado demasiado respecto al anterior gobierno. La única diferencia es que ahora tiene dos jefes: el que ya tenía antes y otro talibán, y a los dos tiene que reportar lo que hace. Otra cosa que ha cambiado, dice, es que en el encabezamiento de todos los documentos oficiales se ha sustituido el logo del anterior ejecutivo por el del Emirato Islámico de Afganistán, que es como los talibanes llaman a su nuevo régimen. Por el resto, todo continúa igual. Eso sí, no sabe durante cuánto tiempo más podrá continuar trabajando, ni si un día la despedirán de la noche a la mañana. Ese mismo temor lo comparten muchas otras funcionarias.  

El nuevo viceministro de Salud  talibán, el doctor Abdul Bari Omar.

Lo que también choca es que ahora existen como dos administraciones paralelas. Por una parte los funcionarios del anterior gobierno, y por otra los talibanes, que son muy fáciles de distinguir porque se pasean por el ministerio con sus grandes turbantes y algunos van armados. Aparentemente unos y otros tienen una relación súper cordial pero algunos funcionarios, cuando están solos, confiesan en voz baja que aquello es un desastre: ni hay nadie que tome decisiones, ni hay dinero. Antes el Banco Mundial financiaba todas las clínicas del país y casi todos los hospitales provinciales. Ahora todos esos fondos han quedado congelados.

En el ministerio de Salud incluso continúa trabajando quien antes encabezaba esa cartera, el doctor Wahid Majrooh, aunque ha sido relegado a una oficina de menor rango. Ahora el despacho del ministro lo ocupan los talibanes. “No entendemos que el Banco Mundial haya congelado los fondos si los pacientes y la población afgana continúan siendo la misma. Se trata de una cuestión de derechos humanos”, se queja el nuevo viceministro de Salud talibán, el doctor Abdul Bari Omar, un hombre grandullón de ojos adormilados, que no da respuestas concretas a ninguna pregunta que se le hace. Ni aclara de dónde sacarán el dinero para financiar la sanidad pública, ni si el trabajo de las mujeres en el ministerio está garantizado.

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