Barcelona no se puede quedar atrás en calidad ambiental

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¿Cómo saldrá Barcelona de la pandemia? ¿Cuándo y cómo se consolidará el espacio público que se ha ganado al coche? ¿Se dará un nuevo salto adelante en el transporte público? ¿Cuánto tardarán en ser mayoritarios los vehículos eléctricos, más limpios y menos ruidosos? ¿Hasta dónde avanzará el uso de la bicicleta y el patinete? ¿Cuánto se tardará en tener el verde por habitante que recomienda la OMS? Y, last but not least, ¿tiene solución el problema de un parque de viviendas envejecido y que no está al alcance de la mayoría de bolsillos, en especial de los de los jóvenes? A estas preguntas, que planteamos este fin de semana en el diario a través de un interactivo en el Ara.cat y de un dossier en la edición de papel, todavía se pueden añadir más alrededor del modelo económico -con la cuestión del aeropuerto como uno de los elementos clave-, de la apuesta por el conocimiento -universidades, centros de investigación-, del modelo turístico -¿volveremos a los volúmenes insostenibles?-, de las desigualdades crecientes y del tipo de ocio. Son cuestiones que hemos ido tratando y que seguiremos abordando en todas sus dimensiones. Pero ahora nos hemos querido centrar en lo que, en términos populares, se entiende como la ciudad verde. Es decir, en cómo hacemos que Barcelona responda a los retos medioambientales globales y que, por lo tanto, sea un lugar amable y saludable para vivir.

La pandemia nos ha hecho dar cuenta de la importancia de valores como el silencio o el disfrute de la natura; y de déficits como la mala calidad del aire, la limitación de espacio y luz natural en nuestras viviendas y la escasez de espacios públicos y verdes de calidad. De todo esto Barcelona va corta: no cumple los estándares exigibles. A través del urbanismo táctico, se ha aprovechado la crisis del covid-19 para hacer actuaciones de urgencia que han dejado un sabor agridulce: por un lado, ha habido una ganancia inmediata peatonal y el transporte no contaminante, pero, por el otro, ha quedado la sensación de improvisación y baja calidad, con los New Jersey (bloques de hormigón amarillos típicos de las obras) como nuevo mobiliario urbano. Nadie habría imaginado que un año después seguirían en el corazón del Eixample.

El reto ahora es pensar la ciudad con ambición verde para los próximos años, y poner manos a la obra sin miedos ni dilaciones. En París ya han decidido que en 2024 quieren tener un carril bici en todas las calles. En Copenhague y Amsterdam hace años que hay más bicicletas que habitantes. Y Londres prácticamente ha echado el transporte privado del centro. Barcelona no se puede quedar atrás en calidad ambiental: azoteas verdes y con placas solares, vehículos eléctricos, más transporte público y menos privado, más y mejor espacio verde, viviendas energéticamente sostenibles, reducción de ruido y de calor (menos asfalto)... Hay muchas medidas a implantar y hay que hacerlo en coordinación con todo el ámbito metropolitano.

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