La erosión de Putin

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Vladimir Putin a la compaeixença de hoy por la tarde

El presidente ruso, Vladímir Putin, está ganando la guerra sobre el terreno y está perdiendo la guerra del relato, sobre todo a escala internacional. Y lo contrario se puede decir del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Putin ha vuelto a salir este jueves en pantalla, rígido, tenso y agresivo, mudado con su característica formalidad anodina y sobre todo discursivamente a la defensiva. Una vez más pretendía contrarrestar las constantes apariciones directas y emotivas de un Zelenski que, vestido con aires de líder informal, con camiseta y camisa desabrochada, mal afeitado, se está ganando el apoyo incondicional de su gente y de la opinión pública mundial gracias a la determinación de resistir. Es como un Goliat agresivo contra un David del siglo XXI. La diferencia está en el hecho de que, en la realidad del campo de batalla, la honda no acaba de funcionar. Pero esto no saca los visibles problemas del presidente ruso.

Su último mensaje ha consistido en intentar ensuciar la imagen del gobierno y el ejército ucranianos, a los que acusa de retener población extranjera y de usar escudos humanos, a la vez que insiste en la idea perversa de "desnazificar" el país para salvar lo que considera "un único pueblo", el que según él forman Rusia y Ucrania. Solo hay un pequeño problema: el pueblo ucraniano, con su presidente al frente, está bombardeando por tierra, mar y aire, es decir, por todas las redes formales e informales posibles (de TikTok a Telegram, pasando por Twitter, Facebook e Instagram) su mensaje de libertad, de patriotismo heroico y de rechazo a una invasión y una guerra absurdas y terribles, con muertos civiles, incluidos niños, y con ciudades y pueblos arrasados. Porque, en efecto, la maquinaria rusa, en una semana, ha hecho estragos, sobre todo en el este (el Donbás prorruso) y en el sur, donde ha caído en sus manos la primera ciudad importante, Jersón, y donde pueden correr pronto la misma suerte desde Mariúpol, en el este, hasta Odesa, en el oeste. En el norte, el avance hacia la capital, Kiev, está siendo más lento.

El armamento con el que Occidente está abasteciendo al ejército ucraniano, sea porque tarda en llegar o porque es difícil de situar sobre el terreno, está teniendo un efecto limitado. En cambio, las sanciones económicas y el relato combinado entre las voces ucranianas y los medios occidentales sí que podrían estar penetrando tanto en la opinión pública rusa, que empieza a notar problemas en el consumo y a temer por sus ahorros, como entre las élites, una oligarquía que está viendo afectadas sus fortunas. La censura cada vez más férrea que Putin aplica a los medios y la represión implacable contra los manifestantes disidentes son también síntomas de zozobra en el flanco interno, en el que Putin quiere evitar a todo precio que las muertes de los soldados despierten la desesperación de las madres rusas, como hace más de treinta años pasó con los desplazados en Afganistán y también, y muy especialmente, hace 28 con la primera guerra de Chechenia.

Y en el campo internacional, la cosa está más clara: su aislamiento es ahora mismo notorio y la China marca distancias, como se ha evidenciado en la última votación de la asamblea general de la ONU. Putin se está quedando sin aliados. La temeraria aventura de Ucrania se le está girando en contra.

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