Entrevista

Nazario: «Hoy la palabra ‘comunista’ está tan mal vista como antes la palabra ‘fascista’»

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«Hoy la palabra ‘comunista’ está tan mal ver como antes la palabra ‘fascista’»

“Pienso que la palabra ternura todavía no ha caído en desuso ni ha sufrido ninguna devaluación. La ternura, como el deseo, es un sentimiento tangible y evaluable. La ternura podría ser el rastro que perdura después de las llamas del deseo, un deseo que se ha ido apagando lentamente, sin prisas ni presiones, suavemente, convirtiendo las erecciones en besos y caricias, peleas y reconciliaciones, insomnios cuando el otro se ha ausentado unos días y desasosiego cuando lo ves sufrir y no puedes evitarle el dolor”. Esta definición de ternura me repica desde hace dos días dentro de la cabeza como una campana. Como la campana de la catedral y la del Pi que marcan las cinco de la tarde y advierten de que es hora de subir a ver al autor de la definición. En la Plaça Reial las comidas se han acabado y ya preparan las terrazas para la exigente sesión por la tarde, atardecer y noche. Nazario está en su casa, la casa desde donde fotografía a los guiris y los saltimbanquis. La casa donde vive desde hace cuarenta años, desde que Ocaña lo puso sobre su pista. Está a punto de viajar a Sevilla, porque el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo le dedica una exposición retrospectiva. Se quedará una semana y está preocupado porque no sabe a quién dejar a cargo las docenas de plantas que cuida cada día desde que Alejandro, su compañero, murió hace siete años. Mantenerlas bonitas es una manera, entre otras muchas, de mantener vivo el recuerdo de ese para quien escribió la definición de ternura.

-Pasa, siéntate, qué música, ¿eh? Cada tarde lo mismo, se ponen este bakalao o reggaeton mientras van preparando las terrazas de los restaurantes.

Les sirve para entonarse, supongo, para darles energía.

— Sí, supongo que sí.

¿Impresiona que digan que es “la retrospectiva más grande de tu obra”?

— Estoy contento, claro que sí, pero ya soy muy mayor y me impresionan y me hacen ilusión pocas cosas. En 2000 ya me hicieron una antológica en Cádiz y en Sevilla, y en 2002 aquí al lado, en la Virreina. Estaba precioso todo el palacio ocupado por obra mía. También las exposiciones de Córdoba y de Getxo estuvieron muy bien.

Nazario

Así pues, ¿qué tiene de especial esta?

— Es especial porque tiene mucha presencia la fotografía, una faceta mía de la que se han hecho pocas exposiciones. Me gustó mucho la que hice en Casa Asia con las fotos que había hecho durante un viaje a Pakistán.

Desde esta ventana de aquí haces muchas fotos.

— Sí, ya hace muchos años y me gusta mucho. Ahora con el covid hay menos movimiento en la Plaça Reial. Todo ha decaído mucho, la Guardia Urbana se ha encargado de diluirlo todo, de prohibir cada vez más cosas. Antes la gente venía a bailar, a hacer funambulismo entre dos palmeras, a hacer girar un hula-hoop de fuego, una bailarina rusa muy buena... Y yo los fotografiaba. Ahora está monopolizado por unos chavales marroquíes que saltan y hacen volteretas, pero es muy repetitivo.

¿Operación limpieza?

— Sí, han escondido a los pobres, ya no hay despedidas de soltero de esas tan ridículas pero que a mí me encantaba fotografiar. El otro día oí un ruido como de sierra mecánica. Saqué la cabeza y ¡era un dron dando vueltas por el barrio!

La Plaça Reial pocos la conocen como tú...

— La conozco bien y la fotografío desde hace más de treinta años. La exposición creo que tiene todo el sentido, aunque tendría más si la hicieran en la Virreina o en el Arts Santa Mònica, pero no han mostrado interés. Pero no solo he fotografiado el exterior, también el interior: amantes en el dormitorio, fotografía erótica y mariconadas varias que también he trabajado bastante.

¿Vuelves a menudo a Sevilla?

— No. Desde que murió Alejandro, no. Él era mucho de allí, tenía mucha familia. También murieron mi madre y mi hermano, y me han quedado pocos motivos para viajar. Se ha quedado como una especie de decorado que no me atrae especialmente.

El panorama político andaluz tampoco debe de ayudar.

— Relativamente. Es como quien va de vacaciones a Marruecos, tampoco hay que pensar que el rey es tal cosa o tal otra. O Hungría. Puedes abstraerte.

Pero te puede saber mal, ¿no?

— Sí, por supuesto. Me gustaría que Andalucía la gobernaran otro tipo de políticos. ¡Y Madrid también! No es que Madrid me haya interesado nunca mucho, pero con Díaz Ayuso ahí todavía me hace menos ilusión Madrid que Andalucía.

¿Tienes la sensación de que tu obra está viva y genera interés?

— Hombre, claro, por supuesto. La integral de Anarcoma se ha traducido al portugués y se vende en Brasil, y acabo de firmar los derechos para que se convierta en una serie de televisión. Es satisfactorio. También lo es que hayan publicado los dos volúmenes de mi autobiografía, primero Anagrama y después Laertes.

Creo que hay un libro que ha quedado pendiente y que también te haría ilusión.

— Con Alejandro cocinábamos mucho el uno para el otro. Cuando murió me quedé, entre otras muchas cosas, sin nadie a quien cocinarle. En la plaza había tres alcohólicos que iban con silla de ruedas y los había fotografiado mucho. Un día me preguntaron si iba al mercado a comprar y desde entonces me dediqué a cocinar para ellos. El primer día unas sardinas, y cada día, durante cinco años, les bajaba un táper.

¡Cinco años!

— Sí, fue una especie de resiliencia, una manera de hacer el luto de Alejandro después de treinta y seis años juntos. Escribí un libro con las aventuras que me explicaban y las que yo les explicaba a ellos. Nos ayudamos mutuamente. El libro ha quedado pendiente, espero que un día se pueda publicar.

Tu libro de memorias se llama ‘Vida cotidiana de un dibujante underground’. ¿Cómo lleva un dibujante underground el reconocimiento multitudinario?

— Tengo que admitir que el reconocimiento me llegó pronto. A partir del momento en el que nos dejamos de autoeditar y alguien pone pasta y apuesta por nosotros, ya percibes un cierto reconocimiento. A El País también les gustamos, nos encargaron dibujos a tres o cuatro dibujantes underground. En los años ochenta El Víbora llega a tener una tirada de 30.000 o 40.000 ejemplares. Se nos podía llamar transgresores y rupturistas, pero la etiqueta underground había quedado desfasada. Aquí ya éramos más bien overground.

Los años setenta, que viviste tan intensamente...

— Oye, que yo ahora también vivo intensamente, ¿eh?

No lo dudo, pero entonces supongo que tenía más mérito, ¿no?

— Supongo, no lo sé.

Bueno, los setenta son ahora motivo de estudio, de reivindicación, se museízan como la exposición de Palau Robert. ¿Qué te parece?

— Me parece interesante y necesario, pero, de hecho, mi exposición de 2002 en la Virreina ya era en si una mirada a los años setenta. También mi libro La Barcelona de los años 70 vista por Nazario y sus amigos. Son adelantos a lo que ahora hay en el Palau Robert.

Para hacer este libro usaste tu archivo. Un archivo importante.

— Sí, el archivo que me quería comprar el Reina Sofia y que al final me compró Lafuente de Santander. ME pagaba más y se lo vendí a él.

¿Al Ayuntamiento no le interesó?

Me preguntaron por el archivo, se lo enseñé y lo único que me dijeron era que de la mayoría de temas ya tenían mucho material. Lo único que les interesaba eran las fotos de mariconeo de los setenta y los ochenta. Yo no quería disgregar el archivo y no nos pusimos de acuerdo. Vino Lafuente y se lo quedó todo.

Quien quiera saber cómo ha sido la Plaça Reial en las últimas décadas tendrá que mirar entre las fotografías que ha hecho Nazario. Hace años que las hace desde su balcón y así ha retratado la variada vida que tiene lugar en la zona, tanto los espectáculos de calle como los transeúntes o los vecinos. Ahora buena parte de estas fotografías se podrán ver en la exposición de Sevilla.
Fiestas en la Plaça Reial

¿Alguien que se lo ha jugado tanto con tantas cosas percibe el retroceso brutal que vivimos?

— A todos los niveles y en todos los países. Anarcoma se pudo publicar en los años ochenta en la tira de países, y ahora que se ha reeditado el integral hay editores que se excusan diciendo que no es un buen momento. La oleada de puritanismo es muy fuerte.

Facebook te ha puesto problemas, ¿verdad?

— Hace una censura bestial. Me han cerrado la cuenta siete u ocho veces. Ahora ya me autocensuro. Es ridículo que no se pueda publicar un pecho o una polla. Mira Almodóvar, ha tenido que cambiar el cartel de Madres paralelas porque alguien ha decidido que no se puede ver un pezón sacando leche.

Cada día una noticia de agresiones homófobas. Debe de ser especialmente doloroso.

— Me queda la duda de si antes se denunciaban menos y si realmente había menos. Es muy penoso que haya homosexuales que se repriman de ir cogidos de la mano por la calle y de muestras públicas de afecto.

¿Tienes miedo, tú?

— Yo ya no me cojo de la mano con nadie [ríe]. Ya no solo son las agresiones físicas sino también represiones más sutiles, la castración de no dejarte ser como eres. Pensábamos que era jauja y que teníamos libertad para todo, y mira.

¿De quién es culpa?

— Supongo que tiene parte de culpa la desinhibición total de la ultraderecha. Mucha gente que se cortaba de decir que era fascista, ahora puede presumir de ello sin problema. Vox ha hecho posible que se pierda la vergüenza, que se destapen, que los que son nietos de criminales de guerra digan sin problema que lo son “y a mucha honra”.

¿Hoy puntúa más ser un ultraliberal de derechas que un progresista?

— Hoy la palabra comunista está tan mal vista como antes la palabra fascista. Los llaman “¡podemitas!” de manera despectiva por no decir un anacrónico “¡comunista!”

¿Tienes simpatía por los, con perdón, podemitas?

— Los he votado siempre. Si responden o no a las expectativas ya lo veremos con algo más de perspectiva.

Creo que una de las cosas que más te molestan son las fronteras, ¿verdad?

— No las entiendo. Me encanta el cine de Theo Angelopoulos. En El paso suspendido de la cigueña te pueden disparar o no dependiendo de si estás a un lado o el otro de la frontera. Todo lo que sea decir que mi pueblo es el mejor y mi Virgen la más guapa me parece ridículo. Sempre digo lo mismo: presumiría de ser catalán si alguien me tuviera envidia por decirlo. No es así.

¿Te ha tentado alguna vez la política activa?

— ¿Tú crees que con esta mentalidad alguien me querría fichar? He ido y sigo yendo a muchas manifestaciones. A favor de Palestina y el pueblo saharaui, en contra de las dictaduras y de las guerras. No creo nada en las ideologías. Tenía un amigo que fundó el partido Maresme Independent. Solo lo votaron su mujer y sus padres.

“Me da igual que cierren comercios emblemáticos, lo que me jode es que haya quien se quiera aprovechar de ello, que quiera recuperar lo que es irrecuperable”. ¿A qué te referías?

— A este movimiento absurdo que reclama recuperar la Rambla. ¿Cómo se puede recuperar una cosa que está completamente perdida? ¡Es como si yo dijera que quiero recuperar a Alejandro! ¡Pero si está muerto! Cierra El Ingenio, cierra la Herboristeria del Rei, cierra todo. El Glaciar creo que lo ha comprado Mas i Mas. Nada es como antes.

¿Te duele?

— Nada es como era, repito, pero que nadie me llame nostálgico porque digo que lo que hay ahora no me gusta. No me gusta y punto. Está todo enfocado al turismo salvaje y pobre. No entiendo que a alguien pueda gustarle este panorama.

Hoy mismo [el pasado martes] el ‘Sense ficció’ explica el caso de Gustau Muñoz, el chico asesinado en 1978 por la policía. Es casualidad, en tu libro sobre los años setenta hablas de ello. ¿Os jugabais la vida?

— Siempre que íbamos a manifestaciones de aquella época nos la jugábamos, sí. Quizás eres consciente después. Pero ya ves qué pasa ahora, si vas a una manifestación un poco comprometida, quién sabe si te pueden vaciar el ojo con una pelota de goma.

¡Entonces eran balas!

— A Gustavo lo mataron por la espalda e hicieron desaparecer las pruebas. ¡Tantos crímenes de aquel tiempo han quedado impunes!

¿Te sientes un superviviente?

— ¡De todo! ¡Del sida! Murió mucha gente, como mi amigo Camilo, por ejemplo. O Javier Inés, el fotógrafo, y Eduardo Haro, el poeta. Fue una masacre, aquello.

¿Y del alcohol?

— Sí. Me bebía una botella de whisky diaria. No quise ir nunca a Alcohólicos Anónimos, si no te metías dentro de la cabeza que querías dejarlo de verdad no había nada que hacer.

¿Cuánto hace que no bebes?

— Cuando me puse a pintar lo tuve que dejar en seco porque el pulso no me respondía. Ten en cuenta que me despertaba con resaca y me emborrachaba para quitármela. Tenía una hora de lucidez hacia el mediodía. Me volvía a emborrachar, comía, hacía la siesta, me despertaba con resaca. Y volvía a empezar el bucle. O me dedicaba a ser alcohólico o cambiaba.

En Facebook, a pesar de la censura, eres muy activo, publicas muchas fotos y recuperas dibujos tuyos antiguos, pero ¿todavía dibujas?

— Cuando dejo una cosa la dejo definitivamente. Dejé de tocar la guitarra y me puse a dibujar cómic. La guitarra se la vendí a Sisa. Cuando me propusieron empezar a exponer dejé el cómic y me dediqué a la pintura. Me fue bastante bien pero con la crisis de 2008 cerraron varias galerías y dejé de pintar para ponerme a escribir y a hacer fotos. Un día intenté dibujar y la vista no me respondía, no tenía precisión. “Dejémoslo”, pensé.

¿Y la salud?

— Bastante bien. Ya hace tiempo que arrastro un glaucoma pero está estable. También tengo una catarata que parece el Niágara pero no me impide ver ni leer. Con el oculista hemos quedado que me lo operaré cuando toque.

“Pienso que la palabra ‘ternura’ todavía no ha caído en desuso ni ha sufrido ninguna devaluación. La ternura, como el deseo, es un sentimiento tangible y evaluable. La ternura podría ser el rastro que perdura después de las llamas del deseo...”

— Sí, estoy hablando de Alejandro. No le gustó. Él no leía mucho. Solo cosas sobre Al-Andalus y sobre jardinería. En la película Ordet, de Dreyer, los personajes descubren que es falso todo lo que se pensaban que era el amor. Para mí la palabra amor es muy equívoca. Es ridículo decirle a alguien con quien acabas de follar que lo quieres. Es ridículo que mi amigo bengalí me diga “Ti amo”.

La ternura te convence más que el amor...

— Si en silencio alguien pone la cabeza sobre mi pecho, esto es pura ternura. No hacen falta tantos “Ti amo”.

Subimos a la terraza de casa suya para ver el tendido de plantas que cuida cada día. Requieren atenciones y dedicación. Está la puerta que ha decorado y que tanto éxito tuvo en Facebook. Los hilos de tender, los cables de la luz y del teléfono. Un parking de aires acondicionados y el skyline barcelonés de azoteas, ropa tendida y cúpulas, la Mapfre y la Arts recortadas sobre el cielo. Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo, 3 de enero de 1944) atraviesa el alicatado con su camiseta negra sin mangas. Se ha cambiado los pantalones de pijama que llevaba cuando ha abierto la puerta. Pere le hace fotos y le pide esa sonrisa tan suya. La luz de la tarde es preciosa, ideal para cocinar, regar y fotografiar vida.

Diálogo Sevilla-Barcelona

La exposición del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) se inaugura el 23 de septiembre y estará abierta hasta el día de Andalucía, el 28 de febrero. Está comisariada por Juan Antonio Álvarez Reyes, que concreta cuál es la esencia de la muestra: "La obra de Nazario no sería igual sin tener presente la huella de Andalucía y cómo esta dialoga con la de Barcelona". Este diálogo es clave en la exposición y determina su estructura. Primero se aborda su formación en Sevilla y su entrada en el mundo de los cómics. Esta está profundamente conectada con la segunda etapa, la llegada a Barcelona en 1972, el underground, la contracultura, la etapa del post dibujo y entrada en la pintura. La tercera etapa es su regreso a Sevilla a través de su pulsión coleccionista: las postales relacionadas con la cultura y las tradiciones sevillanas y la cerámica de la Cartuja. También se expone una buena representación de sus fotografías eróticas. Este terreno, la intimidad de Nazario, es clave, según Álvarez Reyes: "La sexualidad, la forma libre de abordarla, su personalidad expansiva y natural, se manifiestan muy claramente en su obra". Y como espacio transversal para vehicularlo todo, la Plaça Reial, lugar que Álvarez Reyes destaca como muy relevante y que no se ha resaltado ni reivindicado lo suficiente desde las instituciones culturales catalanas. Al comisario de de la muestra le hubiera gustado poder llevar a cabo un proyecto tan estimulante como la posibilidad de que el visitante entrase en la Plaça Reial con unas gafas de realidad virtual por donde irían desfilando las fotos de Nazario. Una idea que tener presente desde Barcelona.

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