Navidades, a pesar de todo

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La Navidad es una fiesta que, para bien o para mal, ha trascendido su carácter religioso para convertirse en el momento del año de más recogimiento y conexión familiar. El carácter netamente consumista convive con un poderoso componente sentimental que cada uno vive a su manera y según su circunstancia: normalmente, para la gente mayor es la oportunidad de ver a los jóvenes de la familia, a los que suele no tener acceso. Para los jóvenes, en cambio, a veces es una obligación pesada y antigua, una opinión que a menudo con el paso de los años va dulcificándose. Sea como sea, la Navidad es un momento de vacaciones, de encontrarse con los seres queridos y los amigos, y de rituales que, a pesar de la tradición milenaria, no han parado de cambiar y adaptarse a los tiempos. Cada uno, cada familia, se lo monta a su manera. Esta es también una de las gracias de estas fiestas.

Pero este año las cosas aún deberán cambiar más y a la fuerza. La pandemia no entiende de festividades. El virus sigue entre nosotros y aprovecha nuestras ganas humanas de socializarnos para saltar de unos a otros y esparcir así los contagios. Navidad, con las comidas familiares como uno de los momentos estelares, es así terreno abonado para propagar la infección. Hay, pues, que evitar ponerle las cosas fáciles. Y la mejor manera de hacerlo es minimizando el riesgo, que en este caso significa reducir al mínimo el número de personas y hacer que sean las habituales del hogar. En caso de que se quiera mantener la cita anual deberá hacerse en grupos pequeños, a poder ser al aire libre o en espacios muy bien ventilados. Es absolutamente recomendable mantener el uso de la mascarilla salvo en el momento estricto de la comida, y garantizar distancias entre personas.

Las autoridades políticas y sanitarias han insistido mucho en estas cuestiones. Y han hecho bien. Nos va no solo la salud individual y colectiva, sino la necesidad de volver a la vida sin restricciones para así poder reactivar la economía. Dicho esto, quizás se ha menospreciado la parte sentimental y emotiva que toda esta necesaria contención social conlleva, una parte que en el caso de Navidad adquiere un protagonismo evidente. El dolor que pueda producir en algunas personas no poder celebrar la fiesta no puede ser obviado, y además se añade a un año en el que muchos habremos sufrido pérdidas irreparables. Por lo tanto, es necesario comprender las ganas de disfrutar de la compañía de los seres cercanos. Para algunos, desde un punto de vista psicosomático, la salud también depende en buena medida de una Navidad en familia. Entender esto también forma parte de la comprensión de la complejidad del momento. Así pues, celebremos esta Navidad responsablemente, sin ponernos en riesgo, y apoyando a los que más lo necesitan.

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