En defensa del periodismo enfadado

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BarcelonaSi hace unos días les hablaba de una periodista del Washington Post, Felicia Somnez, para plantearles el dilema sobre si alguien que había declarado ser víctima de una agresión sexual podía informar sobre agresiones sexuales, hoy les propongo viajar a Australia para seguir explorando esta cuestión. Samantha Maiden es una de las periodistas que ha liderado la exposición de casos de acoso sexual en la política del país. Otro veterano de la prensa de ahí, Aaron Patrick, firmó uno de aquellos artículos con la inequívoca misión de trinchar un personaje a partir de escoger alguna anécdota de niñez o juventud y elevarla a estatus de categoría condenatoria. Lo que hace El Mundo casi cada domingo, para entendernos. Pero he aquí que si el objetivo del artículo era denigrarla en el ruedo público, el disparo les ha salido por la culata: ha salido reforzada, con apoyos entre la profesión y en las redes.

La pieza explicaba como el periodismo “activista” y “enfadado” de unas reporteras había complicado la vida al primer ministro australiano. Y ponía en entredicho que alguien afectado directamente por una causa pueda cubrir de manera ecuánime una materia. Pero es que décadas y décadas de dominio masculino en las redacciones se han saldado con un balance tibio: los medios durante muchos años no fueron una fuerza de cambio contra una de las principales desigualdades que sufre el mundo. Claro que están enfadadas. Y tienen todo el derecho de utilizar los recursos del periodismo para señalar aquellas áreas que un poder eminentemente patriarcal se emperra en mantener en la oscuridad. Lo que no se vale es llenarse la boca con el concepto de servicio público, cuando se trata de favorecer la línea editorial de tu medio, y desterrar el resto como “activismo”. Es irrelevante si el periodismo es amable o enfadado: lo que importa es que sea riguroso.

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