Hechos y ficciones

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Pla del Parlamento  marcado por los presupuestos.

1. Amplio espectro. Era Hannah Arendt la que advertía de los peligros que se generan cuando la distinción entre hechos y ficciones deja de existir. La crisis de los presupuestos es una consecuencia de ello. El independentismo vive del mito de la proclamación de la independencia que fue pero no existió: ni siquiera se publicó en el boletín oficial correspondiente. El último tópico, que hemos oído repetido en cantidad suficiente estos días, es el de la mayoría del 52 por ciento, convertida en estadio superior del proceso independentista. Ciertamente fue (y sirvió para elegir al president Aragonès, después de hacerlo sufrir con un juego de zancadillas indigna de la causa, indicio de la precariedad de la coalición). Pero esta mayoría mítica se hizo en unas elecciones con participación muy exigua, en la que el independentismo perdió 700.000 votos. Mal va la cosa cuando el gran horizonte es a la baja. Cuando de la debilidad se hace virtud, quiere decir que la distancia entre realidad y ficción se ensancha. Es lo que se está viendo desde que hemos pasado de la larga resaca del 1 de Octubre a la lenta asunción de que estamos entrando en un periodo en el que queda mucho por retejer antes de poder pensar en nuevos impulsos. 

Los presupuestos eran una oportunidad de encarar positivamente un tiempo en el que inevitablemente irán emergiendo diferencias profundas y desacuerdos estructurales entre los partidos independentistas, como es propio de un movimiento transversal. Estamos en fase de mutaciones múltiples, que no permiten curiosear sin riesgo de descarrilar. Y, por lo tanto, ya no basta con repetir que la independencia es inexorable, como dicen algunos apelando a movimientos telúricos de la sociedad difíciles de predecir, o que es hora de un nuevo embate (como si con la palabra ya se pusiera todo en marcha) o que volveremos. El debate de presupuestos está abriendo brechas: ni es raro, ni era imprevisible, ni es objetable. Es legítimo que cada cual defienda sus intereses en una coalición que tiene su gama de derechas y de izquierdas decididas a ganar posiciones.

2. Revisión estratégica. La CUP servía para envolver el pastel: la mayoría del 52 por ciento. Su voto, si era a cambio de poca cosa –aunque molestaba a sectores de Junts por poca que fuera–, mantenía viva la coartada. No se han dejado: los designios de la CUP son inexorables. Y el presidente Aragonès ha ido a buscar a los comuns: era lógico por la relativa proximidad ideológica y porque le permitía tener margen para arrancar algo en el debate de presupuestos del Estado. Junts ha puesto el grito en el cielo. Ellos, en caso de emergencia, preferían a los socialistas, que hoy en día juegan en Catalunya el papel de gente de orden tanto en materia económica como política. Sea dicho entre paréntesis, no deja de ser curioso después de lo que se ha llegado a decir sobre el populismo antisistema de Unidas Podemos y de los comuns que sean los que están apuntalando los gobiernos tanto en España como aquí. A veces (no siempre) los antisistema tienen más sentido común que el sistema. 

¿Para qué ha servido todo esto? Para que se tome conciencia de lo que es obvio. En el independentismo (como en el conjunto de Catalunya) hay una diversidad de intereses y de concepciones del mundo. Durante un tiempo parecía que el Procés lo tapaba todo y el juego se reducía a la querella entre patriotas: unionistas e independentistas, con poco espacio para los matices. Pero los intereses no se congelan indefinidamente. El panorama se empieza a clarificar: la derecha independentista, neoliberales y conservadores, ya hace tiempo que da señales de vida. Y parecía que tarde o temprano Junts per Catalunya se acabaría partiendo dada su diversidad ideológica. La pregunta es: ¿tenemos que entender que el sector neoliberal se está imponiendo dentro del grupo?

En todo caso, sería bueno que el president Aragonès liderara una revisión estratégica ahora que ya se hace evidente que las tensiones internas no cesarán. La rivalidad está en casa: los espacios electorales se tocan. Y algunos tienen prisa. Solo así se entiende que Elsa Artadi –miembro destacada del socio de coalición– cargue contra el presidente de su gobierno. ¿Podemos esperar que el sentido de la responsabilidad resurja entre los intereses personales de cada cual y las ficciones que todo lo esconden?

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