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La hora de aislar a Trump

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Manifestants seguidors de Donald Trump dins el Capitoli

BarcelonaEl presidente Donald Trump ha llevado demasiado lejos su increíble espiral de negación de la realidad, es decir, de no reconocimiento de su derrota electoral. Lo que ha hecho es inconcebible, un ataque en toda regla desde dentro, desde la misma cumbre institucional, a la democracia de la primera potencia mundial: ha usado su cargo para incitar a las masas a asaltar la cámara de los representantes de la soberanía popular. No hay precedentes de unos hechos así ni en los Estados Unidos ni en muchas otras latitudes. Y los precedentes más conocidos nos transportan a épocas funestas de la historia contemporánea. La comparación entre el populismo conspiranoico de Trump y los fascismos del siglo XX ya no es ninguna banalización. La deriva del todavía presidente ha traspasado todos los límites. A pesar de que se veía a venir que podía pasar alguna barbaridad, la visión del Capitolio invadido por extremistas trumpistas armados ha dejado sobresaltado a medio mundo, y avergonzado al grueso de la sociedad norteamericana, que no se reconoce en un espectáculo tan negro. Entre quienes no se reconocen, por lo que se empieza a ver, también está una parte considerable y relevante de votantes y miembros del Partido Republicano, dentro del cual ya se puede hablar de fractura.

Aunque a Trump solo le queda hasta el día 20 de enero como presidente, y aunque después de azuzar el caos y la confrontación hasta extremos indecentes, con el resultado de cuatro muertos y el desprestigio de un sistema democrático bicentenario, haya dicho que facilitará una transición de poder, su credibilidad es nula. Porque, al mismo tiempo que dice esto, sigue afirmando –y por lo tanto, mintiendo– que se le ha robado la victoria en las urnas y es incapaz de condenar ni hacer la más mínima autocrítica por los lamentables hechos ocurridos, de los cuales es el máximo responsable. Ante esto, pues, ahora sí que de una vez ha llegado la hora de poner el punto final a un presidente que se ha demostrado nefasto para la convivencia democrática en los Estados Unidos. En esta línea va la petición del Partido Demócrata de activar la 25ª Enmienda de la Constitución para destituir inmediatamente a un presidente que, en efecto, es "incapaz de cumplir los poderes y deberes de su cargo". Para sacarla adelante, sin embargo, harían falta los votos de dos tercios de la Cámara de Representantes y del Senado. A pesar de la división que está aflorando en las filas republicanas, resulta difícil pensar que pueda prosperar.

Trump, aun así, representa ahora mismo un peligro para los EE.UU.: es impredecible qué puede llegar a hacer en su deriva delirante. Sea como fuere, en el supuesto de que se mantenga hasta el final a la presidencia, lo que sí que tendría que prevalecer, con la participación de los republicanos que están abriendo los ojos –ni que sea con la legítima expectativa de preservar su futuro y reconstruir su espacio–, es el aislamiento de un político antipolítico que pasará a la historia como el presidente que lideró un ataque contra el Capitolio, contra la sede de las libertades, contra la esencia del espíritu sobre el cual se sostiene la nación norteamericana. Un presidente así tiene que quedar como una mancha negra, como un error, como una vergüenza. No se le puede dar ningún margen para rehacerse. No puede volver. Ahora es la hora de aislarlo.

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