Lo peor siempre está por llegar

Los europeos olvidan que la mayoría de norteamericanos no leen el NYT, el 'Post' o 'The Atlantic'

Mónica García Prieto
3 min
El pitjor sempre ha d’arribar

Resulta tentador hacer previsiones basándonos en nuestros sesgos, que a menudo confunden deseos con realidad. Los europeos más informados sobre EEUU beben de fuentes como The New York Times, CNN, The Washington Post o The Atlantic pero olvidan que los norteamericanos reales, la enorme mayoría del país, no consume esos medios. Como los europeos reales, se alimentan de redes sociales, de pequeños canales interesados y sesgados y de la rumorología aventada y legitimada por Donald Trump, rey de la desinformación, y contra eso no hay 5 Ws que valga. Así que voy a enfrentar mis propios sesgos para ponerme al otro lado. ¿Y si Trump renovase cómodamente y sin recurrir a la violencia?

Desde la II Guerra Mundial, sólo tres presidentes norteamericanos han perdido su reelección, lo cual no resulta halagüeño. Las encuestas, además, se caracterizan en los últimos años por equivocarse -aquí y en Washington- por lo cual ya no deberían ser referencia: las de 2016 demostraron que los votantes mienten al pronunciarse. ¿Y si los desengañados del sistema, quienes desdeñan a los expertos, no colaboran en los sondeos? ¿Y si sólo se pronuncian quienes quieren salvar a la democracia con su voto, conscientes de la peligrosa senda al autoritarismo emprendida por el republicano?

La pregunta es hasta qué punto la indignación -hacia la clase política convencional, hacia los medios convencionales y hacia el sistema- se ha impuesto al sentido común y al bien del colectivo. La campaña de la prensa liberal, empeñada en verificar cada discurso o tweet plagado de mentiras del presidente, ha demonizado a un Trump que se presenta como víctima del sistema, y eso representa a una buena parte del electorado abandonado, negado y defraudado por las promesas incumplidas de la clase política convencional.

Las vanas ofertas de esperanza, prosperidad y futuro que acaparan las campañas para materializarse en nada hoy son un revulsivo. Trump, empeñado en encarnar una alternativa -pese a encarnar ese sistema- al convencionalismo político, sí ha ofrecido logros: la economía mejoró notablemente hasta la Covid-19, inició un proceso de paz en Oriente Próximo que está dando resultados y el paripé norcoreano copó portadas. Sus seguidores no van a recordar la extrema y enquistada división social y en todo caso recordarán de forma positiva la retirada del Acuerdo de París, la OMS y otras instituciones y el varapalo al acuerdo de desnuclearización iraní, porque no les afecta en su día a día. Las previsiones de crecimiento del PIB en el tercer trimestre de 2020 son inmejorables: se estima una subida del 33% pese la Covid, un dato que podría beneficiar mucho al republicano.

Una encuesta de Gallup apuntaba a que el 56% de los estadounidenses considera estar mejor hoy que hace cuatro años. En 2012, cuando Barack Obama fue reelegido, el 45% decía estar mejor que cuatro años atrás y en 2004 se pronunció en el mismo sentido el 47% que reeligió a George W. Bush. Incluso antes de que Reagan ganara la reelección en una aplastante victoria, en 1984, el 44% de los votantes afirmó estar mejor que cuatro años atrás.

La incertidumbre y la sensación de fraude que ha generado sobre un supuesto fraude electoral también movilizará votos indecisos, cohesionados por los múltiples enemigos invisibles azuzados por Trump: China, el virus de Wuhan, los demócratas, los marxistas, socialistas y la izquierda en general, los extranjeros, nosotros, todos.

Pero, sobre todo, las posibilidades de que renueve se basan en la imagen que proyecta. Frente a la tibieza de Biden, el ciudadano medio quiere verse reflejado en un triunfador, capaz de recuperarse en tiempo récord del virus que doblega al mundo. Trump encarna el hiperliderazgo y apela a las emociones despojadas de razón, al estómago que desdeña a los expertos, lo políticamente correcto y esa indefinida casta que engloba a cualquiera que no piense como ellos. Trump no se caracteriza por pensar, hace lo que se le antoja y eso forma parte del sueño americano. Trump es carisma en negativo, hiperactividad, arrogancia y la pura imagen del poder, del macho alfa y del niño malcriado que tan bien encarna a una buena parte de todas las sociedades, de la suya y de la nuestra. Es el reflejo exitoso en el que muchos desean verse reflejados y la némesis de otros muchos, horrorizados ante la idea de que siga en el poder un hombre que exacerba la división y promociona la violencia. Habrá que ver qué EEUU pesa más.

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