Margarit y la austeridad de la verdad

Esther Vera
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Dice el poeta Joan Margarit en su libro Poètica (editado por Empúries) que le debe a Jorge Luis Borges haber aprendido "la exactitud de las palabras, que nunca es un artificio"; a Rosalía de Castro, "cómo te puedes mover por las zonas más oscuras, más lóbregas y tristes del ser humano con dignidad", y a Elizabeth Bishop le debe no haber caído en la tentación de los atajos. La obra de Stuart Thomas lo convenció "que para hablar de algo se le tiene que querer y a la vez ponerlo en entredicho con la misma furia" y, al mismo tiempo, que sin ternura no puede haber un buen poema. Sobre Gabriel Celaya, dice Margarit: "Me fascinó mostrándome la alegría que me salvaba desde el centro mismo de la desamparo", y es que Margarit es como sus poemas, sorprende por su honesta intensidad, la incapacidad para el autoengaño , la aversión por el artificio. Sorprende por la ternura y una risa franca como un torrente.

Hoy, Margarit (Sanaüja 1938), el poeta que nos ha llenado tantos silencios a sus lectores, se detiene para hacer balance: "Es cómo si vivir fuera cruzar andando en equilibrio un paso muy estrecho por encima de un precipicio: hay que hacerlo rápido y sin mirar hacia abajo" y sabe que su paso por la maroma tiene sentido con la arquitectura y la poesía. El muro, la casa, la estructura, la intimidad por un lado y la poesía por el otro, que ha sido la manera de poner palabras a la vida. A la suya, y a la nuestra. Gracias.

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