CRÍTICA TV

La cultura 'Operación Triunfo'

La productora ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y tendencias

Mònica Planas Callol
2 min

Domingo se estrenó en La1 la undécima edición de Operación Triunfo, que fue líder de audiencia en Catalunya con 262.000 espectadores y un 14% de cuota de pantalla. El año que viene hará veinte años que este talent show se estrenó y a pesar de la pausa de seis años y la evolución de la televisión, la productora ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y tendencias.

Hay elementos de este programa que perduran desde el primer día. Lo esencial es el de poner en valor la Academia como base sobre la que se estructura el espectáculo. El programa prestigia la formación en múltiples aspectos que no sólo tienen que ver con el talento musical, sino también con la vertiente humana. Seguramente por eso, Operación Triunfo ha acabado encontrando su lugar en la televisión pública y no en la privada, donde lo que se prioriza son los conflictos, los melodramas personales y el éxito mediático individual. Otros aspectos que no han cambiado son los tópicos. Continuamos oyendo las letanías de "la música es mi vida" y "lucho por mi sueño" y sus derivados. El programa explota la emocionalidad del formato, ya sea con melodías épicas mientras el concursante confiesa sus dramas o abraza a la familia que llora como culminación de tantos esfuerzos.

Este año, Operación Triunfo ha reincorporado una de sus figuras emblemáticas: Nina, histórica directora de la Academia del programa. Ahora ha vuelto como miembro del jurado y marca las diferencias. Mientras los talent shows son formatos que están repletos de tópicos, obviedades, frases vacías, ramplonería, adjetivaciones fáciles, cortesías mediáticas, hipocresías televisivas y exaltaciones emocionales, en la primera edición Nina demostró que existe la posibilidad de hacer valoraciones más técnicas y, sobre todo, tener la capacidad de hacer preguntas puntuales a los concursantes que ponen de relieve el espíritu crítico, más allá del televisivo.

Pero lo que llama más la atención, si lo comparamos con las primeras ediciones, es cómo han evolucionado los concursantes. Los participantes actuales son hombres y mujeres que han crecido con Operación Triunfo y los talent shows y realities en general. Tienen la conducta mediática integrada. Y son generaciones que han tenido a su alcance, de manera sencilla, cantidades ingentes de vídeos y música, posibilidades de registrarse y facilidad para interactuar con las cámaras, aunque sean las de sus móviles. Son concursantes que llevan de serie un sentido del espectáculo, de la exhibición y del talante televisivo. Del mismo modo, a la hora de construir sus vídeos de presentación, el programa ya puede incluir imágenes de archivo de la vida de los concursantes que muestran su ADN musical prácticamente desde su infancia. Como fábrica de talentos, Operación Triunfo es el formato más honesto en la relación esfuerzo-aptitud-éxito. Otra cosa muy diferente, sin embargo, es cómo todo ello entronca con la cultura musical del país y si, de alguna manera, contribuye a enriquecerla o a empobrecerla.

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