CRÍTICA DE TV

Rahola y las preguntas infrecuentes

Rahola vive instalada en su filípica y el programa ya se ha acostumbrado

Mònica Planas
2 min

Este sábado por la noche Pilar Rahola era recibida en el Preguntes freqüents con más deferencia de lo que es habitual. No aparecía entre bambalinas, por detrás de la presentadora, para sentarse rápidamente en la mesa. Esta vez Cristina Puig hacía un cierto ceremonial para generar suspense. Cruzó todo el decorado para esperarla junto a la gran pantalla que hace de escenario del programa. Rahola entró con la sonrisa cómplice de quien se sabe todavía más protagonista que de costumbre y las dos volvieron a atravesar el plató para sentarse en la mesa. Los espectadores entendimos enseguida que Rahola se avenía a hablar públicamente de sus conversaciones privadas que la Guardia Civil ha filtrado ilegalmente a los medios. No era un soliloquio cualquiera de Rahola sino que a esa intervención le daban carácter más solemne a pesar de que los letreros canallas impresos en pantalla para presentarla restaban –como es habitual en este programa– respeto por el contenido.

Pilar Rahola soltó un monólogo en defensa propia. En dieciocho minutos presumió de su “potencia dialéctica” y de su capacidad para pisar callos y nos aleccionó sobre la cara oculta de los medios diciéndonos que, al fin y al cabo, “todo el mundo presiona”.

Fue decepcionante el papel de Cristina Puig, que, más que hacer preguntas clave a una de las grandes protagonistas de la semana, se dedicó a alimentar los lamentos de Rahola. La colaboradora tiene, como mínimo, razón en un hecho: se le han vulnerado los derechos fundamentales publicando unas conversaciones privadas. Pero también es obvio que Rahola juega en casa. Si ella aceptaba hablar públicamente esa noche, se esperaba por parte del programa una actitud más proactiva: si el asunto salpica la gestión de los medios públicos, el caso es de interés público. Pero Rahola vive instalada en su filípica y el programa ya se ha acostumbrado. Puig, más que interrogar, le daba pie a ampliar su discurso. “De tu conversación con David Madí una de las cosas que han provocado más reacción política ha sido sobre tus colaboraciones en TV3...”, le apuntaba la presentadora con cautela. Y Rahola replicaba: “¡Poquitas! ¡Poquitas, a pesar de la fama!” Habría estado bien preguntarle cuántas veces a la semana y durante cuánto tiempo le parecerían las correctas a la hora de aparecer en antena. Porque su llanto era una especie de paradoja en bucle: se quejaba de salir poco en un programa donde, esa noche como mínimo, entre una cosa y la otra, se pasó treinta y nueve minutos en el plató diciendo lo que le pareció. Acabado el discurso de Rahola, Puig dio paso a otra entrevista. Y eso sí que fue sorpresivo. Era el gran tema de actualidad de la semana y los cuatro periodistas que tenían como invitados de piedra sentados en el plató no tuvieron la oportunidad de hacerle ni una sola pregunta a Rahola. No pudieron abrir boca. Menos mal que el programa se llama Preguntes freqüents. Pronto podrán poner uno de estos letreros canallas que aclare que las preguntas, según cómo, son menos frecuentes para que el espectador no se haga muchas ilusiones.

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