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Un nuevo pacto

Pronto descubrí que en el supermercado de mi barrio, en los Estados Unidos, muchos de los trabajadores eran latinos. Inmediatamente también vi que si cambiaba de idioma y les hablaba en castellano -un automatismo me hacía pensar que era una deferencia o una muestra de simpatía- ellos mantenían tercamente el inglés. Fuera cuál fuera el nivel de dominio del idioma del país que nos acogía a los dos, preferían continuar hablando la lengua que les integraba y les daba capacidad de progresar como un más en su nueva sociedad. Me equivocaba cambiando de idioma y ellos apreciaban, precisamente, ser tratados en la lengua de prestigio.

¿Por qué se habla una lengua? Por amor, por utilidad. Es decir, porque tus padres te la transmiten o para progresar y formar parte de un grupo social. Con los otros catalanes, la lengua catalana dio un paso de gigante gracias a todos aquellos patriotas -estos, sí- que hicieron la opción a favor de la cultura y la lengua de acogida legando a sus hijos una cultura, unos valores y un idioma que no habían sido los de su cuna. Los hijos de aquella inmigración son hoy los garantes de la lengua y los responsables de acoger las nuevas inmigraciones acompañándolas de oportunidades.

¿Una lengua útil?

Hoy en Catalunya podemos estar en riesgo de perder la utilidad social de la lengua, la aceptación sutil que el ascensor social y la integración en la sociedad pasan por el abrazo a una lengua y una cultura abiertas.

Es el momento de hacer balance y de volver a prestigiar el idioma y los valores de cohesión que representa. Tener una lengua de acogida, abierta y no bunkerizada pasa principalmente por su utilización en la escuela y de aquí al resto de la sociedad y a la contracultura misma.

No engañarse

El primer punto para hacer algo de provecho es no engañarse. Salir de la plácida comodidad del autoengaño que puede aplazar durante un tiempo que la realidad se filtre en forma de contradicciones y provoque cambios incómodos, pero imprescindibles para avanzar. Y en estas nos encontramos respecto a la situación de la lengua catalana, que necesita más que nunca un diagnóstico cuidadoso y realista de su uso social y escolar. La realidad hoy en día es que políticamente se está defendiendo con más grandilocuencia que efectividad una cosa que no existe. No deja de ser sorprendente que Ensenyament admita que no tiene un conocimiento exacto del grado de cumplimiento de la inmersión en Catalunya, pero está clar que la inmersión se aplica a medias.

Una inmersión que no se aplica

A falta de datos precisos, un estudio reciente asegura que en el paso de primaria a secundaria “se produce una reducción del uso del catalán como lengua vehicular, tanto por parte de los docentes como de los alumnos”. Mientras que el 80,4% de los profesores hablan en catalán a los alumnos en 6º, la cifra baja hasta el 73% en 4º de la ESO. A la vez, el 19% de alumnos de 6º dicen que los docentes se les dirigen igual en castellano que en catalán, un porcentaje que se ensarta al 25% en 4º de la ESO. El informe concluye que, si bien el catalán “es el centro de gravedad” del sistema educativo, hay un “número significativo de alumnos y docentes que hablan en castellano en clase, sobre todo en secundaria”. Fuera de la escuela, sabemos que solo el 19,6% de los barceloneses de entre 15 y 29 años tienen el catalán como lengua de primer uso -una caída de más de 10 puntos en solo 5 años- y que el 36,1% de los habitantes de Catalunya hablan normalmente en catalán, 10 puntos menos que hace 20 años.

La oleada de los grandes idiomas obliga a todas las culturas pequeñas en número de hablantes a reforzarse. Pero no será bunkerizándose y cerrándose como sobrevivirá el catalán en un mundo que habla inglés y castellano con altavoces atronadores . La defensa de la lengua pasa por las oportunidades de una vida mejor, de acogida, de diálogo cultural, de no caer en la trinchera.

El momento es importante y habrá que ver qué capacidad tienen los partidos centrales del país de llegar a un nuevo consenso. Hay que mantener a los jueces fuera de los programas pedagógicos, pero también que los partidos mayoritarios pacten un modelo actualizado, flexible según las necesidades de los centros, y que garantice que no solo los hijos de la escuela concertada o privada hablen idiomas extranjeros.

La lengua no se salvará bunkerizándola, pero necesita protección y volver a convertirla en un instrumento pactado a favor de la cohesión social, la integración y la agitación cultural. De momento, las críticas entre los partidos independentistas, la tentación del PSC de acercarse al electorado de Ciutadans y el envenenamiento de Cs y PP del debate público no son una buena señal.

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