La polarización alrededor de la monarquía

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Mural a los jardines de las tres chimeneas de Barcelona.

Una previa. El caso Urdangarin mostró hasta qué punto la rama familiar de los Borbones que impuso el general Franco disfrutaba de una completa impunidad. Juan Carlos I, "sucesor a título de rey" del militar faccioso responsable del golpe de estado del 18 de julio del 1936, hizo como quien oye llover. Para el entonces todavía rey, el caso Urdangarin resultaba potencialmente más amenazante que los temas de bragueta o de safari, porque comprometía a toda la institución y los oscuros mecanismos políticos, judiciales, militares, económicos y mediáticos que la sostienen incondicionalmente. Pero ¿qué pasó, en realidad? Pues que lo que tendría que haber sido denominado el caso Zarzuela pasó a ser el caso Nóos. Y tal día hará un año. Este es el contexto para entender todo lo que ha sucedido después. No se trata, pues, de una impunidad abstracta, sino perfectamente institucionalizada. La posibilidad de sacrificar una pieza menor como Iñaki Urdangarin no constituyó una excepción a la mencionada impunidad, sino que la corroboró. 

Y he aquí –¡qué casualidades tiene la vida!– que, en plena conmemoración del 40º aniversario del 23-F, el rey emérito anuncia una supuesta regularización de sus deudas con Hacienda. La imagen es entrañable: mientras Felipe VI alaba la figura de su padre, este afloja la mosca gracias a la solidaridad de sus amigos (los favores siempre se acaban pagando, o cobrando). Y, de nuevo, tal día hará un año... ¿o quizás ya no? En este caso la cosa no parece tan sencilla. Cuando en 2006, a raíz del caso Palma Arena, se empezaron a hacer públicos los primeros indicios de lo que posteriormente se conocería como caso Nóos, no había una polarización social alrededor de la institución monárquica como la que hoy resulta tan evidente. Por supuesto, existían muchos republicanos, y también partidos políticos comprometidos con este ideario, pero en ningún caso podían llegar a formar un bloque tan considerable como el actual. Desde una perspectiva numérica –es decir, de escaños– hoy es impensable una reforma constitucional destinada a implantar un régimen republicano en España. Aún así, lo que pueda pasar a medio plazo como consecuencia de la nueva pauperización de ciertos estratos de las clases populares y medias derivada de la pandemia es imprevisible; al menos yo no dispongo del don de la profecía. Que nadie descarte, por ejemplo, un apuntalamiento o fortificación de la institución por la vía paradójica de una extrema derecha emergente que durante la Transición nunca apoyó al juancarlismo mientras que ahora reivindica de forma acomodaticia la monarquía. 

La pregunta interesante, en todo caso, es la siguiente: ¿cómo se ha podido llegar hasta aquí? Es decir, ¿cómo puede ser que el heredero explícito del dictador responsable de la monstruosa carnicería de la Guerra Civil acabara siendo aclamado como un héroe de las libertades democráticas? Hay una respuesta inmediata, pero también insatisfactoria, que hace referencia a la necesidad colectiva de cauteritzar viejas heridas, etc. Ya no cuela: en 1975 ni las heridas eran viejas (la generación que había hecho la guerra todavía vivía) ni era posible cauterizarlas porque, en muchos casos, ni siquiera se reconocía la existencia objetiva de la herida. Contemplando el asunto con una perspectiva de 46 años, se constata la efectividad de ciertas ideas que entonces parecían simples ocurrencias, o quizás titulares periodísticos descontextualizados. ¿Cómo se gestó ese estado de ánimo? Responder a esta pregunta requeriría varias tesis doctorales, obviamente. Hagamos solo un simple apunte relacionado con las ideas de Torcuato Fernández-Miranda y Hevia, que, a nuestro modesto entender, fue el verdadero artífice intelectual del régimen del 78. Prudente y sinuoso, Fernández-Miranda sostuvo que del régimen del 39 al del 78 se había llegado "de ley a ley", es decir, no rompiendo nada pero a la vez cambiándolo todo. Este cuento junto a la chimenea, absolutamente inverosímil, gustó tanto a los viejos franquistas como a los nuevos demócratas. Y la pieza central de la cosa era, obviamente, un rey constitucional que, a la vez, había sido declarado poco antes sucesor del dictador "a título de rey". 

Juan Carlos I en el entierro de Francisco Franco.

Hace cuatro décadas, y también más adelante, esta extraña historia podía resultar asumible ni que fuera por la vía del pragmatismo cobarde. Hoy, en cambio, la idea de Fernández-Miranda hace ruborizar, y esto es justamente lo que garantiza que la polarización que estamos comentando prospere. Polarizar quiere decir generar dos polos. No tres, ni uno, ni cinco. No: dos, y solo dos, polos. Todo ello significa que casi todos los partidos se sentirán incómodos porque tendrán que compartir trinchera, y solo hay dos posibles. Complicado, complicado...

Ferran Sáez Mateu es filósofo

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