COMPAÑEROS DE VIAJE

La vida paralela

Rafael Argullol
2 min
La vida paral·lela

Según contó él mismo después, el día que había decidido suicidarse, a los 24 años de edad, Gustav Meyrink se encontró con un folleto que alguien había deslizado por debajo de la puerta de su habitación. Su título era La vida postrera y el hallazgo le hizo detener el dedo que ya estaba a punto de apretar el gatillo. Este acontecimiento no solo le libró de la muerte sino que cambió su vida y su concepción de las cosas. Tras él Meyrink se dedicó a investigar lo que podríamos denominar existencia paralela. No tenemos por qué dudar de los artistas cuando nos informan de estos hechos epifánicos, sobre todo si, con el tiempo, son capaces de escribir una novela como El Golem.Según contó él mismo después, el día que había decidido suicidarse, a los 24 años de edad, Gustav Meyrink se encontró con un folleto que alguien había deslizado por debajo de la puerta de su habitación. Su título era La vida postrera y el hallazgo le hizo detener el dedo que ya estaba a punto de apretar el gatillo. Este acontecimiento no solo le libró de la muerte sino que cambió su vida y su concepción de las cosas. Tras él Meyrink se dedicó a investigar lo que podríamos denominar existencia paralela. No tenemos por qué dudar de los artistas cuando nos informan de estos hechos epifánicos, sobre todo si, con el tiempo, son capaces de escribir una novela como El Golem.

Pocas lecturas recuerdo más estimulantes. Tras ella leí otros textos de Meyrink: ninguno de ellos se acercaba a la grandeza literaria de El Golem y me convencí de que el escritor austríaco era uno de esos autores que se justifican ante sus lectores por un único libro. No sé si en este caso esta apreciación es justa pero, sea como fuere, un único libro maravilloso ya es mucho. Gustav Meyrink traslada a su novela un elemento poderoso del folclore judío, un homúnculo creado mágicamente, para concentrar en él toda aquella existencia paralela formada por sueños y sombras que, en su texto, desborda el marco esotérico para apoderarse de la conciencia de todos los hombres.

El Golem hebraico deja de ser una criatura alquímica para convertirse en el inquietante símbolo de aquello que deseamos y negamos, de aquello que tememos y anhelamos. Sin pertenecer a ninguna escuela concreta Meyrink participa del expresionismo y anticipa el surrealismo. Inolvidable es su recreación de ghetto de Praga. Hasta el punto de que quizá el auténtico protagonista de la novela sea la propia ciudad, una Praga laberíntica, oscura y fascinante como lo son ciertos sueños que, al mostrarnos lo más oculto de nosotros, nos hacen despertar con la cabeza pesada, turbados por la evidencia de que una vida paralela se enrosca en nuestra vida cotidiana.

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