Seis motivos para ir a votar / La gente que nos acompaña

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Seis motivos para ir a votar

1. “Cada vez que se pueda, hay que ir a votar”. Me lo dijo mi abuela, una mujer que nació y murió en democracia pero que se tragó una guerra y cuarenta años de dictadura. Desde aquel consejo, he visto las urnas más como una obligación moral con el presente que no como un derecho voluntario. 2. Estas vuelven a ser unas elecciones fuera de plazo, convocadas de forma extraña. Si en 2017 fue Rajoy quien, en nombre del artículo 155, expulsó al Govern y fijó la fecha, ahora las urnas llegan por una cuenta atrás no menos perversa. Se inhabilita al president y, a partir de aquí, el calendario nos lleva hasta las urnas. La mejor respuesta es votar para decidir quién somos y qué queremos. 3. Estas son las primeras elecciones al Parlament que se convocan después de la sentencia del Tribunal Supremo que condena a más de cien años de prisión a los nueve políticos. La indignación pasó por Urquinaona, pero ahora es la hora y el lugar de expresarnos ante la injusticia. 4. No tenemos el país que queremos. Por diferentes motivos, Catalunya ha perdido comba. El último Govern ha sido un lío. Votar, pues, es la manera de volver a repartir las cartas para empezar a exigir que, mande quién decidamos que mande, lo haga mejor y con más rigor. Hay que aparcar la mirada estrecha y volver a la mirada ambiciosa, al liderazgo económico y a luchar por el bienestar del siete millones y medio de personas. 5. Con el miedo a las infecciones, se prevé que la abstención pueda crecer mucho respecto al récord de votos del 2017. Nos conviene una participación alta porque nadie pueda desleír, todavía más, nuestro Parlament. 6. Quien más quien menos, todos conocemos personas que se han muerto en esta pandemia. Habrá 20.000 catalanes que tenían una idea para su país y la historia se les ha parado de golpe. Más o menos, todos intuimos qué votaban nuestros amigos o parientes que han pasado abajo apresuradamente. Si no sabes qué votar, piensa en la papeleta que él habría cogido. 

La gente que nos acompaña

Joan. No sé el apellido. Desde hace ocho años, cada miércoles, nado junto a Joan a secas mientras sale el sol. Él va a su aire por el carril del medio. A mí me gusta más hacer largos junto a la ventana, para vigilar el coche desde un agua que, a veintiocho grados, nos parece fría. Joan, rozando los setenta, aparca su Audi dentro del recinto del club deportivo a la hora que no hay nadie. Entramos solos, nos cambiamos solos y mientras cogemos las aletas, el gorro y las ojeras, charlamos. Básicamente del Procés, del país y del Barça. Sus ganas de independencia son las mismas desde el día que lo conocí. Sabe cosas. Tiene contactos y mucha información. A veces no sabes si se mueve entre pescados gordos o, sencillamente, son muchas horas de radio por la mañana y de navegar por internet por la tarde. Tiene tiempo libre. Cuando se ha de declarar la independencia, él se va al Arc de Triomf y vuelve decepcionado, con el rabo entre piernas. Cuando los músicos de viento por la independencia tocan en la plaza de Sant Jaume, él se apunta a tocar para protestar. Es un hombre con una buena caja torácica y pulmones de trompetista. Está fuerte, cuadrado, en forma. Cuida su cuerpo y mente y es muy activo. Firmaría llegar a su edad –más setenta que ochenta, insisto– hecho una mula. Con la pandemia se ha portado bien. Con el confinamiento, en casa. Así que cuando nos soltaron a la piscina, volvió con todas las precauciones. Con la tercera oleada no ha venido más, aunque esté permitido. Nos deseamos un buen año en diciembre y ya no nos hemos vuelto a ver. El pasado miércoles, cuando yo nadaba por mi carril, me dijeron que Joan se murió hace diez días. De repente, en el hospital, de covid. No me lo acabo de creer. No éramos amigos, pero nos entendíamos de cinco minutos en cinco minutos. Éramos, el uno por el otro, la compañía necesaria en el cruce de las rutinas de la vida. Pregunto su apellido y me lo dicen. El domingo votaré por Joan. 

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