Un rey en la trinchera

El desastre actual tiene que ver con las jefaturas del estado de Juan Carlos y de Felipe

Suso De Toro
3 min
Un rei a la trinxera

Es curioso que se escriban pocas o ninguna reflexión sobre la actuación de esta jefatura del estado, sobre la impronta que el Borbón Felipe VI está imponiendo a la política española.

Franco impuso una jefatura del estado y a partir de ahí se tejió una constitución a medida. Esta evidencia es la que fingimos haber olvidado y sin embargo es el problema original de donde nacen graves problemas de la vida pública española. Tanto poder sin controles democráticos sobre la jefatura del estado dejó indefenso al sistema representativo español. Vivimos bajo la tutela del jefe de las Fuerzas Armadas, nos lo recordó Juan Carlos cuando Suárez quiso iniciar una política verdaderamente autónoma y una vida pública sin miedo. Al día siguiente del 23 de febrero Juan Carlos I llamó a la Zarzuela a los representantes de los partidos estatales, los que sostienen el sistema político, y les explicó las nuevas reglas del juego y el diseño definitivo del estado. El PSOE de González redactó a continuación la LOAPA. El Tribunal Constitucional de entonces se creía su papel e impugnó varios aspectos de aquella ley recentralizadora. Preguntémonos como actuaría hoy el Constitucional.

Las décadas de estabilidad obligada consolidaron el sistema económico especulativo y parasitario del estado que venía de Franco y la concentración de todo poder en el núcleo duro de la corte. El reinado del padre acabó por extenuación y en su recta final se produjo una maniobra de fondo que subvirtió el funcionamiento del sistema de poderes. La estrategia iniciada por Aznar y Trillo de transformar la Justicia, ya heredera el peso de la justicia franquista, en un arma política culminó en la maniobra del Tribunal Constitucional hace diez años con la sentencia del estatuto catalán.

Aquella sentencia desencadenó la respuesta defensiva de la sociedad catalana -los independentistas entonces eran minoría-, pero lo más grave es que estableció la preeminencia del poder judicial sobre el ejecutivo y el legislativo. Una completa subversión de los poderes del estado: en España mandan los jueces, de derechas.

¿Cómo pudo ocurrir algo así sin respuesta? Precisamente porque la jefatura del estado acumula tanto poder y no está sometido a controles democráticos. Un sistema político que diga basarse en un juego de poderes autónomos necesita arbitraje institucional y Juan Carlos había abdicado de ejercerlo. Y, recuerden, esto no es una república. No se entiende la evolución y el desastre de los últimos años sin ese vacío político en el ejercicio atento y responsable de la jefatura del estado.

Si fue determinante el modo de ejercer la jefatura del estado del anterior Borbón, también lo está siendo el de este. Felipe VI está recuperando el tiempo perdido para la corona y lo hace a su particular modo. Si Juan Carlos, con su famosa campechanía, tras el golpe del 23-F estableció un entendimiento con aquel PSOE de González que se le conservó todo su reinado, su sucesor aparece hoy situado en la clara derecha; que sea la extrema derecha quien hace bandera de la monarquía es causa o consecuencia.

Felipe VI está condicionando la vida pública y las decisiones políticas que se han tomado en los últimos años, como hizo alarde cuando apareció como jefe del estado amenazando a una parte de la ciudadanía con la represión en la comunidad catalana. En aquel momento, para la mayoría de la población catalana parecía muy evidente que el Gobierno y la Justicia seguían una estrategia de estado. Pero cuando el Rey firmó el “a por ellos” ya quedó definitivamente claro que era el estado mismo y no el gobierno de aquel partido que había comenzado recogiendo firmas “contra los catalanes”.

Felipe actúa mostrando su carácter personal, y muestra tener un problema con quien le rechaza, cosa muy inapropiada cuando ha aparecido una ciudadanía que rechaza explícitamente esta monarquía. Y en buena medida es consecuencia precisamente de cómo este Borbón interpreta su rol. Esta monarquía parlamentaria tiene esos defectos de origen señalados pero incluso su padre habría obrado de un modo más sutil para evitar que se rompiesen los puentes, maniobrando para evitar la violencia del estado contra los votantes en el referéndum. Felipe actuó del modo contrario, como un zapador en vez de como ingeniero de puentes, y situó la corona en medio de una crisis política profunda.

Y la debilidad de la política española actual, sin mayorías ni liderazgo político, no le han ayudado. Le han permitido salirse de su papel interviniendo de modo muy discutible en los procesos de formación de gobierno. El parlamento no solo está supeditado al poder judicial, a que el Constitucional lo corrija, sino que también se muestra sumiso a que el rey dirija las vueltas para la formación del Ejecutivo.

Que esto tan evidente no sea señalado y debatido me parece que es significativo de la indefensión, la incapacidad y la sumisión de esta democracia. Menos mal que nos queda Portugal. Y Cataluña. Y Europa.

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