Once euros

La primera sensación es de vergüenza ajena: la que tienes cuando ves a alguien haciendo el ridículo

Vicenç Villatoro
1 min

Leo que quieren acusar por malversación a Josep Lluís Alay, jefe de la oficina del presidente Puigdemont, por haberse gastado once euros en un peaje de autopista para ir a visitar a los presos en Lledoners. La primera sensación es de vergüenza ajena: la que tienes cuando ves a alguien haciendo el ridículo. La segunda, considerando que la acusación no es por la cantidad sino por el hecho, la sorpresa por considerar tan taxativamente que no puede formar parte del trabajo del jefe de la oficina del presidente visitar a los presos en Lledoners y, por tanto, que hacerlo pueda ser considerado malversación, tenga el coste que tenga. No es ni una actividad delictiva ni parece incompatible con las responsabilidades institucionales. La tercera sensación lleva a preguntarse cuántos cientos de tickets de once euros debe de haber en un montón de cajones de todas las administraciones, algunos mucho más difíciles de justificar como actuaciones públicas. ¿Los están persiguiendo a todos, o sólo persiguen a algunos? ¿Nos encontraremos con una avalancha de hipotéticas malversaciones de once euros, a partir de este caso? En las películas, al menos, se supone que cuando se produce un delito se ponen a buscar a un posible culpable. Y no que cuando tienen a un supuesto culpable haya que buscarle unos posibles delitos.

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