4 de cada 10 investigadores encuestados reconocen mala praxis
Un cuestionario realizado a 403 científicos descubre que casi 8 de cada 10 conocen casos de conductas poco éticas
"No me esperaba estos resultados", asegura Cristina Candal-Pedreira, investigadora de la Universidad de Santiago de Compostela y autora principal de un reciente estudio sobre la ética de la conducta científica en España. Los resultados indican que de los 403 científicos encuestados, el 78,8% conocía al menos un caso de conductas poco éticas y el 40,3% reconocía haber incurrido en alguno de estos comportamientos alguna vez.
De la mayoría de los que eran conscientes de malas prácticas a su alrededor, un 63% se referían a la falsa autoría, es decir, a incluir en la lista de autores a personas que prácticamente no habían participado en los estudios publicados. Un 36% se referían a falsificación de datos. La falsa autoría también es la mala práctica más habitual en el 40,3% que reconocían su propia falta de ética. Además, 8 personas admitían haber utilizado los servicios de los llamados paper mills, organizaciones que venden artículos científicos falsos, cuando en España no existe ningún artículo retractado por este motivo.
Un estudio sorprendente y preocupante
"El estudio sorprende por los altos porcentajes de respuestas que admiten haber cometido algún tipo de malas prácticas", valoró en declaraciones a la agencia Science Media Centre Pere Puigdomènech, investigador emérito del Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG) y presidente del Comité para la Integridad de la Investigación en Catalunya (CIR-CAT). "Hay respuestas —añade— que me parecen sorprendentes, como que un 2% hayan utilizado artículos comprados, algo realmente extremo". "La conclusión sería que, aunque es necesario confirmar los resultados de este estudio, existe un universo de investigadores que trabaja en un entorno en el que las malas prácticas son consentidas de alguna manera y esto es preocupante. Ya hemos repetido desde hace años que es necesario y urgente que en España se haga un trabajo de concienciación sobre estas cuestiones", concluyó.
Según ha declarado a la misma agencia Eduard Aibar, catedrático de los Estudios de la Ciencia y la Tecnología en la Universitat Oberta de Catalunya, "aunque la muestra del estudio no es representativa, los resultados son muy fiables y, sin duda, significativos". "El estudio -añade- tiene, además, el mérito de ampliar los tipos tradicionales de fraude científico (falsificación, manipulación y plagio) a las nuevas variedades que han surgido en las últimas décadas: falsa autoría, conflictos de interés, publicación en revistas depredadoras y utilización de paper mills". "Algunas de estas nuevas variantes de fraude muestran tasas ciertamente preocupantes en España porque son claramente superiores a las de otros países de nuestro entorno", ha afirmado Aibar.
'Publish or perish'
"La intención del estudio no es alarmar, pero se trata de un comportamiento que no debe esconderse; hay que saber cuáles son las causas y prevenirlo o que, al menos, no contamine la investigación", sostiene la autora principal del trabajo. A su juicio una de las causas principales es la presión para publicar que impone el sistema de evaluación de la labor investigadora, conocida en inglés como publish or perish (publicar o morir) y que bonifica la cantidad de publicaciones. "Por suerte -dice-, esto está cambiando y ya se está trabajando en estrategias de evaluación que valoren más la calidad que la cantidad".
Según Candal-Pedreira, otra causa puede ser de tipo cultural. "En los estudios realizados en el sur de Europa se ve que el plagio y la falsificación de datos son más habituales que en el norte del continente", asegura. Y más allá está el ego de los investigadores, que les empuja a "querer publicar lo máximo para ser los mejores". "Por ser investigadores —sostiene—, no somos más éticos que cualquier otra persona".
El organismo de control
Para evitar estas malas prácticas, la autora defiende la creación de un organismo estatal especialmente dedicado a investigarlas, sancionarlas y prevenirlas, por ejemplo, con formación en la comunidad investigadora. Pere Puigdomènech coincide en que "tendría que haber sistemas de análisis de malas prácticas y que se tomaran medidas disciplinarias en los casos más graves".
En este sentido, ALLEA, la Federación Europea de Academias de Ciencias y Humanidades, recomendó hace años la creación de un organismo de control ético en cada país. "Actualmente, hay 14 países europeos que tienen este organismo, que en la mayoría de casos es solo consultivo; solo en Dinamarca y Suecia tiene la potestad de investigar y sancionar", explica Candal-Pedreira. Estados Unidos fue el primer país que creó uno en 1989, pero en España todavía no hay nada parecido. "Existe el comité ético del CSIC, pero solo actúa en el ámbito de este organismo de investigación".
Las malas prácticas que se han recogido en el trabajo, publicado en la revista Accountability in Research, incluyen el plagio, la manipulación de datos y la falsificación de resultados, la falsa afiliación, la falsa autoría, la no declaración de conflictos de interés, la falta de consentimiento informado por parte de los participantes en el estudio, la publicación en revistas depredadoras, la falta de aprobación de comités éticos, ceder a las presiones de patrocinadores con intereses comerciales o la utilización de los paper mills, entre otros.