Infancia

Arena, piedras o caucho: ¿qué debería tener un parque infantil?

En los últimos años ha habido una tendencia a hacer parques muy protectores para eliminar los posibles riesgos a la vez que ha surgido una corriente que reivindica los espacios de juego más naturales

BarcelonaCuando el hijo de Clara Pons-Mesman tenía 2 años, coincidió en que empezaba un proceso de transformación de los parques de la ciudad donde vivían: "Pusieron caucho en la mayoría de los parques. Me di cuenta de que aquel suelo no le permitía jugar con la arena, ni observar las hormigas, ya no gozaba con la experimentación porque no era con la experimentación porque no estaba disfrutando con la experimentación porque no entonces encontraba en los parques", explica Pons-Mesman de su hijo. A partir de ahí se informó y se dio cuenta de que había pocos referentes de divulgación del juego en la naturaleza. Éste es el punto de partida de su proyecto Tierra en las manos, que fomenta el juego libre y al aire libre.

El poder del riesgo

Imma Marín, presidenta del Institut del Joc, explica que en los últimos años ha habido una tendencia a hacer parques muy protectores para eliminar los posibles riesgos. Asimismo surgió una corriente que reivindica los parques más naturales: "Este tipo de regreso a los orígenes seguramente se explica porque la fantasía del riesgo cero no existe". Entiende que debe haber sentido común para evitar riesgos innecesarios, pero el juego de los niños debe tener un mínimo de riesgo —subiendo, trepando, atrapando, corriendo, escondiéndose, etc.— Este riesgo controlado es importante para el juego de los niños. "A menudo en un tobogán hay más niños subiendo por la parte delantera que por las escaleras", dice. Esto se explica porque tienen un juego explorativo, de retos, de superarse, y las instalaciones deberían permitir que todo esto ocurra con un nivel de riesgo controlado. Para que esto sea posible las familias deberían controlar sus miedos, angustias y angustias, para evitar que esta angustia se traspase a los niños.

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Las expertas coinciden: se necesitan espacios de juego más arriesgados. "Hemos hecho parques infantiles tan seguros que si alguien se cae no pasa nada, y así es imposible percibir el peligro", comenta Cristina Gutiérrez, educadora emocional y directora de La Granja Escuela de Palautordera. En la práctica, los patios y parques que parecen tan seguros son inseguros a medio plazo, no permiten que los niños perciban los riesgos y pierdan oportunidades de aprendizaje. "Es importante entender que protegiendo a las criaturas más de la cuenta, en realidad las desprotegemos", asegura Gutiérrez. Argumenta que sobreproteger es educar en el miedo y la desconfianza. Por el contrario, el criterio que debería prevalecer es hacerlos autónomos y fuertes, entrenarlos para ser capaces de superar los obstáculos que se vayan encontrando. "Si ni siquiera los adultos creemos que podrán hacerlo, ellos tampoco creerán", apunta. Cuando se respetan sus procesos de aprendizaje, se les permite aprender a conocer su cuerpo, sus posibilidades, se sienten más seguros y ellos mismos se van poniendo pequeños nuevos retos.

Libertad de espacios y normas

"El juego es una actitud, porque es acción, movimiento, decisión, autonomía, independencia y riesgo, pero lo que el ámbito familiar y el escolar suelen ofrecer a los niños son actividades lúdicas", asegura Katia Hueso, bióloga, madre y autora de varios libros que ponen en valor el juego en contacto con la naturaleza. Hueso cree que debería ejercerse la libertad de espacios, materiales, normas y entornos. Esto no implica que las criaturas hagan lo que les dé la gana sino que su libertad de elección acabe donde comienza la de los demás. Lo plantea como un ejercicio de aprender dónde están nuestros límites y los de los demás, "y sólo se puede aprender cuándo se ejerce el juego desde la libertad, respetando los límites que nos pone la vida, aprendiendo a vivir con nuestro entorno", dice.

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Cuando se trata de jugar, Hueso propone abrir la puerta y salir de casa. Sugiere planificar el tiempo que permanecerá fuera, si es necesario llevar comida y bebida, conocer la previsión meteorológica, y poco más. "Planificar lo mínimo y dejar que los niños dirijan las actividades, qué quieren hacer, el tipo de juego que prefieren y el espacio. Si lo forzamos es cuando no les apetece", dice Hueso. Pone en valor el poder de dejarlos explorar y que conecten con el espacio. Es partidaria de repetir sitios, para que se conviertan en lugares de referencia, que conecten a un nivel más profundo con el espacio y todo lo que les ofrece. Invita a las familias a dejar que los hijos sean autónomos de forma gradual, así van adquiriendo herramientas para gestionar y resolver los desafíos que se vayan encontrando.

Hueso asegura que es imprescindible entender que el juego es una herramienta de aprendizaje, de bienestar y salud. Si el patio o el parque están llenos de estructuras rígidas se apremia a los niños. Por eso deberían crearse espacios versátiles, diversos, emocionantes, con algo de riesgo, aventura y misterio: "Creamos espacios con ambientes diferentes, que puedan tener cabida juegos diferentes: más tranquilos, en movimiento, trepar por estructuras si no hay árboles, de lectura, dibujo, conversación o exploración". Además de generar los espacios, se les debe dar tiempo suficiente para explorarlos y disfrutarlos.

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Espacios de juego ideales

Pons-Mesman, especialista en juego libre en espacios exteriores y autora de ¡Sal a jugar! (Larousse, 2021), afirma que el juego al aire libre es el más beneficioso para el desarrollo físico, intelectual y emocional. Defiende que los espacios de los parques y patios sean lo más naturales posibles, porque tiene muchos beneficios tanto física como cognitiva y emocionalmente. El contacto con el verde reduce los niveles de cortisol, los niños están menos estresados; jugando en contacto con la tierra segregan serotonina, que favorece una mejor predisposición a la concentración y el aprendizaje. En los espacios más naturales los niños se mueven más y de formas más variadas, a diferencia de los parques más estructurados, donde los niños acaban aburriéndose y pasan a buscar nuevos rincones que les permitan mayor diversidad. Recomienda que el pavimento sea también lo más natural posible —piedreta, arena o hierba—, que da más juego. Se puede trasvasar arena, hacer arena fina o comida para animales con hojas, comprobar el ruido de las piedras al caer, escribir en el suelo y observar insectos.

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Además, estar en contacto con la naturaleza es una manera de sensibilizar y tomar conciencia del medio ambiente, y resulta más fácil respetarlo y amarlo. Cuando se interactúa y se juega con objetos que no están tan estructurados, se generan más oportunidades de aprendizaje. Falta que los adultos confíen y crean que se pueden entretener: los niños se distraen con su creatividad, no hace falta decirles que jueguen. Con menos de 8 años, si tienen piedras, arena o ramas ya juegan, realizan pastillas, dibujos, construcciones o caminos para las hormigas. Con estas experiencias trabajan la psicomotricidad fina y gruesa, la creatividad, la capacidad lógica, la percepción y los sentidos. Si son mayores y empiezan a quejarse diciendo que se aburren, los adultos tendrán que invitarles a experimentar lo que pueden hacer con aquellos elementos. Por tanto, vale la pena aprovechar el juego como mecanismo que permite a los niños conocer sus capacidades, actuar en consecuencia y lograr nuevos retos.

Aprovechar los entornos privilegiados

La Escuela de San Esteban de Guialbes es una escuela rural en la que el contacto con la naturaleza está muy presente. Cada mañana los alumnos observan las aves con el proyecto de observación de aves que mantienen desde 2012. En primaria tienen una salida semanal al bosque, donde realizan actividades con las que trabajan desde figuras geométricas hasta el patrimonio natural y cultural. Los alumnos de infantil hacen mañanas de bosque una vez al mes, llevan una mochila que lleva pinzas, lupas, guías… y observan lo que encuentran de forma completamente libre. "Este contacto con la naturaleza los enriquece enormemente. Son niños que saben muchas cosas, son creativos y curiosos", afirma Anna Gay, maestra de educación infantil y directora de la Escuela. A todo el alumnado le encanta hacer cabañas. Un par de días al año hacen una salida al claro del bosque y juegan libremente. Entonces se organizan, deciden qué ramas cogen y cómo las colocan. Gay comenta que las criaturas aprenden a autorregularse aunque se debe estar a cuento y no se las puede dejar de vigilar. Además, las familias están tranquilas con el entorno de los niños y cómo la aprovechan: "Muchas buscan estos espacios tan privilegiados y están contentísimas".

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Cuatro libros que fomentan el contacto con la naturaleza

  • ¡Sal a jugar!: Guía de actividades y juegos al aire libre, de Clara Pons-Mesman (Larousse, 2024)
  • Moverse en libertad, de Emmi Pikler (Narcea, 2021)
  • Los últimos niños en el bosque, de Richard Luov (Capitan Swing, 2020)
  • Jugar al aire libre, de Katia Hueso (Plataforma actual, 2019)