"Dije a mis hijos que si me llamaban "papa" en la escuela no les respondería"
Andreu y Marta son maestros en el mismo centro donde estudian dos de sus hijos
San Esteban de GuialbesDe casa, suelen salir con dos vehículos distintos. El padre lleva a los dos hijos y la madre se ocupa de acompañar a la hija. Aunque hay días que también cogen un solo coche o incluso van en bicicleta. Una vez llegan a la escuela de San Esteban de Guialbes (Plan de l'Estany), él, que es maestro, se va a dar clase mientras ella, que también lo es, hace de apoyo de matemáticas. Los hijos, cada uno en su curso, comienzan con sus rutinas: todos van a la misma escuela, unos para estudiar y otros para trabajar.
El padre, Andreu Parer, especialista en educación física y psicomotricidad, empezó a trabajar en este centro el curso anterior, después de pedir un traslado de la escuela donde estaba. “Pensé que haciendo de maestro en el mismo sitio sería una forma de unión y podría estar más conectado al rendimiento de mis hijos”, detalla. De entrada, tuvo claro cuál era su rol: “Le dije a Eudald y Aleix que si me llamaban "papa" no me daría por aludido y no les respondería. El mayor lo entendió y el medio, aunque le cuesta más, también lo hace”, expone. La madre, Marta Juncosa, en cambio, que este curso también pidió el cambio para tener el centro más cerca de casa, prefiere que le llamen "mamá". “Mi cerebro no entiende que mis hijos me llamen Marta... Ahora bien, el mayor, por no hacer diferencias con sus compañeros, sí me dice por el nombre”, admite. Eudald hace sexto de primaria; Aleix, segundo, y Núria, que tiene tres años, va a la guardería, ubicada en el edificio justo delante de la escuela.
Por instinto, o de forma espontánea, sin embargo, hay momentos en los que, inevitablemente, a los progenitores les sale actuar desde la posición de padre o madre. Es el caso del día en que pillaron a uno de los hijos fuera del aula que le tocaba. “Topé en el pasillo y, entonces, qué... ¿A dónde vas? –le dije un punto molesto–. ¡Ve a clase!”, recuerda Parer. Ante esto, explican que intentan regularse porque saben que en la escuela el referente no son ellos sino el tutor, que tiene cada uno. “Cuesta, pero tienes que aguantarte y mirar hacia otro lado. Por respeto a los compañeros de trabajo, te distancias y procuras no pisar su labor”, corrobora Parer. Los hijos admiten que con los dos padres "se sienten más vigilados que antes" y, con una sonrisa en los labios, dicen que cuando llegan a casa están "más cansados" de ellos. “Al final del día, te sientes como si hubieras pasado un fin de semana en la escuela”, compara Aleix.
Son diversas las actividades en las que todos coinciden. Cuando los menores hacen lo que llaman observación de los pájaros coinciden, a veces, con los dos progenitores porque, en alguna ocasión -a uno o ambos-, les ha tocado dirigir la sesión. A las bicicletadas que organiza el centro, el padre y la madre pedalean como maestros y acompañan al grupo .El día que toca esta salida, precisamente, la familia llega con un remolque con todas las bicicletas cargadas dentro.
El momento de las evaluaciones
Sin embargo, uno de los momentos más complejos es el de las evaluaciones. Juncosa prefiere no estar, a diferencia de Parer. “La tutora de uno de ellos tuvo dudas de si yo tenía que estar. Lo habló con la directora y concluyeron que si yo quería, sí, y no lo dudé. Tengo claro que las maestras no esconderán información”, comenta Parer. A Juncosa, en cambio, le afecta más la valoración de sus hijos.
Casi nunca han hablado de trabajo fuera de la escuela. Y actualmente, en casa, tampoco. Sólo las cosas justas. Y si alguna conversación se escapa y curiosa a alguno de sus hijos, la respuesta es: “Mañana cuando vayas a clase, tu tutor de referencia ya te lo contará”, asevera Juncosa, que añade que cuando Núria, con el hogar de niños, sale de excursión a visitar a los alumnos de Infantil 3 (durante el curso hacen varias de estas salidas) inevitablemente, se acerca un momento al aula para verla.
Conscientes de la intensidad que implica compartir trabajo y familia, han aprendido a priorizarse y cuidarse. Según, Parer, “por estar todos juntos, tantas horas, ambos hemos pedido reducción de la jornada laboral. Se necesita tiempo para uno mismo: sea para gestiones personales o tener un momento para realizar actividades físicas, cultivar el cuerpo para ayudar a tener una mejor salud mental. Y, de paso, toda la familia se beneficia”.
Cuando los hijos y padres están en el mismo centro, lo que se produce es una fusión entre el espacio familiar y el escolar donde las dinámicas relacionales se difuminan. Por eso, la psicóloga de orientación familiar, Sara Tarrés, aconseja que “lo importante es que cada hijo tenga su propio espacio para desarrollar de forma natural tanto su identidad como la personalidad. Si eres el hijo de... ¿dónde te queda el tú?”, se pregunta esta experta, miembro de la sección de psicología de la educación del Colegio de Psicología de Cataluña. "Además, es importante no limitar la espontaneidad del hijo para que se desarrolle como quiera y de forma autónoma sin etiquetas", añade. Con frecuencia, los hijos se ven presionados a tener un buen rendimiento académico, social y comportamental. Por otra parte, la mirada constante de que, a pesar de no quererlo, puede llegar a hacer al padre oa la madre a la criatura, puede generarle presión al hijo, lo que podría acabar afectando a su autoestima cuando sea mayor . El mejor remedio es que los progenitores practiquen en la escuela "la indiferencia activa". Es decir, no intervenir en determinadas situaciones porque no le toca a los progenitores poner orden sino al tutor y maestro de referencia. En casa, el padre o la madre también tendrán que saber encontrar su sitio. “Acompañar a la criatura. Pero, ¿le escucharán como maestro o como padre? También en este caso debe saberse delimitar. En casa los padres deben ser los padres, si no, volveremos a generar confusión de roles”, recalca Tarrés.