Arte

El proyecto del Arts Santa Mònica donde todo puede pasar

'Sin grieta no hay punto de luz', comisariado por Tomàs Aragay y Sofia Asencio, Sara Manubens y Carolina Campos invita al público a descubrir los procesos creativos

BarcelonaSanta Mónica es un hervidero de creadores. En el claustro, Claudia del Barrio, de la productora Merci Xula, prepara el nuevo videoclip de Ouineta. Dos plantas más arriba la coreógrafa y bailarina Mónica Valenciano improvisa, compartiendo espacio con las integrantes del colectivo valenciano Las Mediocre, que trabajan frente al ordenador en el desarrollo de una oficina de resolución de conflictos. Muy pronto tendrán que trasladarse, porque el vídeo de Ouineta lo rodarán aquí en cuestión de días. De nuevo en el claustro, el escenario diseñado por el artista Víctor Ruiz Colomer ahora está vacío, a la espera de nuevos artistas. Y de repente comienza a crearse una nube de humo ideada por la creadora escénica Leticia Skrycky.

Nada es gratuito, sino que forma parte del proyecto Sin grieta no hay punto de luz, comisariado por Tomàs Aragay y Sofia Asencio (Sociedad Doctor Alonso), que invitaron a las artistas Sara Manubens y Carolina Campos a compartir el encargo ya fichar a una veintena de creadores para participar. "Lo que nos planteamos es en qué momento ya partir de qué circunstancias se produce algo poético", afirma Tomàs Aragay. "Le podemos decir un hecho cultural, pero también pensábamos en un evento más poético, transformador, porque la vida cultural está llena de eventos, los museos están llenos de eventos, pero generalmente son muy reglados, están muy explicados y están muy acondicionados", añade.

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Los comisarios cuestionan el carácter más institucional de los museos creando las circunstancias para que se produzcan unas situaciones que muchas veces tomarán al público por sorpresa. Es decir, todo lo contrario a la idea del museo como un engranaje de la industria turística y pendiente de los rankings de visitantes. Como Núria Güell se dio cuenta de que corría el riesgo de convertirse en un reclamo, ha hecho punta a este hecho y ha fichado a una mujer para que la represente en la residencia de creación del proyecto.

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"El proyecto es una invitación a venir y pasar un rato en el museo, a esperar a que las cosas sucedan, no cuando están previstas ni cuando están anunciadas, sino cuando suceden", dice Aragay, mientras llega la merienda. ¿Comer y beber en el museo? ¿Gratis? "Las cafeterías de los museos suelen ser muy caras, y hay esa idea un tanto estúpida de que cuando consumes arte no puedes estar a gusto. Así que hablamos con la Cantina Migrante, que es gente del barrio, y les propusimos que hicieran un catering variado a partir de su cocina. Así que cada día hay mucho que la, provoca 100 menús que es una zona en la que hay gente que no tiene un buen vivir, puedan entrar aquí y saben que hay comida, explica Aragay.

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Todos los lenguajes artísticos

La elección de los artistas la basaron en el afán de ser varios en términos de género, temas y lenguajes artísticos. Hay danza, instalaciones, videoarte, literatura, moda... (como la ropa para cuerpos fuera de la norma de Sofía Archer). Otra de las líneas del proyecto es el género, como es el caso el artista anarcotransfeminista brasileña Bruna Kury, que ha desarrollado un proyecto sobre su transición y el colonialismo entre la performace y una instalación que va modificando a lo largo de los días. Y otra línea implica trasladar a la institución artística prácticas populares como la manicura de uñas de hielo. "El género no le abordamos como discurso, sino como lugar inestable", dice Aragay.

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Y por encima de todo, planea el hecho de elevar los procesos de creación a la categoría de obra. "Los procesos normalmente están escondidos, pero nosotros los consideramos la obra más importante que el espectador debe ver. El proceso del artista es tan importante como el resultado. No eres un puro consumidor de una obra, sino que deberías estar vivo y dialogando con una obra que también lo está", dice Aragay.