El brillo eterno de una mente matemática

¿Todo número entero par superior a dos puede escribirse como suma de dos números primos? Esta es la conjetura que el matemático prusiano Christian Goldbach planteó en 1742, y que hace bailar la cabeza de los científicos desde entonces porque no se ha encontrado todavía la fórmula para demostrarla. La protagonista que da nombre a El teorema de Marguerite cree haber llegado a una posible solución en la tesis que lleva a cabo en la Escuela Superior de Lyon. Pero cuando presenta su trabajo de investigación, se hace evidente que existe un error en una de sus hipótesis.

El tercer largometraje de Anna Novion presenta un perfil de protagonista poco habitual en el cine, el de una joven científica de mente brillante, la única mujer de su promoción universitaria, que centra su vida en torno a los números. El filme construye con voluntad de rigor el mundo académico de las ciencias exactas, dejando claro que una persona con altas capacidades y experta en matemáticas en ningún caso equivale a una calculadora humana. El conflicto que hace tambalear la vida de la protagonista, la equivocación en su estudio, no solo da complejidad al concepto de mente brillante y al pensamiento matemático, también permite introducir la importancia de la madurez emocional en el éxito académico y vital.

El teorema de Marguerite ofrece un retrato apasionante de una joven con un cerebro de lo más atractivo. Y Ella Rumpf sabe encarnar los matices de una protagonista que, por sus pocas habilidades sociales, hubiera podido caer en los tópicos de la nerd. Si se entiende la necesidad de que Marguerite evolucione, cuesta más creer que las responsables de la película decidieran que la mejor manera era a través de recursos, como el del amor romántico, más propios de un cuento de hadas. La protagonista insólita acaba disponiendo de una resolución de lo más tópica.

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