Dios es sospechoso en el nuevo 'Puñales por la espalda'

La saga Puñales por la espalda no sólo ha revitalizado un género que Hollywood daba por muerto y enterrado como el whodonit, sino que le ha transformado en una herramienta incisiva para la sátira social. Después de retratar el racismo de las clases acomodadas en la primera parte y la egomanía de los tecnooligarcas en la segunda, el director Rian Johnson apunta a Dios en la nueva entrega. Concretamente, a la parroquia a la que llega un joven cura exboxeador (Josh O'Connor) para que su talante bondadoso sirva de contrapeso al odio furibundo del cura local (Josh Brolin), que en sus sermones ataca la "pérfida modernidad" de las madres solteras y de las "putas". Pero es cuando el párroco muere asesinado de manera inexplicable y las sospechas recaen en su colega más joven que la aparición en escena de Benoit Blanc (Daniel Craig) ofrece el conflicto más jugoso del filme: entre la fe en Dios del cura contra las cuerdas y la racionalidad sin concesiones del detective infalible, un combate uno y otro, se articula a partir de la comprensión.

Sobre esta lección de empatía que se proyecta sobre los discursos de odio actuales, Johnson vuelve a diseñar una historia vibrante en torno a un misterio imposible, un rompecabezas narrativo filmado con la expresividad del suspense gótico y la energía maníaca de la comedia screwball. Un regalo para los espectadores deseosos de entretenimiento adulto en el que Craig da un paso atrás para que un magnífico O'Connor asuma el protagonismo. Menos afinado está el reparto de estrellas de turno; algunos están a la altura como Glenn Close o Brolin –sobre todo en las hilarantes confesiones masturbatorias–, pero la mayoría (Kerry Washington, Mila Kunis, Jeremy Renner) están desperdiciados en personajes sin grueso dramático.