La maldad felina de Hugh Grant

El punto de partida deHeretic es sencillo: dos jóvenes mormones llaman a la puerta de un hombre inquietante y extremadamente educado que les propone debatir cuestiones de fe mientras comen un pastel de arándanos casero. Con estos escasos elementos (tres personajes, una casa laberinto, un retorcido debate teológico y un pastel de arándanos convertido en objeto de pesadilla), la pareja de cineastas Scott Beck y Bryan Woods, autores de la recomendable La casa del terror y guionistas de la saga Un lugar tranquilo, construyen un efectivo filme de terror que muta de pieza de cámara dialéctica a angustioso descenso a los infiernos sin perder nunca el paso. Es una operación arriesgada, basada en un guión artificioso lleno de giros y puertas que, como Barbarian, son la vía de acceso al mundo siniestro y de soliloquios largos –aunque bastante simples– sobre la distancia que existe entre fe y religión. del horror, un par de ases en la manga: una fe inquebrantable en las posibilidades y placeres del género de terror y un Hugh Grant pasándolo en grande en un rol de malvado que ya había explorado antes, pero nunca en una versión tan oscura. Es fascinante ver al actor británico transformar la encantadora sonrisa y la gestualidad amanerada de las comedias románticas que lo hicieron famoso en instrumentos generadores de inquietud, aunque nada de ello permite prever el glorioso momento en el que emite un maullido que hela la sangre.