Poirot se enfrenta al mayor misterio: ¿hay vida después de la muerte?

La tercera incursión de Kenneth Branagh en el universo de Hercule Poirot es una adaptación libre y trasplantada a Venecia de La fiesta de Halloween (1969), la antepenúltima y poco conocida aventura literaria del detective creado por Agatha Christie. Más exitosa que la anterior Muerte en el Nilo (tampoco era difícil), el director británico concentra este nuevo misterio criminal en un palazzo decadente veneciano después de la Segunda Guerra Mundial donde se organiza una sesión de espiritismo.

La atmósfera mortecina de la ciudad de los canales, el aire pesimista de un Poirot semirretirado, el trauma que arrastran por el conflicto bélico algunos personajes, las tragedias personales de otros, la fiesta de Halloween (sí, un poco pegote ) y la historia tétrica del edificio confluyen para convertir el filme en una historia de fantasmas con apariciones espectrales y sustos inesperados que le aproxima a cierto cine de terror contemporáneo. Un contexto en el que la mente racional y pragmática de Poirot debe enfrentarse al mayor misterio de todos, la posible existencia de hechos sobrenaturales.

Misterio en Venecia cumple como whodunit de calidad en una localización espectacular, con un planteamiento atractivo pero una resolución más bien decepcionante, y un reparto rebosante de estrellas. Algunas, Michelle Yeoh, por ejemplo, mejor aprovechadas que otras, como Tina Fey, una referencia de la comedia televisiva a la que se hubiera podido sacar más provecho como agudo contrapunto femenino del protagonista.