La importancia de tener un espacio propio en la familia

Pilar tiene algo de heroína: es auxiliar de enfermería y madre de familia con dos hijos. Sin embargo, es una heroína humanísima, sobre todo cuando su cotidianidad cambia después de una prejubilación abrupta. En crisis vital y con más tiempo libre, ella percibe que las personas de su alrededor dan por hecha su ayuda: la necesitan, pero no parece que la quieran. Así que se rebela mediante arrebatos de celos, gestos de control o reclamación de cuidados… Y la imposición de un fin de semana de ocio grupal que será muy, muy incómodo.

Un lugar común es una tragicomedia de tono dinámico. La compasión y la empatía hacia su protagonista conviven con la contemplación, a ratos vergonzosa u oscuramente cómica, de sus naufragios y transformaciones. La directora y coguionista Celia Giraldo (Cornellà de Llobregat, 1995) aborda las ingratas labores domésticas y de cuidados, pero también la pantallización de la vida. A diferencia de sus parientes, la protagonista no está enganchada a su teléfono, pero sí cae en una negación propia de la positividad de las redes sociales (y también de la resistencia de las madres y abuelas que nunca se quejaban): no expresa su malestar hasta que estalla.

Giraldo y su equipo filman imágenes de un naturalismo algo oscuro, lejos de las estampas casi publicitarias de cotidianidades embellecidas por filtros de Instagram. Curiosamente, el artista algo egocéntrica que interpreta a Aina Clotet resume el mensaje del filme: se trata de disponer de un espacio propio ubicado en un lugar común. Giraldo bebe de un feminismo que afirma la soberanía individual a la vez que dimensiona la necesidad de comunidades y vínculos. Cómo hacía Neus Ballús en El viaje de Marta, la autora escenifica las dificultades de poner en común la realidad y el ideal, pero abre la puerta a cierta sanación de heridas como final (abierto) del viaje narrativo.