Cómo hacer que traguemos cine de dinosaurios

Hace gracia que Jurassic World: el renacer arranque con la premisa de que los dinosaurios han pasado de moda. Como si la séptima entrega de la franquicia de Jurassic Park fuese consciente de que el cine de dinosaurios… también ha pasado de moda. En la primera entrega, en 1993, Steven Spielberg reinventó con éxito el concepto de blockbuster familiar, el sentido de la maravilla y las posibilidades de los efectos especiales (los pañales del CGI). Ahora hace ya un montón de años que la saga jurásica se ha convertido en una churrería de películas caras sin zumo ni brezo, un catálogo de entregas previsibles con inexistente capacidad para dejar boquiabierto y un ejemplo de imágenes generadas por computadora en el peor de los sentidos: sin la capacidad de imaginación o sueño de.

Con esta mochila, poco habría que esperar a priori de Jurassic World: el renacer, aunque el regreso del siempre efectivo David Koepp al guión encendiera alguna chispa de esperanza. Y tanto si es cosa de Koepp como si no, lo cierto es que en este nuevo capítulo de bestias prehistóricas en un presente distópico la llama vuelve a encenderse. Quizás decir que renace es algo demasiado, pero sí es cierto que la película evita deslumbrar con prodigios técnicos (de hecho, los lagartos están tirando a feos) y va al tuétano del relato de aventuras genuino. Tomando ideas de diferentes fuentes (kaiju japonés, La isla de doctor Moreau Tomb Raider, Aliens y, claro, El mundo perdido), el nuevo Jurassic World, a pesar de tener altibajos, no se puede negar que camina. Más allá de los momentos de parque de atracciones (¿inevitables?), el director Gareth Edwards ha conseguido devolver a la saga jurásica cierto grosor narrativo con una maniobra de clasicismo similar a la de Rogue One, otra explotación notable de una franquicia que dirigió el propio Edwards en 2016.

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