Holodomor: la gran hambruna

Erin Litteken: "Stalin quiso esconder la muerte por hambre de 4,5 millones de ucranianos"

'La guardiana de recuerdos de Kyiv' relata la lucha de una ucraniana que sobrevivió al Holodomor

BarcelonaUn camino lleno de montículos voluminosos de cuerpos helados; mujeres, hombres y niños en los huesos buscando desesperadamente raíces de boga, bellotas y corteza de árbol para poder saciar el hambre, y muchos vecinos que un día desaparecen y nunca más se sabe nada de ellos. Son algunas de las escenas que evoca la historiadora y escritora norteamericana Erin Litteken en la novela La guardiana de recuerdos de Kyiv (Navona), traducida por Lola Fígols (catalán) y Rebeca Bouvier (castellano). Es parte de la historia del Holodomor, la gran hambruna que entre 1932 y 1934 mató a 4,5 millones de ucranianos. Según la investigación del 2018 de la Universidad de Harvard y un equipo de demógrafos ucranianos, en algunas regiones llegó a morir de hambre la mitad de la población. Fue el caso de lugares como Tetiiv o Hlobine. El estudio demuestra la responsabilidad de Stalin en todas aquellas muertes.

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Litteken se inspira en algunas historias familiares para narrar sobre todo la lucha para sobrevivir de Katya y su familia en medio de la gran hambruna. El libro empieza en 1929, cuando Katya tiene 16 años, vive en un pequeño pueblo de Ucrania y está enamorada de su amigo de la infancia. El Holodomor, sin embargo, cambia totalmente el pueblo y la historia de su familia. Paralelamente, la autora explica la vida de Katya muchas décadas después en Estados Unidos y como su nieta intenta indagar en la vida que había tenido en Ucrania y de la cual nunca quiere hablar. La tatarabuela de Litteken, como Katya, fue una mujer muy fuerte, pero dentro suyo, latente, continuaba habiendo miedo. “Cuando llamaba la policía y pedía donativos, ella siempre daba dinero, porque creía que si no vendrían por la noche y se la llevarían”, dice la autora.

La promesa a una hermana agonizante

La tatarabuela de Litteken nació en Ucrania y huyó, con los dos hijos, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. “Siempre me fascinó su historia, porque su hermana, cuando estaba agonizando, le pidió que se casara con su marido y cuidara de su hijo de un año –explica Litteken–. Muchas veces me he preguntado si quería a alguien más, a qué renunció para cumplir la promesa que hizo a su hermana, si tenía sentimientos de culpa o si estaba enamorada de mi tatarabuelo”. La familia de la escritora vivía en una región que se salvó del Holodomor, pero cuanto más investigaba sobre este periodo de la historia del país de sus tatarabuelos y bisabuelos más quería escribir. “La historia es mi gran pasión, conocía la hambruna masiva que había habido entre 1932 y 1934, pero no hasta qué punto Stalin había querido destruir Ucrania”, afirma.

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Los estudios del 2018 fueron los primeros que reflejaron las pérdidas humanas especificando las regiones donde se habían producido. “Stalin quiso esconder la muerte de 4,5 millones de ucranianos durante mucho tiempo. Hizo todo lo que pudo para que no se supiera nada y algunos periodistas, como Walter Duranty, mintieron”, lamenta Litteken. El periodista, corresponsal del New York Times en Moscú, recibió un Pulitzer en 1932 por sus reportajes sobre Rusia, pero en 2003 se pidió que se lo revocaran. No se hizo. “Duranty tenía un bonito apartamento en Moscú y simpatizaba con Stalin. Supongo que también tenía miedo. Escribía que los ucranianos pasaban hambre, pero no que morían de hambre. Después Stalin intentó borrar todos los datos. Había mucho miedo a hablar, incluso dentro de casa, porque en aquel tiempo había siempre la angustia de que alguien estuviera escuchando”, detalla la autora. Cuando cayó la Unión Soviética se empezó a investigar, pero entonces ya se había destruido mucha documentación y muchos ucranianos habían sido desplazados.

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La mayoría de muertos se produjeron los primeros meses de 1933

El hambre mató a millones de ucranianos porque en parte, como explica Litteken en el libro, aumentaron las cuotas de grano que las familias tenían que aportar al estado. Hubo requisa de comida y mucha represión contra los labradores que no podían aportar las cuotas exigidas. Quienes no aportaban el grano suficiente entraban en una lista negra, se los castigaba y se les quitaban semillas, herramientas, muebles y toda la comida que tuvieran. En enero de 1933, la Unión Soviética cerró las fronteras de Ucrania y, por lo tanto, no se podía ir a ninguna parte a buscar comida. El peor momento fueron precisamente aquellos primeros seis meses de 1933: se calcula, según los estudios del 2018, que entonces se produjeron el 85% de las muertes.

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Litteken tenía que ir a conocer a los primos que todavía tiene en Ucrania y a visitar el pueblo de los bisabuelos y tatarabuelos. Primero no lo pudo hacer por la pandemia y después por la guerra. “Espero poder hacerlo en un futuro, estoy aprendiendo ucraniano para poder hablar con los primos y conocer cómo es la vida en el pueblo de mis ancestros”, asegura. Actualmente, se encuentra inmersa en un segundo libro, también sobre Ucrania, pero durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su familia abandonó el país y emigró a Estados Unidos. “Mi tío abuelo todavía está vivo y recuerda muchas historias que me está explicando, incluso me ha trazado un mapa con todo el recorrido que hicieron hasta llegar a Estados Unidos –detalla–. Estoy destrozada, es muy triste ver como Ucrania todavía tiene que luchar. No consiguió la independencia hasta 1991, y ahora hay esta guerra. Son muchas generaciones las que han tenido que sufrir. Rusia nunca ha dado la oportunidad a Ucrania de existir”.