Juanjo Sáez: “Si has tenido una familia que te ha querido, el resto da igual”
BarcelonaPrimero fue Chispeta, la perra. Era mayor y la tuvieron que sacrificar. A continuación murió la abuela, el eje central de la familia. Poco después la madre, de cáncer. Y para rematar la jugada macabra, el padre. Juanjo Sáez (Barcelona, 1972) se quedó huérfano y sin referentes en poco más de un año, con un vacío imposible de llenar y muchas cosas pendientes de decir. Para los míos (Temas de Hoy, 2020) es el relato de unos hechos que le devastaron, pero sobre todo de las reflexiones y los aprendizajes que le ayudaron a sobrevivir. Escrito con el corazón en la mano, es también un viaje sin regreso hacia las profundidades de la experiencia de perder un ser querido, un libro que nos descubre un Juanjo Sáez más introspectivo y filosófico, que ya no recurre al humor para aligerar los temas graves.
¿Por qué empezaste a escribir este libro? ¿A qué necesidad respondía?
— Empecé porque una amiga me vio muy mal y me recomendó que escribiera cartas a mis padres. A mí me parecía una cosa muy cursi, pero en un momento de aquellos de estar contigo mismo lo intenté y vi que la cosa funcionaba. Primero escribía en el ordenador, después en libretas, y se fue convirtiendo en una rutina. Ha sido un proceso largo: empecé con unos 40 años y ahora tengo 49. Al principio no era un libro, solo un ejercicio para desahogarme. Pero después fue mutando y me di cuenta de que también hablaba de las cosas que había aprendido con el tiempo y, poco a poco, se convirtió en un libro, o al menos en una cosa que tenía sentido que se leyera.
¿No has borrado nada de lo que escribiste para ti?
— Sí, cosas del principio que no tenía mucho sentido que estuvieran. Era muy visceral y muy íntimo, y los lectores no lo habrían entendido. Pero hay cosas del principio que todavía están. Por ejemplo, cuando explico a mi padre que sigo sin levantarme temprano, que parece anecdótico pero en el fondo dice mucho.
¿Por qué una carta? ¿Qué aporta específicamente el género epistolar?
— Que no es estático. No es lo mismo que escribir un libro, la carta tiene un destinatario concreto. Parte de ti tiene un destino al que viaja. El libro también viaja, pero no sabes quién lo leerá ni dónde acabará. En mi caso, la carta tenía un destinatario, mi familia, pero después se fue haciendo grande y me di cuenta que el destinatario era toda la gente que me lee. Pasé un periodo de sentirme muy solo, hasta que vi que en realidad no estoy solo, que tengo mucha gente. Y ahora que ha salido el libro todavía más. Me están escribiendo viejos amigos, gente de la escuela que casi no recordaba. Muchas cosas se están poniendo en su lugar, y sé que suena muy hippy, pero estoy recibiendo mucha positividad.
El tema más presente en el libro es la muerte, pero también es de lo que menos certezas tienes. ¿Qué has aprendido, de la muerte, haciendo Para los míos?
— Que esto se acaba y que hay que vivir en el presente. Tenemos que sentir las emociones y aceptar que nuestras vicisitudes son normales, incluso ahora en la pandemia. Nadie se muere sano, todos nos vamos algún día. Estar vivo es casi la excepción y hay que intentar hacer realidad los deseos y los sueños. Quizás ha sido más fácil para mí porque siempre he hecho lo que he querido y he perseguido mis sueños.
A raíz de la muerte de tus padres también descubriste que muchas cosas las hacías para que ellos te quisieran.
— Sí, es un mecanismo universal. Cuando eres pequeño y haces un dibujo, lo primero que haces es ir a enseñarlo a papá. Y si te tiras a la piscina, antes te giras y dices “¡mira, mamá!” porque si no, no tiene sentido. Y esto que mi educación fue muy atípica y mis padres no me exigieron nunca nada. Yo creo que es porque me veían buen chaval, que es una cosa que en aquella época se valoraba mucho: si no te metías en problemas ni peleas, no robabas y no te drogabas, ya bastaba. Además, estaba enfermo casi siempre, así que eran de manga ancha.
En otro libro explicabas que una vez llegaste con siete suspensos y que tu padre te dijo simplemente “Tranquilo, tú haz lo que puedas”. ¿Para losmíos es una carta de agradecimiento?
— Sí, yo a mis padres se lo tengo que agradecer absolutamente todo. Como murieron tan rápido el uno detrás el otro, al principio tenía una sensación de rabia contenida muy bestia, estaba muy enfadado. Pero, cuando lo vas superando, la sensación que te queda es la de un agradecimiento muy puro. Si yo estoy vivo y disfrutando de la vida es gracias a ellos y a la libertad que me dieron. De hecho, eran gente muy tradicional, de base muy católica y de una cultura muy rural. En casa lo hacían todo ellos, eran cero consumistas, y valoraban la libertad por encima de todo. Tenían un espíritu como de hippys de pueblo, en casa no había normas. Aunque también soy cobarde por culpa suya, porque no me prepararon para la vida real. Y por eso me enfrento a las cosas a través de los dibujos, porque me cuesta ensuciarme en el barro de la vida.
La familia es una institución cada vez más cuestionada y cuando la gente escribe sobre sus familias a menudo es para ajustar cuentas. Tu libro, en cambio, es un canto a la familia.
— Si lo dices así suena muy conservador. Pero es que, para bien o para mal, la familia te construye. Y si tú estás en un presente bueno y tienes una buena vida, no hay mucha cosas a reprochar. Siempre que no hayas sufrido situaciones extremas, claro, que hay familias terribles. La mía era atípica. Vivíamos con nuestro tío, que era una persona muy especial, y cuando yo era pequeño, con el abuelo, que no veas. Mi padre nunca estaba en casa, era como un cazador que se iba a cazar mamuts y nos proveía, y mi madre era muy infantil... Yo he tenido muchas carencias, pero se lo debo todo. Si has tenido una familia que te ha querido, el resto da igual. Pero si no has tenido esta base, es difícil enfrentarse a la vida.
En el libro también hay mucha necesidad de explicar a la familia las cosas buenas que te han pasado. ¿En qué momento de tu carrera sucedieron las muertes?
— Cuando publiqué El arte mi madre ya estaba enferma y, de hecho, lo hice con cierta urgencia para que ella lo pudiera leer. Ella murió durante la primera temporada de Arròs covat y mi padre en la segunda. Y yo me quedé con las ganas que vieran que me estaba yendo realmente muy bien. Por eso me pasó lo que explico en el libro cuando recogí el premio Ondas, que fue una experiencia muy agridulce. Yo estaba fuera de mí, hacía poco que había muerto mi padre y me sentía a la vez muy mal y muy bien. En la ceremonia salí cuando no tocaba y todo el mundo se rió mucho, pero cuando volví a salir me eché a llorar y la gente no entendió nada. Al final me marché y allá se quedó el premio, no lo fui a recoger nunca, qué desastre. Así fue y así quedó, como los tachones de mis libros.
Para bien y para mal, ¿en qué te ha cambiado más la muerte de tu familia?
— Para bien, en la voluntad de vivir al día y disfrutar de lo que va viniendo. Para mal, en la soledad. Cubrir la sensación de vacío es muy difícil. Con el tiempo se va apaciguando y creas un nuevo entorno, pero al principio la soledad te vuelve más egoísta. Como no dependes de nadie ni tienes que rendir cuentas, te sientes un superviviente y vas a la tuya. Sientes que nadie es familia, que no perteneces a nada y que nadie es tuyo de verdad. Después te das cuenta que no, porque tu familia original también la construyeron gente que no tenían nada que ver entre ellos, solo que se querían. Pero al principio todo me parecía falso, y es una sensación que todavía vuelve a veces.
En lugar de volcarte en crear una nueva familia como hacen algunas personas, tú rompiste con tu pareja.
— Sí, me dediqué a disfrutar de la vida, a pesar de que después te das cuenta que aquello no es disfrutar. Tuve muchas relaciones consecutivas que quemaba muy rápido. El problema es que fui enlazando lutos y aquello me llevó a una conducta un poco extrema, dentro de la tranquilidad de la vida de dibujante. Fue una huida adelante, pero después ya se normalizó todo. Ahora tengo pareja y he recuperado muchos amigos que antes no veía. No tengo hijos, cierto, pero creo que no es consecuencia de perder a mi familia, sino de las circunstancias de cada relación.
El dibujante Pepo Pérez elogiaba el otro día tu capacidad “para llevar al límite la cursilería sin caer en el abismo”. Cursilería no lo sé, pero te has deshecho de aquella ironía con la que antes te protegías.
— Es que la ironía es un mecanismo de defensa, y en este libro he tenido poco pudor. Pepo es un buen amigo, es familia, y me dice esto porque él también es una persona muy emotiva pero que pone límites a algunas emociones. Y valora mucho que yo no llegue a este terreno de cursilería que en el fondo es falso. Para que una emoción funcione tiene que ser real. Si no, se nota mucho. Y yo no me he censurado las emociones. Si acaso he intentado que los mensajes fueran más claros y más sintéticos, destilar el lenguaje.
En este sentido, el libro está lleno de imágenes poéticas y metafóricas, con una sola idea por página simple o doble. Me pregunto si tu experiencia como humorista gráfico en el ARA te ha cambiado como historietista y ha hecho que ahora sintetices más que antes.
— Totalmente. Los más de tres años que estuve haciendo una viñeta diaria me han dado una capacidad de síntesis increíble. Cuando me hicieron el encargo no me veía capaz de ello, pero al final ha sido crucial en mi trayectoria. El libro en el que recopilé las viñetas del ARA, Crisi (d'ansietat), se recibió con cierta extrañeza porque no era mi registro ni temática habitual, pero para mí es un libro fundamental. Haciendo la viñeta del ARA aprendí mucho. Antes tenía tendencia a ser más barroco y explicaba más de la cuenta, en el fondo por inseguridad. Es un ejercicio que tendrían que hacer todos los dibujantes, un reto constante que tiene mucho de poético y que yo relaciono con Joan Brossa.
En Para los míos, ¿de qué solución estás más orgulloso?
— Me gusta mucho el comienzo, cuando dice “Querida familia” y después entra el color. En el libro hay mucho lenguaje abstracto, porque hay cosas que no se pueden explicar con palabras pero que con un color el cerebro ya lo entiende. El lenguaje del cómic tiene una capacidad expresiva brutal que todavía está muy desaprovechada. Queda mucho camino por hacer, pero ahora hay gente joven que hace cosas abstractas muy interesantes. El futuro del cómic son las chicas, tienen menos tradición y muchas menos tonterías que nosotros.
¿Qué ha supuesto para ti acabar este libro?
— Un alivio muy profundo. El día que fui a la editorial para ver el libro, cuando volvía hacia casa me eché a llorar en la calle. Sentía que me había sacado un gran peso de encima. Había hecho mi homenaje a la familia, ¡lo había conseguido! Además, parece que a la gente le está gustando. ¿Qué más puedo pedir?
¿Te preocupa que el libro te encasille como una especie de experto en lutos?
— No mucho, porque ya tengo una trayectoria y he hecho más cosas. La gente tiene tendencia a encasillarte: que si el de los modernillos, el que lo critica todo, el que no hace caras, el que dibuja mal, el que hace faltas... Si ahora soy el huérfano y el de la pérdida, no pasa nada. Yo soy todas estas cosas, en realidad. Y más que seré. Para muchos también soy el indepe castellano, porque estoy en Catalunya Ràdio y el ARA . Durante muchos años he sido el deArròs covat y acabé harto, porque antes le tenía manía a la serie, no la sentía mía. Es muy difícil trabajar en el audiovisual. Ahora estoy preparando una otra serie sobre grafiteros, pero será la última que haga. Es muy difícil mantener la pureza en la televisión, todo es una lucha constante, como en la publicidad.
¿Y entonces qué te gustaría hacer ahora?
— Profundizar en la manera de narrar de este último libro. Aquí todavía tengo un hilo conductor, lo que pasó con mi familia, pero si fuera por mí lo haría todavía más libre, para hablar de cómo es la vida de verdad. Quiero huir de los arcos narrativos, del artefacto, de guardar información porque crea intriga... Todo esto me repele.