Una crítica al feminismo descarnada y que a menudo cuece
'Discurso contrafeminista', de Mercè Rius, parece una defensa del feminismo de anteayer, ya poco vigente, aunque reivindicado enconadamente por muchos sectores conservadores
'Discurso contrafeminista'
- Mercè Rius
- Editorial Asuntos
- 88 páginas / 12 euros
“Feministas del mundo, ¡desúnaos!”, exclama Mercè Rius al final de este libro. Parece una contradicción, porque ahora mismo si de algo se acusa al feminismo es estar dividido. Con esta petición, la autora invita a la reflexión y al debate. Porque lo cierto es que, a pesar del ruido de los últimos años, hemos tenido poco debate. Estas páginas parten de la premisa de que el feminismo de hoy repite mantras que se compran con demasiada facilidad, como defender el uso del velo en Occidente –devenido “señal de orgullo”– mientras en los países musulmanes es una condena para las mujeres (una “señal de humillación”).
Pasar de un feminismo más o menos hegemónico (el feminismo de la diferencia hijo de los años 70) a otro (el feminismo inclusivo hijo de la teoría queer) implica un esfuerzo teórico. No basta con sacar pancartas a la calle para defender uno u otro, debemos saber explicar el qué y el cómo incidiendo en los temas que les separan: el concepto de género, el sujeto del feminismo, el tratamiento de la violencia...
Mercè Rius es profesora honoraria de filosofía de la UAB y, entre otros, ha publicado libros sobre Jean-Paul Sartre y Theodor Adorno. Amante de la ironía, en Discurso contrafeminista contempla el feminismo a partir de una crítica descarnada y que a menudo cuece. Debo empezar diciendo que afirma cosas con las que estoy radicalmente en desacuerdo, como que hoy en día, en la judicialización de la violencia de género, "la presunción de culpabilidad sustituye a la presunción de inocencia". Pero lo cierto es que no lo hace desde el único afán de provocar sino como un ejercicio de cuestionamiento, siempre saludable.
Rius habla del “lamentable espectáculo del Me Too” –que a mí me parece un movimiento altamente revolucionario y transformador–, y tampoco cree en las acciones positivas –mal llamadas “discriminación positiva”–, como las cuotas destinadas a enmendar la llanura al androcentrismo que todavía manda en tantos sitios. Critica el lenguaje inclusivo –tan necesario– alegando que “si el desdoblamiento bien usado realza las fórmulas de cortesía, su reiteración en los textos cuesta mucho digerir”, afirmando que “el desdoblamiento consolida el género femenino como el segundo sexo”, lo que daría mucho por discutir. También se ríe del reciente plan de equidad menstrual, que ampara la baja laboral si es necesaria, lo que dice que puede animar a los empresarios a contratar menopáusicas. Y en cuanto al actual feminismo –plural, atrevido, decidido–, le ve como una amenaza para ciertos hombres, que “se han recluido –o afianzado– en un apartheid voluntario”.
Discurso contrafeminista parece una defensa del feminismo de anteayer, ya poco vigente, aunque reivindicado enconadamente por muchos sectores conservadores. Pero ésta sería una lectura muy simple de este texto breve y estimulante, que en realidad se presenta como un juego dialéctico en el que se contraponen permanentemente tesis y antítesis. Pero para entrar hay que atreverse a jugar al juego que la autora nos propone: pensar. Aunque, como decía Hannah Arendt, pensar sea de por sí peligroso.