Autoficción

John Ford y Henry David Thoreau cabalgan juntos por Wyoming

'El consuelo de la intemperie', de Gretel Ehrlich, es el relato sobrio, inteligente y poético de los ranchos y los vaqueros de la América profunda

'El consuelo de la intemperie'

  • Gretel Ehrlich
  • Velas y Vientos Ediciones
  • Traducción de Yannick Garcia
  • 239 páginas / 18,90 €

El gran viaje épico fundacional de la mitología política y cultural norteamericana es el que durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX trajo a los pioneros y colonos del este del país hacia el oeste. Era el periplo a la vez concreto y simbólico que iba de la civilización jerárquica, hormigueante e injusta de las primeras ciudades –Filadelfia, Nueva York, Boston...– hacia los desiertos, las llanuras, los bosques, los ríos y las montañas de un vastísimo territorio donde la promesa de una vida libre, igualitaria y próspera. En El consuelo de la intemperie, una autoficción de Gretel Ehrlich (1946) publicada originariamente en 1985 y ahora aparecida por primera vez en catalán en una traducción fiable de Yannick Garcia, se nos explica un viaje individual inverso a ese viaje colectivo fundacional.

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Ehrlich, nacida y criada en un rancho californiano de Santa Bárbara, empezó a hacerse una carrera dentro del mundo del cine. Todo iba sobre ruedas, pero en 1976, mientras ella estaba en Wyoming filmando una película, el hombre del que estaba enamorada, con quien había decidido tratar de construir un futuro en común, murió por culpa de un cáncer fulminante. De un día para otro, la vida de Ehrlich se derrumbó, y ella sólo empezó a saber qué hacer con los escombros cuando optó por no volver a California y quedar en Wyoming. En poco tiempo, pasó de filmar películas a apacentar un rebaño de dos mil ovejas por un "tendido de ermots" de cientos de kilómetros. El consuelo de la intemperie es el relato sobrio, inteligente y poético de ese cambio de vida y del proceso de adaptación a una realidad extrema y singular: la de los ranchos y los vaqueros de la América profunda.

Imagínense un libro donde resuenan, en insólita armonía, los westerns de John Ford y de Anthony Mann y el trascendentalismo de tonos panteístas de Ralph Waldo Emerson y de Henry David Thoreau. Es decir: por un lado, la rudeza poco expresiva de unos hombres y unas mujeres deformados por unas vidas que sólo se pueden soportar a base de estoicismo y de voluntad de resistencia, y, por otro, la sensibilidad inteligente y empática de quien es capaz de encontrar sentido en la magnificencia salvaje de la naturaleza y también de encontrar una tierna.

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Es la principal virtud del libro de Ehrlich: cómo combina, gracias a una prosa precisa y plástica, meditativa ya la vez irónica y lírica, una sopa de elementos humanos y literarios muy heterogéneos. En las poco más de doscientas páginas que conforman el libro, encontramos la crónica de un día a día marcado por un trabajo agotador y que no se acaba nunca (criar animales, apacentarlos, protegerlos, hacer negocio), la consignación del paso de las estaciones (con sus inviernos de fríos que congelan y sus veranos de calores) maravillar como aislar y destrozar o enloquecer, el vivísimo y entrañable desfile de unos personajes que tanto confirman los estereotipos que nos han llegado (son conservadores, poco sociables, lacónicos, directos) como los desmienten (también son solidarios y compasivos)...

La vida de Ehrlich al fin no ha sido la de una ranchera sino la de una escritora reconocida por sus ensayos, sus libros de viajes y su poesía. No he leído ningún otro libro suyo, pero éste, el primero que escribió y publicó, destila una sabiduría mundana y retórica de las que no se olvidan. Escribe: "El verdadero consuelo es no encontrarlo, lo que significa que está en todas partes".