Literatura

Carles Casajuana: "¿Cuál es el límite en la relación que pueden tener alumnos y profesores?"

Escritor y exdiplomático. Publica la novela 'La guerra en la guerra'

BarcelonaCarlos Casajuana (Sant Cugat del Vallès, 1954) es uno de los novelistas más sutilmente irónicos del panorama literario catalán contemporáneo. Sea revisando episodios emblemáticos como el último viaje de Josep Carner a Cataluña (Regreso, 2017), de thrillers en el que el mundo empresarial y el político quedan entrelazados con gracia (Un escándalo sin importancia, 2011), o atreviéndose a plantear una farsa sobre la corrupción dentro del Ayuntamiento de Barcelona (Las pompas del diablo, 2019), el escritor y diplomático retirado –ha sido embajador en Grecia, Malasia, Vietnam y Reino Unido– ha construido una trayectoria de prestigio recompensada con premios como Ramon Llull, que recibió en 2009 gracias a El último hombre que hablaba catalán. En La guerra en la guerra (Proa, 2025) recupera a los personajes de los dos escritores barceloneses de aquella novela. Miquel Rovira está terminando una novela sobre la Guerra Civil. El otro, Ramón Balaguer, gana la vida impartiendo clases en un taller literario. Ambos se acaban reencontrando por hacer evidentes sus diferencias en la literatura, en la política y en el amor.

A La guerra en la guerra, la identidad es fundamental, como ya ocurría con El último hombre que hablaba catalán y El ombligo del mundo (Columna, 2013), novelas con las que configura un tríptico que puede leerse de forma independiente.

— Me gusta jugar con la idea de identidad, con el choque que se da entre la cultura catalana y la castellana aquí. El mundo cultural catalán prescinde del castellano: hace como si no existiera. El mundo castellano prescinde de otro modo: se mira a Barcelona como la capital del mundo editorial en lengua castellana, tiene muy presentes a los escritores de un gran peso que han pasado allí... Una y otra cultura se ignoran. ¡Es fuerte, porque los autores van a los mismos bares y publican artículos en los mismos periódicos!

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En el libro añades una tercera variable a este conflicto: el de Chantal Grenier, una chica de Montreal, licenciada en filología hispánica, que quiere realizar una tesis sobre "las mujeres extranjeras que vinieron a ayudar a los republicanos como parte de las Brigadas Internacionales".

— Si quieres hablar de la Barcelona de hoy es inevitable pensar en los expados. Hay un 25% de extranjeros viviendo en ellos, es necesario que aporten también su punto de vista. La mirada de los dos escritores y la de Chantal me permitían hablar de unos problemas que son los de hoy en Barcelona, ​​como la vivienda –a uno de los personajes la están a punto de echar de casa–, la masificación turística...

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La novela transcurre entre 2019 y 2020. Las consecuencias del Proceso de independencia están más presentes que la pandemia.

— Los catalanes tenemos la tendencia a hacer la guerra en la guerra. O así lo vemos. Pero en todas partes ocurre igual: dónde hay un conflicto, hay un conflicto dentro del conflicto. Se da dentro de Palestina, en el seno del movimiento feminista y entre los guerrilleros colombianos.

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En La guerra en la guerra queda ejemplificado en la pugna entre anarquistas y comunistas durante la Guerra Civil que desembocó en los Hechos de Mayo de 1937.

— Aparentemente, había más cosas que unían estalinistas y trotskistas que cosas que los dividían. Aun así, se dio una dinámica que les llevó a un enfrentamiento. Y ese enfrentamiento determinó el curso de la guerra.

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Hace pensar en los enfrentamientos de los últimos años que se han dado en el independentismo.

— Las divisiones entre unos y otros influyeron en el resultado del Proceso. Hay gente que dirá que el efecto fue mínimo y otros dirán que fue por eso que terminó como hemos terminado.

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¿Y cómo hemos terminado?

— Ahora mismo volvemos a discutir los temas de hace quince años: el reconocimiento de Cataluña, los temas fiscales, la cuestión de la lengua... En Cataluña tenemos un gran arte: simulamos que hablamos de una cosa y en realidad hablamos de otra. Durante el Proceso hubo mucha gente que defendía la independencia aunque sabían que era imposible pasar ese muro. Era, en parte, una forma de mostrar el rechazo al bloqueo desde la sentencia del Estatut. Seguramente lo hacían con buena fe y con razones. Pero el resultado fue que se invirtió una cantidad enorme de energía para terminar en el mismo sitio que antes. Tampoco es sorpresa, porque el tema de la soberanía se discute desde hace ocho o diez siglos.

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¿La calma de ahora es real o aparente?

— Lamentablemente, todavía hay una idea de vencedores y vencidos que no creo que ayude a nadie.

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Un tema candente de la novela es el de las relaciones de Chantal con Ramón, que es su profesor del taller literario.

— ¿Cuál es el límite en la relación que pueden tener alumnos y profesores? Es una pregunta que planteó JM Coetzee en la novela Desgracia [1999] y que, más adelante, a raíz del Me Too, se le ha planteado globalmente mucha gente. En La guerra en la guerra, Chantal, que está haciendo el doctorado, forma parte de un taller de creación literaria. El profesor no evalúa ni puntúa nada de lo que haga. Si ocurre algo entre ellos dos debería ser más comprensivo o tolerante. Aun así, la relación genera tensiones y problemas.

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Miquel piensa que Ramón se dedica a echar la caña a las alumnas, pero en la novela es ella quien lo hace.

— Ella le dice ir al piso, le ha comprado un whisky muy bueno... Y, además, le gustan los escritores. Tiene fotos junto a Philip Roth y de Paul Auster. Como acaba de conocer uno en Barcelona dice: ¡venga!

Chantal no aspira a ser escritora, sino editora, porque sale más a cuenta.

— Es cierto y es falso al mismo tiempo. El escritor es el núcleo del sector editorial y hay muchos editores que tienen cierta admiración por quien escribe.

Y los dos escritores del libro, ¿qué buscan?

— Quieren escribir una obra maestra. Hace poco leía un papel de Gaziel sobre las novelas en las que explica que le encanta leer novelas, pero detesta la "novelaría", que son el 99% de las novelas que se publican. Muchos autores intentamos escribir una obra maestra y nunca llegamos a ella. Nuestro oficio tiene muchas cosas de la piedra que carga a Sísifo. Sabemos que la piedra volverá a caer, pero también sabemos que iremos a buscarla e intentaremos subirla hacia arriba. Uno de los motores de la escritura es la frustración constante.