No sé cuándo podré volver a leer a Alice Munro

BarcelonaEsta semana, la hija pequeña de Alice Munro, Andrea Robin Skinner, ha publicado un artículo en The Toronto Star donde explica que su padrastro abusó de ella cuando era una niña. Ella se lo contó a su madrastra, que se lo contó a su padre, y este no hizo nada con esa información. Durante los años siguientes, la niña siguió pasando los veranos en casa de su madre, donde su padrastro pederasta seguía abusando de ella, hasta que fue adolescente y perdió el interés. Años después, Andrea decidió contárselo todo a su madre, que siguió con su marido, argumentando: "Lo amaba demasiado, y había que culpar a nuestra cultura misógina si lo que se esperaba es que ella negara las propias necesidades, se sacrificara por los hijos y compensara los errores de los hombres. Insistió en que lo que hubiera pasado quedaba entre mi padrastro y yo. Que no tenía nada que ver con ella".

Más adelante, Andrea fue madre y no quiso que su padrastro tuviera contacto con sus hijos. La respuesta de Munro fue que sería un inconveniente, ya que ella no conducía y no podría visitarlos. En ese punto, la hija cortó la relación. Más adelante, en 2005, decidió denunciar a su padrastro, después de que Munro concediera una entrevista en la que hablaba de su marido como de una gran persona. Aportó como prueba unas cartas que el padrastro les había escrito a su padre y a su madrastra, donde reconocía los abusos y los detallaba, culpando a Andrea y tildándola de "Lolita" y de "rompehogares". Fue acusado oficialmente, pero Munro no lo abandonó ni tampoco intentó reconciliarse nunca con su hija.

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El hecho de que Andrea, con el apoyo de sus hermanos, hable ahora en los medios tiene que ver con la culpa y la omertà que se establece entre las víctimas de maltrato y abuso en la infancia, que hace que a menudo solo se sientan con libertad de romper el secreto una vez los perpetradores y encubridores están muertos, para no perjudicarlos en vida (es el mundo al revés). Aun así, hay quien la acusa de ensuciar la memoria de la madre, ahora que está muerta y no se puede defender, aunque la historia es pública, reconocida por los propios adultos culpables y por la justicia, desde hace muchos años. En ese caso, la fama de Munro actuó como catalizador del silencio, como en tantos casos de otras personalidades públicas.

La toxicidad de un mandamiento bíblico

No proteger a los niños es doblemente perverso, ya que tanto abusadores como encubridores son perfectamente conscientes de que niños y niñas son los únicos de todo el entramado familiar que no pueden defenderse ni hacer frente a quien les hace daño. Ya he escrito sobre la toxicidad del cuarto mandamiento, "Honrarás a tu padre y a tu madre", el gran culpable de esta omertà que se establece en torno a los malos tratos y abusos a los niños. En el caso de Munro, como encubridora del pederasta de su marido (había abusado de otras niñas vecinas del barrio y ella era conocedora de ello), sería muy goloso centrarse en ella y solo en ella, porque, como señala Begoña Gómez Urzaiz en su ensayo Las abandonadoras, existe un doble estándar para las malas madres y para los malos padres, y las primeras son las que salen peor paradas de los mismos comportamientos. Por ese motivo, me gustaría tener un recuerdo también para el padre de la criatura, que estaba al corriente del abuso desde el principio y permitió que todo siguiera igual.

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Respecto a la obra de Alice Munro, no sé cuándo podré volver a leerla. Para mí, el debate sobre la separación entre la obra y el artista es absurdo, ya que una sin el otro no existiría ni tendría razón de ser; así que ya no podré gozar nunca más de su literatura porque no puedo desconocer lo que ahora sé. Pero sí probablemente revisitaré sus relatos, como ejercicio antropológico, para intentar entender el cinismo, el narcisismo y la psicopatía de una mujer con el cerebro tan trinchado por el patriarcado que ha acabado siendo una de sus mejores colaboracionistas.