Literatura

Oda en la vida de Ramón Lobo, un año después de su muerte

La obra póstuma del periodista, 'Pensión Lobo. Habitación número 13', ya va por la segunda edición en menos de dos meses

BarcelonaCuando semanas atrás España ganó la Eurocopa, no pude evitar pensar en Ramón Lobo. El periodista, futbolero empedernido y madridista hasta la médula, aspiraba a seguir vivo para presenciar los partidos de la competición. Después, a medida que su salud se fue deteriorando, empezó a regatear con el tiempo y se conformó entonces a ver finalizada la remodelación del Santiago Bernabéu, algo de lo que también acabó desistiendo. Pero lo que sí hizo realidad es completar la escritura de su último libro: Pensión Lobo. Habitación número 13 (Península), que salió a la venta en junio y ya va por su segunda edición. Ramón Lobo falleció el 2 de agosto de 2023, hace un año. Hacía menos de doce meses que le habían diagnosticado dos cánceres independientes y simultáneos, uno de páncreas y otro de pulmón.

Tengo que confesar que escribir sobre Ramón Lobo me genera cierto vértigo. Por mucho que me esfuerce o intente buscar las palabras adecuadas, me siento en clara inferioridad. Para mí Ramón Lobo era el periodista en mayúsculas: sabía mirar, preguntar, moverse, empatizar pero también escribir con especial belleza e ingenio. Sus textos no dejan indiferente ni por lo que explica, ni por cómo lo explica. En este sentido, era una rara ancianos en el periodismo actual, donde tanto abundan los escritos llanos, sin alma. Su último libro no es una excepción. De hecho, me pregunto cómo mantuvo la claridad mental para saber hilar tan bien las frases y las ideas, aunque estaba en tiempo de descuento. Sabía que se estaba muriendo.

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“Me siento periodista, no escritor. Me cuesta escribir fluido si no siento en la nuca la presión de una fecha límite de entrega. Es lo que los periodistas llamamos deadline, una palabra que pasada por el barniz del humor negro se ajusta como un guante a mi situación. Ahora sí que tengo un buen deadline”, escribe Lobo en el libro, donde lleva su fina ironía hasta el extremo. Satiriza sobre su enfermedad y su inminente muerte. De hecho, Pensión Lobo. Habitación número 13 es una reflexión sobre la muerte con la que a veces te echas de risa. Como bien dice él mismo, es un experto en “usar el humor para hablar en serio de asuntos comprometidos”.

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“Compre un montón de calzoncillos reforzados de la marca mejor evaluada […]. Soy víctima de un síndrome de posguerra no vivida que me empeña en comprar el doble de casi todo […]. Hice pruebas en casa para conocer el número de micciones que era capaz de resistir. Pese a la eficacia del refuerzo seguía inseguro”, explica Lobo para hablar de su incontinencia a causa de los repetidos ciclos de quimioterapia a los que se sometió. Porque, pese al humor, no huye de mostrarse vulnerable y visibilizar sus miedos más profundos. En definitiva, rompe con la imagen idealizada del corresponsal de guerra e insiste en que el hecho de que él haya cubierto todo tipo de conflictos en los lugares más depauperados del mundo no le prepara para morir: “La observación de la muerte de los demás no mejora la capacidad de asumir la nuestra”.

“Vivimos sobre una pasarela urbana de luces y música llena de gente guapa, delgada, sana y eternamente joven. No queda espacio para los feos, gordos, defectuosos, enfermos, viejos, inmigrantes o pobres”. Lobo sigue siendo Lobo y en el libro tampoco deja caña derecha. “La nueva era que se asoma, la de la inteligencia artificial, entonada como la nueva divinidad, está llena de riesgos. Una ventaja de mi situación médica es que me lo voy a perder, al igual que la catástrofe climática galopante”.

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Pero sobre todo Pensión Lobo. Habitación número 13 es una oda en la vida. Como dice el periodista, "todo puede cambiar en un instante normal cualquiera" y "si fuéramos conscientes de nuestra fragilidad, viviríamos de otra forma". Él propone aplicar la siguiente enseñanza: "Vivir cada minuto como si fuera el último". Y no esperar a sufrir una enfermedad para hacerlo, empezar ahora mismo.