¿Qué es realmente la amistad?

¿Cuántos amigos de verdad tienes? ¿Has sentido el miedo a no tener amigos? ¿Tienes del sexo opuesto? ¿Tienes mala conciencia de no cuidar de los amigos? ¿Cuánta verdad, cuánta mentira y cuánto secreto puede soportar una relación de amistad? Son preguntas recurrentes, milenarias. Preguntas tan importantes como incómodas. Por eso las rehuimos. La amistad es un misterio. Es, como dice Marina Garcés en el ensayo La pasión de los extraños (Galaxia Gutenberg), la única forma de interacción social estable que no está institucionalizada, regulada: es libre, sin normas, sin papeles, entre iguales. Sólo depende de la voluntad de quienes la sostienen, de los ritos y hábitos que se creen. Nace y muere por generación espontánea. No existen dos amistades iguales. Por eso a veces cuesta saber quién es y quién no te es amigo o amiga. La amistad tiene un maravilloso punto de inquietante, de deseo, de promesa.

El impulso hacia el otro nace tanto de la curiosidad como de la propia fragilidad. Somos seres sociales, nos necesitamos unos a otros. Estar juntos, reír juntos. Sin embargo, sabemos que si a la amistad le rodea un interés demasiado concreto, se difumina. La amistad no puede ser instrumental. No puede depender de un ansiado placer, como tampoco puede ser pura, ligada a grandes valores eternos. La amistad es existencial, es vida, cotidianidad, empatía con el otro, a veces aparente banalidad, otras discrepancia amable, en ocasiones sintonía poética.

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Lejos tanto del ideal ético y político con el que se la ha querido envolver desde Aristóteles como de la cultura terapéutica actual, como si fuera una medicina, Marina Garcés ve la amistad inevitablemente impregnada de "la sombra de las pasiones, la ambigüedad de los deseos ". Sobre todo es la antítesis de la soledad. Y no se puede confundir con compañerismo, solidaridad o sororidad/fraternidad. Ni con la familia.

En esencia, la amistad se fragua en el tiempo compartido, día a día. Al igual que se aprende a nadar nadando e a ir en bicicleta subiendo a la bicicleta, se aprende a hacer amigos haciendo amigos. Viviendo junto a los demás, en compañía. Los amigos y amigas están ahí y no están, sólo depende de nosotros que les hagamos aparecer y desaparecer. Estar o no estar: esa es la cuestión. En la infancia hay relaciones espontáneas: "¿Quieres ser amiga mía? ¿Jugamos?" Como un impulso innato, sin cálculo aparente, sin miedo. Como una transgresión al "no hables con extraños". Quizá el vínculo se anude. Quizás un día habrá una ruptura sonora. Así es cómo funciona la cosa.

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De Gilgamesh, el príncipe todopoderoso y cruel de la ciudad de Uruk, amigo de Endiku, a Montaigne y su querido Étienne de la Boétie, a lo largo de los siglos hemos conocido historias de grandes amigos. En estos dos casos, la muerte prematura creó el recuerdo mitificado. El modelo ha sido a menudo masculino. Por suerte, esto está cambiando. Por cierto, la gran frontera ha sido siempre la amistad entre distintos sexos. Esto también es hoy más fluido.

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Existe una dimensión social de la amistad: la concordia, la convivencia cívica. El deseo de entenderse en comunidad. La amistad como la alternativa a la tiranía, como el antídoto a la guerra. Esto está ostentosamente en crisis. Lo que se lleva hoy es la paranoia identitaria, la sospecha hacia lo diferente, la desconfianza, el cultivo de los enemigos, la división, el odio, la confrontación a pequeña y gran escala. El clima es poco proclive a hacer amigos entre los extraños: pero resulta que siempre que haces un amigo de entrada no deja de ser un extraño. Todos somos raros para alguien. Es el encanto de la rareza, de la extrañeza. Éste es el núcleo del ensayo de la Marina Garcés, que aún recuerda cómo la impactó de pequeña la película ET. Sí, existen amistades muy curiosas, contraintuitivas. Difíciles y fabulosas. También las hay peligrosas y tóxicas.

Y, claro, la amistad está siempre en evolución porque las personas no paramos de cambiar. Ahora llevamos dos vidas: la digital y la física, las dos sometidas al pulso de un mercantilismo emocional que valora la amistad como capital social. Con la sospecha de que, en las redes sociales, si todo es amistad, nada es amistad.