El fin del verano y la felicidad kafkiana

Se terminan las vacaciones de verano y nos entra una nostalgia triste. ¿Por qué siempre queremos más felicidad? Siempre más. La pregunta, tan universal, tan definitoria de la inquietud de la condición humana, se la hace Milena Jasenská, Milena de Kafka, o mejor, La Milena de Praga, a quien Monika Zgustova ha dado vida en una preciosa biografía novelada publicada por Galaxia Gutenberg. Traductora al catalán y al castellano de Kundera, Hrabal, Havel, Akhmatova y muchos otros, Zgustova se mueve con maestría por el mundo centroeuropeo de los totalitarismos del siglo XX. Un mundo infeliz. Un mundo de fanatismos y de supervivientes, de tragedia y de lucha, rico intelectualmente, espiritualmente extraviado. Enloquecido.

En el tránsito del nazismo al comunismo, en la lucha entre dos ideales asesinos, Kafka creó su literatura laberíntica, sin fuga posible, y Milena, su idealizada amiga y traductora al checo, doce años más joven que él, le sobrevivió y le fue fiel en la exigencia ética, en el afán de verdad y en la rebeldía: contra un padre impositivo, contra un marido tóxico, contra Hitler. En aquellos años turbulentos, fue madre, periodista, traductora y escritora, encontró la plenitud huidiza en el compromiso y en la lucha como mujer liberada. Como todo el mundo, sólo quería ser feliz.

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Hay un pasaje en el que, citando a Baudelaire, Milena dice: "Tengo más recuerdos que si tuviera mil años". Es joven, pero ha vivido mucho y muy intensamente. Ha conocido e intimado con un Kafka genial, premonitorio y torturado en su obra y, al mismo tiempo, en el trato personal, ingenuo, buena persona, irónico, alegre, bromista, amable, al que le costaba ver el mal en los demás. Era también un Kafka enfermo, que se encaminaba hacia la muerte sin poder hacer del todo su Milena. Ella tenía otro amor, el también escritor Ernst Polak, cruel y tierno, sutil y displicente: hoy lo llamaríamos un maltratador psicológico.

Huérfana de madre desde los 13 años, Milena, que en Praga tenía una existencia cómoda y gozaba de relaciones eróticas con mujeres y hombres, huyó del padre y de la ciudad para ir con Ernst a Viena que leía Freud, la de los intelectuales y de la dura posguerra, donde llevaría una vida bohemia de café y de columnista diletante. Allí conoció también a Karl Kraus, Robert Musil, Franz Werfel, Hermann Broch...

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La relación con Kafka se mantuvo sobre todo por carta. Es a partir de esas misivas, y de otros escritos y artículos personales, que Zgustova reconstruye la vida de una Milena que a los veintisiete años empezó de nuevo, ahora sola. La salud de Kafka había empeorado. Con su sonrisa tímida y noble, se encaminaba hacia el final, que llegaría el 3 de julio de 1924, ahora se han cumplido 100 años. Quedaban lejos los tiempos del café Arco en Praga, donde también estaban Max Brod y otros literatos. Para muchos, tanto en Praga como en Viena, Milena era como un imán, delicada, valiente e inteligente, pero también frágil y vulnerable.

Ella, como el judío Kafka, y como tantos otros en medio de una Europa convulsa, se sentía odradek (basura en checo): diferente, extranjera, extraña, exiliada. Cuando definitivamente perdió a Kafka, recuperó Praga, ciudad todavía libre, y sobre todo se empoderó como mujer y como periodista e intelectual. Y encontró a un nuevo compañero, el arquitecto Jaromír Krejcar.

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Casados, tienen una hija, Jana, en un parto difícil, cuyas consecuencias hacen Milena adicta a la morfina y la llevan a andar con bastón. Él, atraído por el comunismo, acaba marchando a la URSS. Cuando, desengañado, se reencuentran en 1939 en Praga, Milena se ha convertido en una activista antinazi, y ayuda a mucha gente a huir. "He vivido en Viena, en Praga y en Dresde, tengo amigos checos, austríacos, eslovacos y alemanes, y lo que intento salvar es esta vieja Europa Central con su mezcla de naciones, creencias, religiones, tradiciones, etnias... con eslavos, alemanes, judíos, húngaros, todos en una convivencia a veces pacífica, pero a menudo conflictiva. Sin esto no seremos nada, buscaremos en vano una identidad y una esencia".

Su lucha la llevó a Ravensbrück, donde en medio de la devastación todavía encontró un último amor, Margarete Buber-Neumann. La relación que establecieron es increíblemente hermosa. Siempre la felicidad.