Bill Murray, mejor rapsoda que cantante en el Liceu
El actor pone la voz en el espectáculo 'New worlds' del chelista Jan Vogler
BarcelonaEn general agradable y distendida, la actuación en el Liceu del actor estadounidense Bill Murray y el trío del violonchelista alemán Jan Vogler tuvo un par de momentos extraordinarios, curiosamente cuanto menos comedia había. Uno ha permitido constatar la hondura interpretativa de Murray. Ha sido al principio de este espectáculo titulado New worlds y que combina lecturas literarias con piezas musicales de Ravel, Piazzolla, Gershwin, Shostakovich y Bernstein, entre otros. Todo ello es un proyecto fruto de la amistad entre Murray y Vogler, director artístico del Festival de Música de Dresde e impulsor, junto con el director Kent Nagano, de la interpretación historicista de la tetralogía de Wagner.
El actor, ante el atril, leyó un capítulo de París era una fiesta, de Ernest Hemingway; concretamente, el que explica el encuentro del escritor estadounidense con el pintor búlgaro Jules Pascin y dos hermanas modelos en el Café du Dôme de Montparnasse. Murray hacía las voces de los cuatro personajes transmitiendo la alegría, la sordidez y el dolor de la escena, narrada con la conciencia del suicidio de Pascin. Vogler, la pianista venezolana Vanessa Perez y la violinista china Mira Wang seguían la lectura con silencio, el mismo con el que Murray, escondido tras el piano, había escuchado antes el segundo movimiento de la Sonata para violín y piano nº. 2 de Ravel, y después una interpretación notable de La muerte del ángel de Astor Piazzolla. El tono melancólico e incluso elegíaco mandó en la primera parte del espectáculo, la mejor, con otros dos picos de emoción poética: las lecturas de Song of a open road de Walt Whitman y de un poema sobre el olvido de Billy Collins.
Mejor rapsoda que cantante, Murray cantó con más pena que gloria It ain't necessarily so, de la ópera Porgy & Bess de George Gershwin. También la hizo cantar al público, que sólo llenaba la platea del Liceu. Había ganas de sonreír y aplaudir, y el recital entró en otra fase, con bromas sobre el efecto del alcohol en los pianistas a propósito de The piano has been drinking (no me), de Tom Waits, y un tono de comedia moderada. Murray bailó como pudo el maravilloso Oblivion de Piazzolla con la violinista, y a continuación emuló a Van Morrison con suficiente dignidad en When will y ever learn to live in god. Sí se lució Vogler con elallegro de la Sonata para violonchelo en re menor de Shostakovich y acompañando con Schubert la lectura de un fragmento de la novela El cazador de ciervos, de James Fenimore Cooper. ¿Por qué Schubert y Cooper? Tal y como recordó Murray, el compositor austríaco era un admirador de las novelas del autor de El último mohicano.
La danza ritual del fuego, de Falla, abrió un tramo final protagonizado por West Side Story, de Leonard Bernstein, con resultados desiguales: mejor cuando más intención ponía Murray en algunos versos (sobre todo los de America, donde también brilló especialmente el diálogo entre violín y violonchelo), más delicado cuando cantó Somewhere. Con el favor del público en el bolsillo recompensado con simpatía, los bises incluyeron la canción The way it is, de Bruce Hornsby, y Vogler tuvo detalle de homenajear a Pau Casals con El cant dels ocells para cerrar hora y media de un espectáculo sin pretensiones.