Luis Miguel, el dominio de un artista abrumador en el Palau Sant Jordi
Espectacular primer concierto de los dos del cantante mexicano en Barcelona
Luis Miguel
- Palacio Sant Jordi. 17 de julio de 2024
El primero de los dos conciertos de Luis Miguel en el Palau Sant Jordi fue llegar y besar el santo. Durante más de una hora y media, una canción tras otra, prácticamente sin pausa, y el cantante mexicano sin decir ni "Buenas noches, Barcelona" ni "Qué público más maravilloso". Solo un show poderoso, torrencial, a cargo de un artista dominador. Hace seis años llenó medio Sant Jordi y aun gracias, eran tiempos de la decadencia llamando a la puerta. Ahora llena dos días seguidos el mismo recinto (14.000 personas cada noche) y, a sus 54 años, está en un estado físico y artístico impecable. Nunca ha estado en condiciones de ser imparable en todos los registros: el pop romántico, el swing, el bolero, la balada, el funk y el mariachi.
El primer detalle relevante del concierto fue el color rojo de las camisetas de las Adict@s a Luis Miguel, el club de fans fundado en 1984, cuando el cantante mexicano tenía solo 14 años y ya era toda una estrella. El segundo, unas pancartas que pregonaban "El Sol brilla hoy en Barcelona". El tercer detalle, la pulsera de luz que repartían en la entrada del Palau Sant Jordi: como la de Coldplay y Estopa, pero con patrocinio de Tequila Don Ramón. Y, finalmente, una cámara-dron que sobrevolaba el escenario y ofrecía imágenes espectaculares, incluso de 360 grados, en las pantallas gigantes; un gran acierto bien aprovechado por la realización visual.
El Sol de México empezó versionando a los Jacksons (Será que no me amas) vestido de crooner elástico y con el despliegue instrumental de los shows grandes. Al segundo tema, Amor, amor, amor, el público ya había abandonado las sillas, y en la tercera canción reclamaba protagonismo cantando el estribillo de Suave. Fue un inicio frenético, con la sección de metales haciendo muy buen trabajo, pese a la muy mejorable sonoridad del Palau Sant Jordi. El dominio de Luis Miguel fue aún más abrumador en Culpable o no, melodrama en vena compensado inmediatamente por el romanticismo entusiasta de Te necesito y nuevamente llevado al paroxismo con la superbalada Hasta que me olvides, dos de las canciones que le compuso Juan Luis Guerra.
El Luis Miguel del 2024 canta en su sitio, llega impecable al grito, se siente comodísimo en unos arreglos atemporales que van del clasicismo de la cuerda al kitsch de los teclados, y es una bestia escénica: ahora una patada al aire, ahora un movimiento pélvico, ahora una sonrisa amplia y blanquísima, todo ello sin desabrocharse la americana ni aflojarse la corbata.
Necroduetos con Michael Jackson y Frank Sinatra
Después del funk exultante de Dame, los vientos cedieron espacio a los violines para columpiar Miedo debajo de la mesa, de Armando Manzanero. Es el Luis Miguel que se luce aún más cuanto más espacio tiene para colocar la voz sin correr. Canta No sé tú, el Sant Jordi es un clamor, y a continuación llega el medley de boleros, una de sus especialidades, que a ratos despacha sin mayor implicación que la necesaria, incluso con cierta indulgencia cuando hace Somos novios, pero otras veces viviendo intensamente la letra, como en Nosotros, uno de los puntos álgidos de la noche, con todo el dispositivo orquestal a su servicio. Quizás se podía haber ahorrado los dos dúos necrovirtuales con Michael Jackson (Sonríe) y Frank Sinatra (Come fly with me), pero era una forma de sentirse parte de una historia y de introducir el segmento más crooner del concierto. También es discutible el afán por el medley, que reduce los temas a un par de estrofas y un estribillo y, por tanto, sacrifica dinámicas gloriosas. A cambio, suenan más canciones.
Después de una también exultante Entrégate, salieron al escenario una quincena de mariachis, y el Sol de México subió la apuesta del concierto: cambio de vestuario, camisa y chaleco negros para abordar La bikina y una de las cimas de José Alfredo Jiménez, La media vuelta, ante el delirio del Sant Jordi. En un show sin bajadas de tensión, Luis Miguel reservó el tramo final para grandes logros juveniles como La incondicional que el público recompensó con una ovación extraordinaria. Un show de muchísimo nivel a cargo de un hombre que, definitivamente, ha decidido que no quiere ser un artista autocomplaciente, sino un cantante inmortal.