Crítica de ópera

Sempiterna 'Traviata', servida con broches de oro musicales

La soprano Nadine Sierra obtiene un triunfo sin paliativos como Violetta

'La traviata'

  • Música: Giuseppe Verdi. Libreto: Francesco Maria Piave, a partir de 'La dama de las camelias' de Alexandre Dumas hijo
  • Dirección escénica: David McVicar. Dirección musical: Giacomo Sagripanti.
  • Intérpretes: Nadine Sierra, Javier Camarena, Artur Ruciński, Gemma Coma-Alabert, Patricia Calvache, Albert Casals, José Ramón Olivé, Pau Armengol, Gerard Farreras, Carlos Quemadas, José Luis Casanova, Pau Bordas y Alessandro Vandin

Hay un tópico que dice que el papel de Violetta Valéry está escrito para tres tipologías de soprano: la lírico-ligera para el primer acto, la lírica para el segundo y la dramática para el tercero. Pese a la bondad del estirabot, no es cierto: la soprano que interprete a la protagonista de La traviata debe tener un timbre y color homogéneos y debe asumir las exigencias de un rol completo, magistralmente escrito pero maratoniano, que va de la frivolidad (primer acto) a la conciencia trágica (tercer acto) ante una muerte prescrita ya en el preludio, pasando por un equilibrio que se derrumba como un castillo de naipes (las dos escenas del segundo acto). La soprano Nadine Sierra resulta perfecta para el papel y ha firmado una versión de manual en unas funciones de La traviata que han devuelto al Liceu el regusto de sus noches más gloriosas frente a títulos de repertorio. Sierra es, sencillamente, perfecta: voz bonita, buen uso del instrumento, expresividad gloriosa, reguladores portentosos y buena prestación actoral la convierten, hoy, en una Violetta de referencia. Dicho alla giovane del segundo acto o la segunda sección delAddio del pasadoo —incluyendo al final una misa di voce inolvidable— ya forman parte de la leyenda.

Cargando
No hay anuncios

Javier Camarena se ha convertido, con razón, en uno de los tenores predilectos de nuestro teatro, donde también ha protagonizado sesiones inolvidables. Y su Alfredo hace justicia a su fama. Pero sea por prudencia —el tenor mexicano ha sufrido un resfriado importante— o porque quizá el rol no se acabe de ajustar a la tesitura natural del intérprete —le falta peso y densidad dramáticos—, ha quedado un poco atrás respecto de su compañera de escenario. Sin desmerecer (eso nunca) una prestación de calidad y que en ningún momento quedaba empequeñecida junto a Sierra.

También Artur Ruciński, muy bregado en interpretaciones verdianas en nuestro teatro, ha rubricado un Giorgio Germont de línea y fraseo nobles, sin olvidar la severidad del rol, especialmente en los dos cuadros del segundo acto. En cualquier caso, el barítono polaco nos ha convencido mucho más, por su timbre juvenil, en papeles verdianos que no representan la veteranía de un padre. Un buen grupo de secundarios, entre los que cabe mencionar a Gemma Coma-Alabert, Josep Ramon Olivé, Pau Armengol, Albert Casals y Gerard Farreras, han acabado de redondear una función que será recordada en los anales liceístas por la calidad y la homogeneidad de la propuesta. El buen oficio de Giacomo Sagripanti al foso frente a una orquesta dúctil y la entrega del corazón —quizá demasiado reducido— contribuyeron a la fiesta.

Cargando
No hay anuncios

Repuesta una vez más en el escenario del Liceu, la propuesta dramatúrgica de David McVicar funciona como anillo en el dedo. El suelo del escenario, con la lápida de Violetta, marca el tono del espectáculo, que visualmente puede parecer muy arraigado a la tradición, pero que en el gesto y en algunos detalles de la escenificación (que remarcan la frivolidad y la grosería que rodean a la protagonista) nos adentran en un drama, el de Violetta, que puede ser tan actual como lo era en tiempos de Verdi o de Alejandro Dumas cuando concibió La dama de las camelias. Sempiterna Traviata, servida con broches de oro en la Rambla y en un espectáculo que nadie debería perderse.