Literatura

Albert Om: “Los padres no se mueren un día, se te van muriendo”

BarcelonaEl periodista Albert Om (Taradell, 1966) vuelve a publicar un libro después de veinte años y resulta que es el más personal de su trayectoria. En El dia que vaig marxar (Univers) explica una huida a Francia para encontrar la “vitalidad agotada” y poder ser otra persona. Pero ese paréntesis de tres meses en el que “todo era pour le plaisir” se entrelaza con la proximidad de la muerte de sus padres, un desnudamiento que nos acerca algunos recuerdos familiares y, así, retrata también una época. 

El dia que vaig marxar es un paréntesis. ¿Por qué te vas en 2015 a Aix-en-Provence a estudiar francés?

— Me voy porque estoy en ese momento en el que te entra el miedo de que un día perderás a tus padres, que se hacen mayores y están enfermos. Y a mí me cogieron unas ganas de vivir. Tenía la sensación de que o hacía el paréntesis entonces o ya no podría porque tendría que cuidarlos. Y me voy a Francia, por un lado, por un motivo sentimental, porque en los 70 para mis padres fue la libertad, un lugar donde se escapaban y no eran vistos, que era justo lo que yo quería; y, por el otro, por un motivo práctico, y es que está a cinco horas en coche de Taradell.   

También es un revulsivo vital.

— Sí. Yo ya lo había hecho, con 25 años en Londres. Fui de las primeras generaciones que estudiamos inglés y veíamos el francés como una cosa del pasado, antigua. En el libro está la fe de los conversos, con el francés. Aprenderlo casi con 50 años me abre un mundo, de libros, de música, de cine, ¡todo lo que me había perdido!

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Explicas cómo, para Marina Rosell o Serrat, Francia era la libertad.

— Serrat me dice: “Nosotros no queríamos ser ni catalanes ni españoles, queríamos ser franceses”. Fue así para unas cuantas generaciones.

Te vas con el deseo de encontrar placeres, de hacer cosas nuevas y por gusto.

— Sí, yo digo esto de que “tener no tenía que hacer nada”, pero también es verdad que somos como somos y tengo la sensación de que, ya que paro, tengo que hacer una cosa productiva y, por lo tanto, estudio una lengua. Pero vaya, hay muchos momentos de vida feliz, son tres meses de primavera en la Provenza, haciendo amigos nuevos. Todo era nuevo. Incluso la mirada de los otros, una cosa que me ha acompañado toda la vida, por ser de un entorno pequeño y después por la repercusión de la radio y la tele. Y hay un momento en el que te gusta descansar. 

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Marcharse significa dejar de ser visto.

— Hay una cosa mágica, con esto de los idiomas, y es que con otra lengua y en otro país eres otra persona. Está el monologuista Godoy que dice: “La vida es fantástica, lástima que sea cada día”. El libro es esto: el deseo de borrarte del día a día y después volver. De saber cómo es la mirada de la gente hacia ti sin un juicio previo porque sales en la tele o la radio. Y después está el placer de la lengua, de las palabras.

Explicas cómo te ha cambiado ser una cara conocida.

— A mí, que me gusta mucho mirar, vigilas de no mirar tanto. Tienes más la sensación del ojo de los otros. Pero yo ya venía entrenado. Soy de Osona. Y esta frase tan castradora de “qué dirá la gente” la había oído mucho en casa. Y decimos “la gente que diga lo que quiera” pero de alguna manera eso te condiciona.

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El hedonismo de Francia queda matizado por el final de tus padres, porque en el libro también explicas los lutos que vives.

— Los 50 años hacen que la mirada se vaya adelante y atrás. Hacia el final de la vida y hacia el pasado. Los padres no se mueren un día, se te van muriendo. La sordera es el primer mini luto, y después vienen más. Pero he querido que estuviera la decadencia y también su esplendor: los viajes a Francia, la noche de novios... Es un homenaje a mis padres. Porque donde ellos se encontraron la vida y donde nos la han dejado a nosotros no tiene nada a ver. 

¿Cómo llevas la nostalgia?

— Me gusta mirar atrás, no me hace daño, al contrario. Este libro, escrito el segundo semestre del 2020, hace siete años que me está rondando. Hace siete años que estoy reconstruyendo la historia de mis padres y abuelos, desde que en casa las cosas empiezan a ir mal, y publicarlo me deja en paz.

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Milena Busquets escribe que, si somos serios, nadie es huérfano a partir de los 30 años. Pero...

— No estoy de acuerdo. Cuando se te muere tu padre o tu madre da igual que tú tengas 50 y ellos 85. Es una referencia que deja de estar. Para mí es un vacío importante. Pero puedes encontrar la manera de colocar las ausencias de los padres, de los amigos, en un buen lugar. Son ausencias presentes y que no hacen daño.   

En el libro hay cierto desnudamiento. Siempre sueles ser tú quien hace las preguntas, y aquí miras hacia ti y revelas intimidades que no conocíamos.

— Este paréntesis en Francia llega después de 65 programas de El convidat, esto es mucho tiempo de hacer viajes a la vida de los otros. Marcharse hizo que pudiera mirarme más a mí y a mi familia, a mi vida. Una cosa curiosa del libro es que explica una época en la que yo me borro del día a día y, en cambio, aquí es donde me enseño más.

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En esos tres meses, sin embargo, no se te desengancha el periodista. Citas el atentado de Charlie Hebdo, el accidente de Germanwings...

— Y a un compañero de clase que es asesor antiterrorista del gobierno de los Estados Unidos. Lo que me gustaba era que no tenía que hacer nada. Veo en el diario que a 80 kilómetros está Marine Le Pen en un mitin y voy. El caso de Germanwings fue diferente porque el avión cayó mientras yo estaba en clase, a dos horas de ahí. Y al final me fui e hice una crónica para el ARA.

En el mitin te das cuenta de cómo es de básico el discurso de Le Pen porque lo entiendes todo.

— Recomendación: si queréis aprender una lengua, id a ver a políticos, y si son populistas, mejor. Son mensajes muy simples y te los repiten cincuenta veces para que se te graben en el cerebro. Salí pensando que sabía mucho francés.

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Uno siempre puede acabar pensando: ¿por qué no hago esto que me hace feliz aquí?

— Es imposible. Necesitas distancia. Tengo la sensación de que para borrarte tienes que marcharte. Y es una cosa que puede hacer mucha más gente de la que lo hace.

Se tiene que no tener miedo.

— Y te tiene que gustar. A veces envidiamos cosas que no querríamos. Yo el miedo de qué haré después no lo he tenido nunca. Tampoco he hecho ningún plan. Cuando salí por primera vez en la tele había amigos de niñez que me decían: "Yo ya sabía que saldrías en la tele". Pues yo no. Trabajé trece años en El 9 Nou encantado de la vida. He trabajado en muchos lugares y muchos años en cada lugar, y no he tenido nunca el miedo de que no se acuerden de mí. Al contrario: si he tenido algún miedo ha sido el de estar demasiado. Es más jodido ser una presencia constante que tener épocas.

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El libro da ganas de ir a la Provenza, pero también te maldecimos por eso, ahora mismo.

— Crec que el libro cuadra con el momento actual en el sentido de evasión. Si para mí esos meses fueron un paréntesis, espero que también lo sean para el lector las tres horas que esté leyendo el libro. El deseo de pausa, de paréntesis, es muy universal.

Para mucha gente el confinamiento fue una pausa, porque dio tiempo ilimitado.

— Cuando haces estos paréntesis, lo que te tendrían que generar sería un estado de apatía en el que no tomaras ninguna decisión, pero fíjate que durante el confinamiento la gente ha tomado grandes decisiones: quiero cambiar de trabajo, de ciudad, de piso, quiero vivir en pareja, dejarla, tener un hijo... Y a mí me sirvió mucho para tomar decisiones personales y profesionales. Parece que lo suspendas todo, y no: te permite hacer un viaje hacia ti que es imprescindible, porque adquieres distancia y lucidez.