BarcelonaSergi López (Vilanova y la Geltrú, 1965) llega al Teatro Poliorama con americana y zapatillas fluorescentes, directo de la inauguración del Festival de Cannes. "Hemos dormido muy poco. No haré más declaraciones", suelta. Viene a Barcelona en una visita relámpago para presentar su regreso al teatro catalán, del 26 al 30 de junio, con el monólogo Non solum, que lleva casi veinte años acompañando y que el 15 de julio representará en francés en el off del Festival de Aviñón. A estas alturas ya estará en Marruecos, donde estará cinco semanas rodando la nueva película del director gallego Óliver Laxe.
La última vez que fuimos oír hablar de ti en el AHORA era la joven y brillante directora Alice Rohrwacher que decía: "Es un actor que quiero muchísimo. ¡No parece actor!"
— Me lo he oído decir alguna vez. Existe la idea de que los actores son unos tipos egocéntricos y que necesitan mucha atención, que son caprichosos y sólo piensan en ellos. No sé, yo conozco a muchos actores y actrices que son gente normal, que respiran, caminan y comen bocadillos de mortadela.
¿Crees que se dice por tu falta de divismo o por el físico?
— Es verdad que a veces tienes la sensación de que los actores se van formateando. En las películas americanas hay una chica que trabaja en el Caprabo y la ves en la ducha y, ¡hostia!, parece una modelo, quiero decir que todo el mundo está como un tren. Yo, en este sentido, no estoy del todo como un tren, ¿no?, marco un poco la diferencia. Y tengo la sensación de que ha acabado siendo, en lugar de un defecto, una virtud, tener cara de cualquier persona, tener cara anodina, poder ser tu vecino, hacerte pensar en alguien. No tener algo excepcional es algo como un salvoconducto, puedes pasar por todas partes.
¿Lo vives como un privilegio, quedar al margen de ciertas exigencias de la industria?
— Lo vivo todo como un privilegio, lo que me ocurre en general con el mundo del espectáculo, el teatro, el cine, la celebridad... Trabajar de esto y tener trabajo durante más de seis meses, un año, dos años , tener trabajo regular, es un privilegio. También por cómo empecé, con un pie alabeado, porque empiezo en Francia pero con acento catalán, y ya no me pueden situar, soy un tío un poco raro, con un acento de no se sabe dónde y con un cuerpo poco estándar en el cine . Siempre me he situado –o la gente me ha situado, la industria, los directores y directoras a las que he inspirado– me han situado en un sitio algo particular.
Quizá por eso Albert Serra, que detesta a los actores, te fichó para Pacifiction. ¿Cómo fue rodar con él?
— Está muy bien, Albert Serra. Yo soy muy fan. Tengo la sensación de que es como el arte contemporáneo. Hay cosas que necesitamos que nos expliquen, cosas que no acabamos de entender y que nos hacen soñar, nos hacen ir más lejos. Y como cada vez más esta industria del audiovisual, y todo ello, se está formateando, los guiones, las historias, acaba siendo tan pesado y tan estructurado y tan políticamente correcto, que el hecho de que la gente que hace cine se atreva a romper cosas, a contar el mundo tal y como lo ve sin haber tenido una formación ortodoxa, lo encuentro un regalo, lo encuentro brutal.
Acabas de estrenar en Netflix Mano de hierro, una serie criminal, un formato al que no te habías abonado.
— ¿En las series? Ni me he abonado ni me abonaré mucho más. No, no. En fin, es un formato curioso, interesante de acercarse a él, ver cómo funciona, cómo es por dentro, y se constata que si puedo hacer cine... Es otra forma de acercarse al objeto presuntamente artístico, no sé cómo decirlo, el tiempo de rodar, de trabajar el personaje, de enlazar las historias... Yo sigo pensando el cine como una especie de oasis, como el teatro, algo que puedes subir a él derecho, que tiene la fuerza que tiene. En un momento dado todo el mundo calla, oscurece y sale un tipo, una paya, y es un momento único y de presente, compartes con un público una película, una historia, y eso es una especie de tesoro.
¿Qué debe tener un papel para que digas que sí?
— Mi papel me da un poco igual. No escojo las historias en función de mi personaje: "Hosti, que guai hacer de Al Capone"... Pfff, depende, ¿con qué peli? Hacer de Al Capone por hacer de Al Capone tampoco. Hay pelis en los que mi personaje es un tío gris, pero la historia que cuenta es [tiene cara de admiración] "¡que chulo, que guay!". Yo no hago este trabajo sólo para pasármelo bien, para disfrutar... Quizás porque me voy haciendo mayor, no consigo tomármelo sólo así, puramente lúdico. Necesito que la historia me conmueva, me toque, que tenga interés, o que sea una comedia ligera pero que tenga algo que me guste. Mientras pueda mantener ese privilegio, eh, porque los actores lo único que no podemos permitirnos es no trabajar. Me fijo en el guión y en el director, si me cuentan cosas. Pero no soy demasiado cinéfilo y cuando me hablan de tal director [tiene cara de ni idea]. Hombre, Almodóvar sí lo conozco, pero tampoco he visto todas las pelis del Almodóvar.
En esta vorágine de cine, ¿dónde queda el teatro? ¿Es algo que piensas que siempre tendrás?
— El teatro para mí es casa de mamá, es lo que hice desde el principio, pero ya no por algo cronológico, porque es al principio de todo, como actor. Es donde descubro la escritura cómica, el potencial, qué significa comunicarse con alguien que está abajo, y el hecho de inventarte cosas. Pienso que si nunca me llama nadie, siempre podré ir al garaje de un amigo y hacer algo, escribir y hacer el burro, subir a una caja en medio de la Rambla y ponerme a gritar y hacer teatro. Lo encuentro algo más posible, más de tamaño humano.
Non solum tiene ese espíritu, de hecho literalmente coges una caja y subes. ¿Por qué vuelves?
— Por lo mismo que cuando lo estrené. Porque tenía mono. Ahora hacía 3 años y medio que parecía que había terminado y me venden unos amigos argentinos y me dicen "Oye, ¿lo hiciera aún, el 'Non solum'?". Pensé si tenía ganas de hacerlo y si tenía sentido, y lo reescribí, recortar y lo probamos en Vilanova, y paf!, es una bomba, es mejor que antes. Ahora es cuando debería estrenar, 18 años después es cuando está listo, es más corto, más redondo, más coherente y, al contrario de lo que creía, que quizás ya no era de actualidad y estaba envejecido, resulta que el discurso existencialista resalta más. Non solum está hecho para pasármelo bien yo y para reír, y esto es una ganga vivirlo y disfrutarlo.
Nos encontramos después de las elecciones catalanas y es inevitable preguntarte qué piensas del giro a la derecha.
— Un desastre. En este país y en el mundo en general, estamos en una especie de energía negativa de la que es difícil salir. Es un desastre que la derecha más tóxica tenga altavoces. Estamos en una época en la que la información circula de una forma tan alocada y tan tóxica... Cuando yo era jovencito los señores más conservadores que iban al bar leían La Vanguardia y los más así leían El País. Ahora, El País, ¿de izquierdas? Ahora es una maraña de fakes, de informaciones. Para la gente joven es un lío saber qué piensas, es un lío saber quién eres tú, cuál es tu país, qué significa tu país, es un lío saberlo todo. Es decir, da igual la lengua como jugar al tenis, está todo dentro de la misma cazuela mezclado y vamos cogiendo cucharadas como viene. La humanidad que viene tendrá trabajo para saber lo que está pasando.
Quizá por eso el discurso existencialista tiene más sentido, por esa inconsistencia.
— El discurso existencialista es una mirada hacia adentro, hacia quien eres, porque no tienes por qué ser de una pieza, puedes ponerte en cuestión, puedes tener dudas, puedes cambiar. La otra cosa es vivir en un mundo donde no sabes dónde apoyarte. No sabes qué significa, qué es la sociedad, qué es el colectivo. Cuando pierdes las referencias de saber a qué colectivo perteneces, cuando no sabes cuál es tu tribu, o qué es una tribu, es un lío. Ante una pantalla puedes pensar que eres africano o que eres una jirafa. No sabes si tu vecino se está muriendo de hambre. Da un poco de miedo.
Uno de los últimos manifiestos políticos en los que te hemos visto fue ese vídeo de Plataforma por la Lengua pidiendo a Macron...
— Ah, hombre, Macron, muy amigo mío [ríe].
Le decías que, por favor, Europa hiciera oficial la lengua catalana. ¿Te preocupa la deriva del catalán?
— Sí, me preocupa. Tiene que ver con este tipo de escudilla mezclada de los conceptos, donde se normaliza que en un país con una lengua propia sea normal no hablarla. Es algo de volverse loco. ¿Tenemos una lengua que es nuestra pero no pasa nada, escucha, y si plegamos y hablamos todos en inglés? Es surrealista. Estamos tan convencidos de que es la nuestra que no sabemos defenderla. No es defenderla. A mí me parece bien hablar francés, castellano, italiano, me encantan las lenguas y hablar en todo lo que pueda. ¿Pero tener una lengua y no hablarla? ¿Nos ocurre algo? Estamos tocados de la seta. Lo que debería ser natural es lo natural.
—
Ahora que decías lo de las lenguas, En Lazzaro feliz soltaste algún taco en catalán. Y en La gran magie, el mago decía... "cagarrinas de las finas"?
— ¡Sí! [ríe]. ¡Cagarrinas de las finas, pedos, rotos, mocos, llufas y palmitos, ensaimadas de caballos, pies sudados, narices sucias, buen remedio para los jorobados! ¡Sí, sí, también! Esto son cosas de esas que tampoco encuentro una trascendencia. No lo hago expresamente. Pero resulta que el tío debe decir una especie de sortilegio, una especie de abracadabra. Y a la directora le digo: "¿Pero tú quieres que diga abracadabra? ¿No lo sé, quizás este tío se puede inventar una cosa. Harsufaladurabaixas..." Y me dice: "¡Sí, sí, sí! ¿En qué estás hablando?" Digo: "No, no estoy hablando nada, estoy simulando que hablo una lengua, pero si quieres te digo algo en catalán [hace un movimiento de dedos]: pedos, rotos, mocos, llufas y palmitos...". Y esto se convierte en la abracadabra. También digo de vez en cuando "cabezas de rocas desgarradas" o "cáscaras de coco aplastadas", que son pequeñas frases de los Satanasos dels Pastorets. Son frases que son muy sonoras y creo que tiene sentido hablar una lengua que es la mía como si fuera algo misterioso, como si fuera algo críptico y un misterio.
¿Es verdad que Guillermo del Toro te decía “¡Ya has vuelto a meter el látigo!” ¿cuándo te salía el acento catalán?
— Sí. Me lo decía porque le llevé látigos, que no sabía lo que eran. Y cuando me iba al acento catalán decía: «López, cabrón, se te está yendo el látigo». A ver, yo lo que no puedo hacer es de Descartes, no puedo hacer de Molière. Pero, más allá de eso, en cada lugar los acentos tienen valores y pesan de formas diferentes. Depende de la película, depende del director y de la historia, te lo planteas cada vez, si el acento debe notarse más o notarse menos, o si va a favor o si va en contra , y en función de esto, como siempre, hacemos lo que podemos. Intento marcarlo siempre lo menos posible. Lo importante es que la gente no vea al actor, barrer las pistas. Para mí en el cine lo más importante siempre es que entres dentro y que te lo creas, no lo trabajo de actor, que me importa bastante un bledo.
"Yo empecé haciendo de mí mismo, con un solo director. Y como tengo algo que parece que me caigo bien, que soy buen tipo, pues hacía más bien personajes buenos. Y a partir de Harry [ un ami quien vous veut du bien ], donde hago de malo, lo que mata a gente, el psicópata, y esta película lo peta en Francia, va a Cannes, a los César, a los Premios Europeos, y todo, y entonces de repente «Hostia, éste hace de malo»... Y hago El laberinto del fauno ; con Stephen Frears hice un conserje de un hotel que traficaba con órganos, un tío muy simpático que era un malparido [ Dirty pretty things ], y entonces en un periodista americano se le ocurre escribir a IMDB que Sergi López está especializado en « villains ». ¡Pero este tío había visto estas tres pelis y no las otras veinte! casi siempre hace de malo. Pero sí, tengo la suerte de que de vez en cuando me toca matar a alguien, porque esto en cine es divertido, es lúdico. se llama Maldoror , que trata un suceso supertraumático para Bélgica, que fue el caso Marc Dutroux, un tipo que tenía niñas de 8 años secuestradas en un sótano, algo horrible, horrible. Pero también hago otras cosas. Con Óliver Laxe hago de señor normal que sufre una tragedia".