Catalunya y el mundo de Messi: todo ha cambiado... menos él
El argentino no se ha pronunciado sobre el Procés, pero considera a sus hijos como catalanes
BarcelonaCuando Jorge Valdano, una de las voces más respetadas entre las que comentan fútbol, dice que "Messi es Maradona cada día" pone de relevo una de las grandes virtudes del astro argentino: la regularidad. El excapitán del Barça reina en el deporte rey desde que Pep Guardiola supo potenciar su talento la temporada 2008/2009, la del primer triplete de la historia azulgrana. Messi ya había demostrado de qué pasta especial estaba hecho con Frank Rijkaard, que le hizo debutar en un partido oficial con 17 años en el campo del Espanyol. Pero no fue hasta los 21 que cogió velocidad de crucero para marcar una época que ahora, con 34, quiere alargar desde París porque todavía tiene cuerda para seguir comiéndose el mundo. No hay talento más perdurable en un planeta que ha cambiado en todos los sentidos que el de Messi, que ha evolucionado su juego con el paso de los lustros sin ceder el trono mundial a ningún joven bien preparado. Su mérito es superlativo.
Un icono de la ciudad. Barcelona se ha transformado mientras el delantero rosarino alimentaba su leyenda. Cuando Messi la pisó por primera vez en 2000, en la ciudad postolímpica se vendía en pesetas y todavía no había inventado los títulos integrados de transporte público: las T-10, que ahora se llaman T-casual. Cuando el argentino debutó en 2004 en la Liga, los euros ya funcionaban y el primer Foro de las Culturas se acababa de cerrar con poco más de tres millones de visitantes y una factura exagerada teniendo en cuenta que su actividad más exitosa, el desfile de Carlinhos Brown, no se celebró en el inmenso recinto ubicado en la frontera con Sant Adrià de Besòs. Un espacio que costó más de 3.200 millones de euros y que hoy en día se utiliza, entre otras cosas, para hacer el Primavera Sound, un festival de música que reunió a 8.000 personas en su primera edición (2001, ya con Messi en Catalunya) en el Poble Espanyol y que se ha convertido en un motor de la Barcelona turística (220.000 asistentes en la última edición antes de la parada obligatoria por la pandemia). Messi, por cierto, ha conocido a tres alcaldes y a una alcaldesa: Joan Clos, Jordi Hereu, Xavier Trias y Ada Colau. También ha sido testigo de un ataque yihadista en la ciudad del Mobile World Congress.
De los socios a los turistas. A pesar de estar asociado a la marca Barcelona, el 10 (30 en el PSG) ha vivido la mayoría de estos años en Castelldefels. Ha recorrido miles de veces las autopistas C-31 y C-32 para ir a entrenar primero en los campos de La Masía, bajo la mirada de los periodistas y de los aficionados, y después, a partir de 2009, a la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, convertida con el paso de los años (y el aumento de la resolución en las cámaras de los móviles) en un bunker contra ojos indiscretos. En el Barça, Messi ha sobrevivido a cuatro presidentes (Gaspart, Laporta en dos mandatos, Rosell y Bartomeu) y a ocho entrenadores en el primer equipo (Rijkaard, Guardiola, Vilanova, Martino, Luis Enrique, Valverde, Setién y Koeman) en 17 temporadas. Pero ha tenido que irse, víctima de una pandemia que ha destapado las vergüenzas de una pésima gestión de los recursos y de un modelo de negocio muy débil, basado en la explotación presencial del Camp Nou para los turistas. Messi celebró su primer gol en el estadio (1 de mayo de 2005 contra el Albacete) sobre todo con socios azulgranas, mientras que el último con público en las gradas (de penalti contra la Real Sociedad el 7 de marzo de 2020) lo cantó mientras miles de visitantes extranjeros lo grababan para su Instagram. Aficionados esporádicos que, todo sea dicho, han ayudado a pagarle un sueldo millonario durante más de una década.
Del pujolismo al Procés. El excapitán del Barça lamentó el pasado domingo no haberse podido despedir de la gente en el Camp Nou después de un año y medio con partidos a puerta cerrada como el que tuvo que jugar el 1 de octubre de 2017. Aquel día, sin embargo, la medida no fue por la pandemia, sino como protesta por las agresiones policiales que se perpetraron contra los votantes de un referéndum de autodeterminación en Catalunya. Messi no se ha pronunciado nunca sobre el Procés, un camino soberanista que empezó en 2012 cuando el argentino ya tenía tres Champions y cuatro Balones de Oro en el zurrón. Tampoco se ha atrevido nunca a hablar catalán en público a pesar de entenderlo perfectamente. Aun así, reconoce a sus tres hijos (Thiago, Mateo y Ciro) como catalanoargentinos. En sus más de dos décadas de vida en Catalunya, la Generalitat ha tenido siete presidentes de cuatro partidos diferentes: Jordi Pujol, Pasqual Maragall, José Montilla, Artur Mas, Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès. Y el país, según Òmnium Cultural, ha sumado más de 3.000 represaliados por Estado español, del que el ex jugador del Barça ha sido el principal contribuyente desde 2017.
De una servilleta al firmamento. El fenómeno Messi sobrevive, sólido, en una sociedad dominada por la modernidad líquida que se ahoga en los compromisos y prioriza la novedad. El argentino y las marcas que lo patrocinan monetizan la tradición en un mundo conectado y global. Cuando llegó a Europa, firmó una servilleta para jugar en el Barça y ahora viaja en un avión privado y se comunica por Whatsapp e Instagram, sus dos aplicaciones preferidas. En su camino hacia el firmamento, la sociedad en la que vive ha dejado atrás los Tamagochis, la serpiente de los móviles Nokia, las Blackberry, el Fotolog o los reproductores de MP3 para entretenerse con el gigante Netflix, comprar regalos en Amazon, hacer el tonto en Tik-Tok o indignarse en las redes sociales, un universo válido tanto para el postureo como para captar terroristas suicidas o simpatizantes de la ultraderecha de VOX, Trump o Bolsonaro. El planeta incluso se ha puesto enfermo (más todavía) con un virus que dicen que procede de los murciélagos, pero Messi, a pesar de cambiar a regañadientes Barcelona por París, se resistirá a pasar de moda.