Flujo vaginal en lugar de perfume: las prácticas más desesperadas

Algunos medios de cierto prestigio internacional se han hecho eco de la reactivación de una tendencia tan poco verosímil como desmotivadora. Es el vabbing, una palabra compuesta de vagina, que en catalán no necesita traducción, y dabbing, que es una acción que en inglés hace referencia a aplicar una sustancia en pequeños toques. Ya tiene una pista aproximada de la práctica. El término apareció hacia 2018 en Estados Unidos en podcasts sobre sexualidad y se esparció en foros de consulta. Más tarde, a través de la proliferación de las redes sociales, el concepto volvió a tomar impulso gracias a tiktokers que buscaban narrativas que llamaran la atención. El vabbing consistiría en la simpática aplicación de pequeñas cantidades de flujo vaginal en los puntos sensibles del propio cuerpo donde tradicionalmente se ponen unas gotitas de perfume. La finalidad del invento es, no lo diría nunca, la seducción implacable. Aquella que espera tumbar en el colchón al adversario con cuatro algarrobas rápidas. Los peculiares defensores de la práctica aseguran que este fluido actúa como una herramienta de atracción sexual muy potente, como harían las feromonas en el caso de algunos mamíferos. No sé si hay que decirlo, pero, aunque sea por razones sanitarias, no lo intente. No hay ningún estudio científico que haya dado por buena esta teoría ni se han podido demostrar nunca sus efectos reales más allá de las palabras de los influencers que aseguran noches de caza eficaz. En cualquier caso, estos personajes tienen tendencia a inflar las proezas para garantizar la fidelidad de las visitas y no a explicar los fracasos o la absoluta inoperancia de sus consejos. La comunidad científica ni siquiera ha aceptado la posibilidad de un efecto placebo como resultado del experimento. Ahora bien, la capacidad de autosugestión de determinados individuos puede ser sin duda tan infinita como delirante. La estulticia también.

El vabbing nos dice más sobre las inercias digitales y culturales que sobre la ciencia o la sexualidad. Conecta con esta espectacularización de la intimidad, donde todo lo privado ahora se convierte en aleccionador, llamativo y morboso. También evidencia la intersección entre el mundo digital, las pseudociencias y el cuerpo, especialmente el femenino. Con la excusa de un supuesto empoderamiento se ha caído en una comercialización del cuerpo, que se ha convertido en un campo de batalla por la venta de productos, prácticas para la perfección estética y explotación de la sexualidad. El discurso de la autoaceptación y de la reapropiación de un discurso honesto con la realidad de las mujeres ha terminado en manos de charlatanes y de la industria cosmética hasta llevarlo a extremos ridículos. El fomento y legitimación del deseo con conciencia y la autoexperimentación algunos les han hecho desembocar en una adicción en busca del milagro a través de nuevas prácticas inverosímiles que provocan frustración, ya sea a la hora de adelgazar, apetecerse o triunfar sexualmente.

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En un momento en que se está luchando y divulgando por unas relaciones sexuales y sentimentales saludables, alejadas de unos patrones de idealización románticos, hay todo un rebaño de farsantes que insisten en teorías que siguen equiparando la conducta del ser humano a la de unos animales incontrolable. Quizás hay alguien que confía en que con una sesión de vabbing, nada más cruzar la puerta del bar le saltará encima al hombre o la mujer de sus sueños arrastrados por unos efluvios inexplicables que han excitado su bulbo olfativo. Será la misma gente que, a las doce de la noche, quizá salga a tirar la basura y lo aproveche para hacer una pescadera en las esquinas de casa con la esperanza de que los machos o hembras del barrio tengan conocimiento de su presencia y predisposición a la cópula.