Aceite de girasol para asustar la ansiedad
BarcelonaCarmen pide ayuda en la calle ante el Caprabo de la calle de Còrsega. Le va bien cualquier cosa que le quieran dar, sobre todo arroz, caldo, fruta o comidas preparadas. Intenta que, como mínimo, caiga una botella de aceite a la semana pero hace días que nadie le compra ninguna. Le es igual si es de oliva o de girasol. Estos días lo tiene peor que nunca. Ni una sola botella de aceite de girasol en las góndolas y el de oliva con el precio disparado. “La escasez se debe al hecho de que los bares y restaurantes tienen miedo de quedarse sin existencias”, apunta un empleado. Le extrañaría que ahora los particulares se hayan lanzado en masa a cocinar con aceite de girasol. El Caprabo de Gran Vía con Padilla, en cambio, no se ha quedado sin existencias. Van flojos de carne envasada y de agua pero no menos que cualquier lunes después de la habitual compra semanal de los sábados. Mustafà trabaja en los Encants y me explica que en su país están acostumbrados a las escaseces. No le extrañan estos picos de ansiedad. En su casa han comprado, por si acaso, tres o cuatro paquetes más de arroz y de harina, pero sin alarmismo.
En el supermercado La Comarca, justo delante del Mercat de les Corts, han notado mucha demanda de harina desde hace seis o siete días. Están esperando que les traigan más, puesto que, igual que pasó durante la pandemia, el estante se les ha quedado vacío. Entonces fue por un auge desmesurado del home cooking, ahora es porque el trigo se ha encarecido debido a la guerra: Ucrania es un productor y exportador muy relevante de una materia primera tan fundamental. Maribel ya hace meses que hace compra “de subsistencia”, va a la esencia, sin permitirse lujos ni salirse del presupuesto, se ciñe a aquello de lo que ella y su familia no pueden prescindir: “Si esto continúa así, pronto muchos no llegaremos a final de mes”. Se refiere, claro, a la subida de precios, ya anunciada desde hace días y que no ha habido que esperar mucho para ver hecha realidad. Y pone un ejemplo flagrante: “Hace un mes, o menos, este paquete de pan Bimbo valía un euro; hoy vale un euro con veinticinco céntimos”. Demoledor. “Y solo hace falta que pasees un poco por los pasillos y encontrarás montones de ejemplos más”, exclama.
“Perdone, ¿dónde tienen la harina?”, “En el piso de arriba, pero me parece que ya no queda”. En efecto, en el inmenso Mercadona de la calle Aribau no queda ni un solo paquete de harina. De ninguna marca. El espacio que acostumbra a ocupar es grande, fácilmente un metro cuadrado, y solo hay aire. Lo mismo pasa, unos metros más allá, en el pasillo de al lado, en la sección del aceite. Ni una sola botella de aceite de girasol. A Dolores ayer su vecina, y buena amiga, le dijo que iría a comprar unos cuantos paquetes de harina “por si acaso”. Tomó nota y ha hecho lo mismo. ¿Por qué? “Pues eso, por si acaso”. “Esto es como el papel de wáter durante la pandemia, no necesitamos muchos motivos para volvernos un poco locos”, sorprende la lucidez de Vicente, vecino de Travessera de Gràcia, que por la tarde irá a otro súper a ver si encuentra harina. Aceite de girasol no gasta. “¿Sabes qué me dice mi mujer?”. “No”. “¿Y que hemos de hacer? ¿No hacer nada? Así espantamos a la ansiedad y creemos que estamos mejor de lo que estamos”. No se puede decir más claro.