Alimentación

El aterrizaje de la sidra en el país del cava

Un campesino de l'Horta de Lleida se suma a sidrerías ya establecidas en el Vall d'Aran, el Solsonès y, sobre todo, en el Empordà

LleidaLa cultura de la sidra es patrimonio de los países nórdicos (Reino Unido, Alemania y Francia) o de zonas del estado español como Asturias, País Vasco, Cantabria y Galicia. En Cataluña, es puramente residual. Ni siquiera existe asociación alguna que integre la media docena de productores que hoy comercializan esta bebida. Es, de hecho, una actividad que aquí tiene poco más de diez años de historia y que algunos ven como un nicho de mercado aún por explotar.

El último atrevido ha sido Joan Blanch, un agricultor de la Huerta de Lleida que acaba de lanzarse con una pequeña producción de 1.200 botellitas (400 litros). Elabora la sidra con manzana de su propia cosecha. Bajo las marcas Padrino y Padrina, el labrador leridano inicia la comercialización de dos sidras muy parecidas (solo se diferencian por el color) y que quieren rendir un homenaje a sus antepasados. Con una base de manzana golden y un porcentaje menor de granny smith y pink lady, esta sidra leridana es fruto de tres años de investigación, viajes a Asturias y un proceso de prueba-error. “Veremos cómo funciona, pero estoy seguro de que las existencias se acabarán deprisa”, adelanta Blanch, que destina el 90% de sus cosechas al consumo de manzana de mesa y el resto, a la elaboración de zumos y mermeladas. "Con el precio de la fruta no nos ganamos suficientemente la vida y debemos diversificar nuestra actividad", justifica.

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La principal productora de sidra en Cataluña es la familia Frigola, propietaria de una finca en el macizo del Montgrí (Baix Empordà). Desde allí, esta empresa familiar de tres generaciones comercializa Mooma, una sidra que, desde el 2016, da salida a buena parte de sus manzanas. Son aquellas que, por su mal aspecto, no tienen lugar en el mercado agroalimentario y, desde hace años, también hacen zumos. Pau Frigola, el hijo de los propietarios y actual gerente, asegura que pasaron más de cuatro años investigando el proceso de elaboración, "dedicando todas las vacaciones a visitar sidrerías por Europa".

Actualmente, ya elaboran más de 70.000 litros anuales, una cantidad que ha ido aumentando gracias a la demanda de los restaurantes que regentan. "Sin ellos, difícilmente podríamos dar salida a toda la sidra que producimos, en un país donde no hay costumbre de beber", admite Frigola. Si a finales de año sobra, acaban convirtiéndolo en vinagre para sus platos. "El nuestro es un proyecto de 360 ​​grados", confirma Frigola.

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En Celrà, muy cerca de los productores de Mooma, hay otro que trabaja con un concepto muy diferente. Se trata de Marc Fuyà, propietario de la sidra Serpientes desde el 2020. Produce unos 6.000 litros, aunque la mayoría son para exportación (Francia, Suiza, Reino Unido e incluso Estados Unidos). Sus conocimientos de la sidra vienen de los años que pasó en Londres, pero actualmente es un firme defensor del cultivo de manzanas autóctonas del Gironès, el Empordà e, incluso, de la Garrotxa, y del proceso ancestral de la fermentación de la sidra.

“Estoy malviviendo de esto”, admite. Fuyà lamenta que la sidra esté devaluada en nuestro país. Y es que sus botellas cuestan doce euros, mientras que una asturiana puede llegar a venderse por dos. Por eso está proyectando la apertura de un bar donde pueda maridar su bebida con una gastronomía de calidad. "Cuando la gente prueba una buena sidra, acaba abriendo la mente", asegura.

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Los pioneros catalanes

La sidra en Cataluña nació en el Vall d'Aran. En 2012 Henning Gerdt, un alemán de Preetz, un pueblo junto a Dinamarca, aterrizó hace más de treinta años en Les y, con todo lo que su padre le había enseñado, empezó a comercializar la sidra Arandeterra, con su socio Carlos Macías.

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Un año después, los dos productores decidieron separarse y Gerdt creó la marca Arantast. Ambos siguen en activo, pero por separado. Producen poco más de 2.000 litros cada uno, con filosofías distintas, pero con un denominador común: ninguno de los dos puede vivir exclusivamente de la sidra. "Aquí no hay tradición, todo el mundo bebe vino, cava y cerveza, y nos falta apoyo", reconoce Macías, que produce mayoritariamente para el mercado aranés. “Suerte tenemos del turismo”, reconoce. "En Catalunya hace falta más esfuerzo para que la sidra se acabe consolidando", añade su exsocio alemán.

Otra superviviente es la sidra de Biolord, una cooperativa del valle de Lord, en Guixers (Solsonès). "Nosotros nos ganamos la vida vendiendo manzanas", asegura su presidente, Josep Pintó, que advierte que sólo un 10% de toda su cosecha ecológica va a parar a zumos ya sus tres variedades de sidra. También provienen de esas manzanas que, por su mal aspecto, no pueden comercializar. La sidra la hace un socio francés de Ariège (al norte de Andorra).

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Pese a la valentía de algunos, otros ya han tenido que cerrar sus puertas por culpa de la poca rentabilidad. Se trata de la sidra Riera Badias, de Preixana (Urgell), propiedad de una catalana y un vasco que hace pocos meses tuvo que detener la producción. "Nuestra sidra gustaba, pero no pudimos soportar los gastos", admite Elena Bayo, quien asegura que la idea es traspasar todo el equipamiento para que otro continúe.

La verdad es que no es fácil. El sector de la sidra, incipiente y poco valorado en Catalunya, parece haber tocado techo con una producción irrisoria. “A ver si algún día salimos de venderla”, confía el leridano Joan Blanch.

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