El dinero, el gran tabú catalán

Piqué ha roto el secular pesar de los empresarios a hacer pública su fortuna

Barcelona“¿Cuánto dinero tienes en el banco?”. David Broncano, el presentador del programa de Movistar+ La Resistencia, ha convertido esta pregunta en un gag. Por el sofá de su late night pasan cada noche estrellas de cine, políticos o músicos siendo conscientes de que tarde o temprano se tendrán que enfrentar a ella. Algunos ríen visiblemente incómodos, otros contestan con elusivas o quizás con una cifra estimada que nadie podrá comprobar. La respuesta del futbolista del Barça Gerard Piqué cuando Broncano lo interrogó fue mucho más clara que la de la mayoría de invitados: “En patrimonio tengo más que el presupuesto del Espanyol de este año”. En la temporada del 2018-2019, el club perico contaba con 57 millones de euros de margen.

La semana pasada, el central volvió a dejar claro que a él no le importa hablar en público de su fortuna. Como respuesta a una información del periodista Lluís Canut en el canal Esport 3, colgó en Twitter una captura de pantalla en la que mostraba el ingreso de la mitad de la nómina en su cuenta de CaixaBank. Eran más de 2,3 millones de euros. El tuit generó críticas y una infinidad de cálculos sobre cuántas vidas de un trabajador raso harían falta para ganar esta cantidad. Pero el hecho de que Piqué desnudara (al menos en una pequeña parte) sus finanzas nos recuerda otro debate: ¿hay un tabú con el dinero en Catalunya, sobre todo entre los que más tienen? ¿Los empresarios evitan hablar de su patrimonio?

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“La ostentación entre las capas más altas de la sociedad ha sido recurrente a lo largo de la historia”, dice José Miguel Sanjuan, profesor asociado del departamento de historia económica de la UB y colaborador del máster de historia del mundo contemporáneo de la UOC. Y esto pasaba desde los patricios romanos y los nobles medievales hasta los primeros industriales ingleses que celebraron los frutos de la máquina de vapor construyendo ayuntamientos imponentes en sus municipios. En Barcelona, solo hay que dar un paseo por el centro de la ciudad para ver fácilmente el rastro arquitectónico de las grandes élites catalanas de los siglos XIX y XX. El Palau Moja, en la calle Portaferrissa, lo compró Antonio López y López, el comerciante que se enriqueció con el tráfico de esclavos y acabó siendo nombrado marqués de Comillas por los Borbones. Bajando por la Rambla en dirección al mar, el Palau Güell recuerda al gran protector de Antoni Gaudí. Y ante el antiguo Consulado de Mar encontramos los Porxos d'en Xifré, un encargo del también esclavista Josep Xifré que llegó a financiar un hospital con su nombre en Arenys de Mar.

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Dicho de otro modo, antes era más sencillo detectar cuáles eran los hogares de los empresarios catalanes porque incluso los edificios tenían apellidos. “Ahora en Barcelona no se sabe donde viven los ricos. Lo puedes intuir, en qué barrios y zonas se mueven, pero viven bastante bunkerizados. Antes se hacían una gran casa en el paseo de Gràcia y no había ninguna duda de ello”, apunta Roger Vinton, el pseudónimo y autor de La gran telaraña, libro que explica los lazos entre las grandes familias de la burguesía catalana. Sanjuan recuerda que en el siglo XIX los carruajes con los que se movían las clases altas también los delataban, el modo de transporte mismo era mucho más público. “Ahora puedes coger un avión a un lugar exclusivo o pagar una casa en la Costa Brava o en los Alpes suizos y no hace falta que te vea nadie”, añade el académico.

Para su tesis doctoral, centrada precisamente en las élites catalanas de aquel momento, Sanjuan pudo consultar los testamentos y las escrituras de algunas propiedades de aquellos burgueses, con un grado de acceso impensable en el caso de un magnate actual. “Incluso creo que uno de los motivos que tienen estos empresarios para no sacar su empresa a bolsa debe de ser este. Les resulta desagradable explicar todas las interioridades de su negocio”, indica Vinton. La gestión de los grandes patrimonios se ha sofisticado y filtraciones como los papeles de Pandora o los papeles de Panamá han evidenciado el uso habitual de sociedades en paraísos fiscales para evitar miradas indiscretas sobre sus fortunas.

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La profesora de historia económica de la UPF Enriqueta Camps rememora como en el siglo XIX y principios del XX era más habitual que estas figuras de la economía participaran en la vida política y cultural del país. En la actualidad, añade, este tipo de vinculaciones (más allá de la participación en patronales) son menos comunas . Además, algunas de las alcurnias se han vendido los negocios y han pasado de ser gestores de grupos empresariales a inversores y propietarios a título individual. “El empresario tradicional se alejó de la fábrica y ahora tiene el dinero en la bolsa”, coincide Francesc Cabana, historiador de la economía catalana y autor de varios libros sobre la burguesía y los banqueros del país.

¿En qué momento cambió, si es que lo ha hecho, la manera como los más poderosos muestran su riqueza? Vinton señala que un “hecho traumático” como la Guerra Civil puede tener que ver. “En aquel momento como ciudadano te podían matar por muchos motivos y también en algún caso por ser empresario y rico. Del mismo modo que en la sociedad catalana quedó el trauma de significarse políticamente, creo que también pasó con el dinero. Era mejor ser discreto por si volvía a pasar nada”, razona el autor. Sanjuan matiza, sin embargo, que la conmoción no fue tan fuerte porque con la llegada de Franco muchas de estas familias volvieron a recuperar el capital económico y social. “Poca gente ganaba mucho dinero y había una economía corrupta que jugaba con los precios de los productos. Al empresario un poco grande le convenía estar bien con Franco”, recuerda Cabana.

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Estas élites, sin embargo, volvieron a acentuar su pesar durante los años más intensos de la actividad armada de ETA, en que los empresarios habían sido víctimas de extorsiones, secuestros y asesinatos.

Más allá de las consecuencias políticas, la ostentación también es un reclamo muy evidente para las inspecciones de Hacienda. El 2013 el piloto de motos mallorquín Jorge Lorenzo mostraba en un vídeo promocional de dudoso gusto su mansión del Maresme. El anuncio sirvió para levantar las sospechas de la Agencia Tributaria, puesto que en aquel momento Lorenzo alegaba que su residencia estaba fijada en Suiza. Finalmente el Tribunal Económico Administrativo Central le dio la razón el julio pasado, pero los técnicos de Hacienda ya se han habituado a usar datos extraídos de las redes sociales y el big data para facilitar el escrutinio fiscal de los grandes patrimonios.

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Para Vinton, el tabú del dinero también tiene carácter nacional. Considera que los empresarios catalanes son más reticentes que los madrileños a mostrar su opulencia porque también se sienten más vigilados por el fisco. “En Castilla realmente hay mucha más tradición de hacer ostentación, incluso aunque no se corresponda con el patrimonio real de aquella persona”, opina el autor de Lagran telaraña. También cree que la ocultación del patrimonio no se da en el mundo anglosajón. “Es radicalmente al contrario. Prima la transparencia y es relevante saber cuánto dinero gana alguien. De hecho, si son cifras elevadas se considera un éxito y un modelo”, dice sobre el discurso meritocrático que se han construido algunos empresarios.

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Que Piqué publique qué ingresa es inédito, pero para las entidades que defienden una redistribución de la riqueza más justa este acto también se puede convertir en una herramienta para reforzar la conciencia de clase de los que nunca verán este suma de dinero en su cuenta. “En la lucha contra la desigualdad hay un problema con la percepción de la misma desigualdad. Los ricos piensan que son objetivamente menos ricos del que son y los pobres, que son menos pobres”, reflexiona Íñigo Macías Aymar, coordinador de búsqueda a Oxfam Intermón. En un informe reciente, la OCDE daba forma de gráfica a esta sensación.

El investigador también hace referencia a una idea que ha defendido en los últimos años el economista francés Thomas Piketty: las rentas del capital tienen cada vez más peso que las del trabajo. Y las primeras tributan mucho menos que las segundas. “Hay que avanzar en la progresividad de los impuestos y quizás saber que un futbolista cobra tantas veces más que tú es la manera de ganar apoyo a este tipo de fiscalidad”, sentencia Macías.